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EDITORIAL

Pablo "no comparte" lo que piensa Iglesias

El líder comunista es un hipócrita con mansión que dice y hace todo lo contrario que le caracterizaba cuando se las daba de vallecano descamisado.

Aparentemente, Pablo Iglesias se ha desmarcado este jueves de su tradicional férreo apoyo a la tiranía chavista, del que tanto se ufanaba en el pasado. Dice el líder ultra que ahora no comparte "algunas de las cosas" que dijo en el pasado. "La situación política y económica en Venezuela es nefasta", asegura. "Creo que rectificar en política está bien".

Cómo deben de verlas en Podemos, tras su desastroso resultado en Andalucía, para que Iglesias escenifique un viraje de semejante calibre, un giro de 180 grados respecto de lo que ha venido siendo Podemos… hasta hace sólo unas semanas, cuando Íñigo Errejón volvió a salir en defensa del sanguinario régimen liberticida que preside el siniestro mamarracho Nicolás Maduro.

Sucede que no hay quien se crea al nuevo Iglesias: Podemos no se puede apartar a conveniencia del bolivarianismo, pues sus relaciones no es que hayan sido estrechísimas: es que el papel que desempeñó Caracas en la creación de la formación ultra de Iglesias, Errejón y el resto de los huérfanos del espadón Hugo Chávez Frías fue determinante.

El ideario de Podemos es, básicamente, una adaptación del bolivarianismo a las circunstancias españolas, sólo parcialmente disimulada para no asustar demasiado a un electorado que rechaza en su inmensa mayoría el experimento socialista que Iglesias y compañía desean imponer a la sociedad.

Sea como fuere, lo que sí deja claro el nuevo movimiento de Iglesias es que el partido que iba a ser propiedad de "la gente" y a organizarse en función de los deseos de "la gente" (¿alguien se acuerda de los célebres círculos podemitas) no es más que el cortijo del potentado comunista, implacable líder de una estructura piramidal que se le somete sin discusión; un hipócrita con mansión que dice y hace todo lo contrario que le caracterizaba cuando se las daba de vallecano descamisado.

Salvo para sus seguidores más serviles, Pablo Iglesias tiene ya desde hace mucho la credibilidad que merece: ninguna.

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