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El blog de Federico

El PP se despide del PP con tres escándalos. El primero, en Barcelona

El curso político y, en buena medida, lo que venimos entendiendo por política desde la Transición, hace más de treinta años, van a ser objeto esta segunda semana de julio de una triple despedida y un taimado cierre a la etapa intelectualmente más convulsa de la historia española desde la Guerra Civil. Porque tras la muerte de Franco en la cama había incertidumbre, no convulsiones agónicas. Ahora hay convulsiones agónicas y además, crece la incertidumbre. Entonces había miedo, salvo en la facción pancista de la plebe que decía que, de todas formas, no pasaría nada y que, en todo caso, ellos, los pancistas, no se meterían en política: a llenar la tripa y a esperar que escampe. Aquel franquismo sociológico, nacido del más que justificado temor a la revolución y la guerra civil, estaba abocado a la parálisis asistida tras los cuarenta años de un régimen que salvó a la nación con un masivo tratamiento de escayola, pero, ay, tan largo que la desacostumbró a andar por sus propios medios y a valerse de sus propias fuerzas, que las tenía pero las desconocía o no sabía utilizarlas.

España era en 1978, tras aprobarse la Constitución, y sobre todo a finales de 1982, tras el fracaso del Golpe de Estado del 23F y la llegada en andas del PSOE al Poder, la fantasía de cualquier político con ganas ilimitadas de ser obedecido, que es algo más que las simples ganas de mandar. Era el "Vivan las caenas" pero Made in Germany. Era el casticismo tripero de toda la vida pero pasado por Uropa, vuelta y vuelta, y adobado por el inglispichinglis. Además, triunfaba el destape y las grandes revelaciones del tebeo anatómico. Había Zerolos, que no se llamaban así porque eran más inteligentes: Bibi Andersen, Pavlosky, Almodóvar y muchos otros, otras y otres. Pero entretenía mucho al pueblo aplebeyado el secreto sexual de Polichinela. Y como se eternizó el PSOE en el Poder, las costumbres pancistas del rebaño se rehicieron rápida y duraderamente. Ayudó mucho la inacción acomplejada de la Derecha, que tardó cuatro legislaturas en volver a la Moncloa. Y es que el PSOE supo heredar el Movimiento, es decir, el franquismo sociológico en lo que tenía de inmóvil, de cartilla ideológica y de racionamiento político. Más de un cuarto de siglo lleva la media España del Sur –Andalucía, Extremadura, La Mancha– abonada a esa pitanza. Y la otra media no anda demasiado lejos de imitarla, con la excepción de la Comunidad de Madrid, una especie de exilio de la España menos sumisa o más reluctante al corral, al pienso y al pastoreo.

El cambio vino de la mano de un sietemesino llamado PP, concebido por Papá Aznar y Mamá Prensa para que no se extinguiera del todo la promesa de la Transición: un régimen que garantizase la libertad y la propiedad, o viceversa, que no se convirtiera en mexicano y que, a fuer de europeo, siguiera siendo próspero como venía siéndolo España desde hacía dos décadas. Frente al PP, antes, durante y después de su paso de ocho años por el Gobierno, se forjó una poderosísima alianza político-mediática que desde las elecciones de 1989 (y la creación del PP aznarista en abril de 1990) hasta las de 2008 ha sido el marco de la vida política, intelectual y económica de España. De eso es de lo que nos despedimos esta semana: del PP como alternativa de Gobierno y como esperanza de una ciudadanía, seguramente minoritaria en la población, pero correosa y que no se resigna al pancismo como forma de relación de los españoles con el Poder. Y como el Poder no piensa cambiar, ha decidido cambiar a los españoles. En ello está.

La pieza clave de ese cambio es la aceptación general: no se puede, aunque se haya intentado una y otra vez, cambiar a los españoles con la mitad de ellos en contra. Es preciso integrar al PP en el nuevo régimen que sustituirá al del 78 para que la España antigua se diluya en una modernidad azucarada, en una realidad virtual y poco virtuosa, en un ensueño pancista con imágenes, como una siesta ante el televisor viendo el Tour de Francia.. Y he ahí a Mariano Rajoy para llevar a cabo ese cambio tal vez definitivo. Si se acaba con la derecha nacional española, la de Papá Aznar, y se reduce al mínimo el periodismo incontrolado, el de Mamá Prensa, toda alternativa seria de Poder quedará definitivamente cancelada. Y el matasanos que debe rematar al PP mediante una forma sibilina de eutanasia voluntaria es el mismo que, de la mano de Polanco, estuvo a punto de evitar el alumbramiento en 1996: Alberto Ruiz Gallardón. En México y en su interior Rajoy ha aceptado protagonizar ese guión mientras le dejen seguir en la película del liderazgo del PP algún año más, pensando en la posibilidad de un traspiés de Ambiciones y quedarse para hacer el relevo de Zapatero, aunque haciendo la política gallardonista y no aznarista, que es el gran cambio, el cambiazo, del PP histórico a esto que han traído al mundo los doctores del Poder tras el congreso búlgaro de Valencia y los tres congresos periféricos a orillas del verano: Cataluña, Baleares y el País Vasco.

En Barcelona se ha escenificado, como en Valencia, la inquietud y hasta la indignación de una parte del PP ante la manipulación de los nuevos capitostes del partido, antiguos en la poltrona casi todos (Rajoy, Arenas, Gallardón, Fraga) pero recauchutados en la política, es decir, en la manera de seguir calentándola unos años más. Los que se pueda. La diferencia es que en Valencia, hace un mes, Aznar abroncó desde el palco al sucesor que él designo, pero sin mayores consecuencias; en Barcelona, el lío se ha organizado en el gallinero, con efectos en la platea. Dando por hecho que en los tres congresos periféricos se impondrá la mutación política central, es decir, la liquidación del PP histórico, la tarea fundamental de Mariano y sus marianachis es imponer sepulcral silencio o amordazar hasta donde puedan a los medios antaño afines y hoy odiosos, porque son testigos del crimen. Por eso Alberto Fernández trató de calmar a la gente de su partido indignada con Mato y el aparato (una indignación que a él no le viene mal, porque refuerza su papel de conde de las seguras pero asumidas derrotas catalaúnicas) diciendo que había medios de comunicación presentes en la sala. Es decir, que se trata de hacer lo decidido fuera pero sin que se note dentro, o al menos sin que se note demasiado. La verdad es que se nota horrores, pero eso tampoco les viene del todo mal a quienes deben acreditar su obediencia. Un par de congresos más y misión cumplida. En septiembre, régimen político seminuevo. Y los aspirantes a ciudadanos, a régimen.

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