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EDITORIAL

Violencia en Charlottesville e hipocresía en el mundo

Si la civilización occidental tiene una obligación moral es la de evitar que se repita alguna de las páginas más negras de su historia.

Decenas de miles de americanos murieron en Europa para librarnos de la lacra del nazismo, una de las peores pesadillas totalitarias de la historia de la humanidad. Resulta, por tanto, especialmente soez e insultante ver banderas con la esvástica paseándose por Estados Unidos, y más aún que sus portadores se llamen a sí mismos patriotas, en un país al que, si ha habido algo que lo defina a través de su historia es el haber nacido y haberse mantenido siempre como una democracia.

En este sentido, es muy positivo el rechazo generalizado que despierta en la mayor parte del mundo la exhibición de esta parafernalia nazi, incluso aunque los que la portan sean grupos –como lo son- extraordinariamente reducidos y marginales.

Si la civilización occidental tiene una obligación moral es la de evitar que se repita alguna de las páginas más negras de su historia, y para ello es esencial rechazo a las ideologías que generaron los horrores totalitarios que arrasaron el siglo XX . Un rechazo que ha de explicitarse, entre otras cosas, en la repulsa radical a sus símbolos.

Hay que saludar, por tanto, que la aparición de banderas nazis en Estados Unidos genere una reacción visceral como la que sin duda merece. Sin embargo, no deja de ser paradójico que mientras exhibir esos símbolos te coloca automáticamente fuera del espectro político de lo respetable, se pueda llenar las calles de cualquier ciudad occidental con banderas rojas sin que se produzca idéntico estremecimiento moral.

Porque a los que verdaderamente están por la libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos les produce –o les debería producir- el mismo rechazo el nazismo que el comunismo. Sin embargo, es habitual ver todo tipo de parafernalia comunista en las manifestaciones de la izquierda en muchos lugares: en Europa, en España e incluso en Estados Unidos han llegado a verse en las protestas anti-Trump.

Banderas rojas con la hoz y el martillo, retratos del asesino Che Guevara o incluso de los genocidas Lenin y Stalin son parte habitual de las protestas de una izquierda que, eso sí, se escandaliza hipócritamente cuando ve una bandera nazi.

No se trata de que unos sean mejor que otros: ambos son despreciables y responsables de terribles crímenes, pero la diferencia de las reacciones que unos y otros producen no sólo reflejan una profunda hipocresía –sólo rechazo el totalitarismo que no me gusta- sino que revela una grave enfermedad moral que aqueja a buena parte de Occidente.

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