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EDITORIAL

Guerra contra el Estado Islámico: la estrategia imprescindible de la que todos prescinden

La estrategia de botas sobre el terreno es imprescindible, pero todo el mundo prescinde de ella, empezando por Francia, que de todas formas tampoco podría acometerla en solitario.

La Fuerza Aérea francesa ha bombardeado este domingo la ciudad siria de Raqa, que hace las veces de capital del califato instaurado en buena parte de Siria e Irak por el Estado Islámico (EI), a cuyo "Ejército terrorista" culpó el presidente Hollande de la matanza del pasado viernes en París, que ya se ha cobrado la vida de 132 personas.

Francia ha querido mostrar de inmediato su proclamada voluntad de librar la guerra que la organización del califa Abubaker al Bagdadi le ha declarado, y lo ha hecho de la manera más impactante, con una oleada de bombardeos en la que ha participado una decena de aviones y que ha tenido por objetivo la plaza del EI con más valor simbólico.

Desde luego, para acabar con el EI es necesario bombardear sus bastiones y centros estratégicos, pero de ninguna de las maneras suficiente. Si de algo ha hecho uso –y abuso: ahí están los ataques con armas químicas y con las terribles bombas de barril– el dictador baazista Bashar al Asad en los cuatro años largos de guerra ha sido de sus fuerzas aéreas, lo que no le ha impedido perder el control sobre buena parte del territorio sirio. Territorio que ha cedido ante grupos que precisamente carecen de aquéllas. Grupos como el Estado Islámico, que es mucho más que una mera fuerza rebelde; de hecho, está muy cerca de ser lo que proclama, un Estado, pues ejerce un control efectivo y en todos los órdenes sobre una vastísima extensión de terreno, terreno que además alberga sustanciales cantidades de petróleo.

Los bombardeos, de las fuerzas de Asad y Rusia por un lado y de la coalición liderada por EEUU por el otro, se están revelando insuficientes. Para derrotar al Estado Islámico, habría que multiplicar su número e intensidad; pero tampoco sería suficiente: ese Estado no es la Yugoslavia de Milosevic y no se vendrá abajo con una campaña de tales características. De modo que no queda más remedio que adoptar una estrategia de botas sobre el terreno... y de largo plazo.

El territorio hoy en manos del califato terrorista habría que ocuparlo y controlarlo durante bastante tiempo, sin cometer los errores cometidos en Irak, donde la estrategia retiracionista de Barack Obama ha redundado en la pérdida de todo lo ganado y el desencuadernamiento del país, ahogado en la violencia sectaria y en manos de Irán, por una parte –la chií–, y del EI, por otra –la suní–; sólo funciona relativamente bien el Kurdistán, que desde el final de la primera parte de la guerra contra Sadam Husein (1991) viene desenvolviéndose de manera cuasi independiente.

La estrategia de botas sobre el terreno es imprescindible, pero todo el mundo prescinde de ella, empezando por Francia, que de todas formas tampoco podría acometerla en solitario. Esta parálisis de un Occidente que no quiere entramparse en ese formidable cenagal pero que tampoco se decide a dejarlo en las solas manos de Asad y sus aliados, la Rusia de Vladímir Putin y el Irán de los ayatolás (más sus peones libaneses de Hezbolá), la tienen muy presente en Raqa, donde continuarán tratando de explotar las debilidades y divisiones del enemigo en su propio beneficio.

Occidente sigue sin asumir que está inmerso en una guerra de la que no le van a dejar retirarse y que no puede delegar en nadie, especialmente en regímenes liberticidas que abominan de sus principios, valores y sociedades.

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