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EDITORIAL

Más poder para Mas

Lo que realmente quiere Mas no es frenar esa inexistente ola de españolismo que, presuntamente, invade Cataluña. Lo que quiere Mas es algo de poder, mandar un poquito, aunque sea a costa de sus oponentes naturales

Lo malo de haber mandado alguna vez es que se pone muy cuesta arriba el no hacerlo. Es como una especie de alucinógeno cuyo síndrome de abstinencia es letal de necesidad para el político que lo padece. Artur Mas, para quien Pujol llegó a inventarse un cargo, el de Conseller en cap, que no existía ni en el Estatuto de la época, fue durante años el niño mimado de Convergencia y, por ende, de lo que fue la flor y la nata del nacionalismo catalán. Aquellos tiempos de vino y rosas pasaron a mejor vida, fueron enterrados violentamente por la irrupción de una cepa del catalanismo más rancia, virulenta y retrógrada que la del propio Mas y los suyos.

Desde entonces, Convergencia y Unión cuenta por fracasos las convocatorias electorales a las que se presenta y, pese a que la realidad es en extremo severa con ellos, no se dan cuenta de cuál es la razón por la que PSC, CiU e ICV mandan y ellos, nacidos para la poltrona, calientan las bancas de la oposición. Es por ello que reincidan en lo de siempre, en desafiar al contrario a un duelo a ver quien es más nacionalista, quien la hace más gorda y quien se rasga mejor las vestiduras en la Diada y demás festejos lacrimógenos a los que los nacionalistas catalanes son irremediablemente adictos.

La última de Mas ha sido pedir a sus adversarios, los mismos que le han condenado por dos veces al ostracismo en el Parlament, que se unan a él en una “casa común del nacionalismo” (sic) para hacer frente a la “españolización” (sic) del Gobierno tripartito. Lo que realmente quiere Mas no es frenar esa inexistente ola de españolismo que, presuntamente, invade Cataluña. Lo que quiere Mas es algo de poder, mandar un poquito, aunque sea a costa de sus oponentes naturales. Vivir para ver.

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