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Emilio Campmany

La bandera de la libertad

Lo importante no es lo que hará Pedro Sánchez, sino lo que no hará. Y lo que no hará es devolver a los españoles las muchas libertades perdidas durante los casi tres lustros que ha durado la época zapatérico-rajoyesca.

Se especula, y no se para, sobre qué hará el Gobierno de Pedro Sánchez. No tiene mucho sentido porque hará muy poco. No sólo porque no puede, sino porque no va a querer. Las elecciones están demasiado cerca para un partido que necesita prácticamente doblar sus resultados. Naturalmente, eso no excluye intentar algunas cosas. Me refiero, por ejemplo, a la derogación de la reforma laboral o de la Ley Mordaza. Podrían también querer recuperar competencias en impuestos cedidos, que es la idea con la que llega a Madrid la ministra andaluza de Hacienda, pero ahí se van a encontrar con la oposición de los nacionalistas. Podrían también querer imponer políticas que incrementen el gasto público, pero a eso se va a oponer Bruselas. O podrían intentar subir los impuestos, pero ya están muy altos como para poder subirlos de forma decisiva. En consecuencia, lo que cabe esperar es política de gestos con poca o ninguna chicha, que es lo que es el nuevo Gobierno, un gesto, muy atractivo según quién y a dónde mire, pero no pasa de ser un gesto.

En consecuencia, lo importante no es lo que hará Pedro Sánchez, sino lo que no hará. Y lo que no hará es devolver a los españoles las muchas libertades perdidas durante los casi tres lustros que ha durado la época zapatérico-rajoyesca, que podríamos bautizar como la de la solemnidad de hojalata, por fundir los insultos que sus dos protagonistas se regalaron. Por supuesto, no va a hacer nada para que los españoles de las regiones con lenguas vernáculas recuperen el derecho a emplear y educar a sus hijos en español. Desde luego, no va a hacer nada para que el muchísimo dinero que recaudan las Administraciones Públicas se destine exclusivamente a atender las necesidades de los españoles y no a subvencionar pesebres y clientelas. Naturalmente, no hará nada por luchar contra la falta de competencia que hay en tantos sectores de la economía donde es imposible mejorar las ofertas de empresas que, por ser amigas del poder, compiten con ventaja gracias a los favores económicos y no económicos que reciben. Nadie espera, en definitiva, que este Gobierno haga nada por la libertad de los españoles.

Es probable que en realidad muchos de ellos no aspiren a ser más libres y lo único que quieran sea tener pensiones más altas, subsidios más generosos, derecho a cobrar sin trabajar, a aprobar sin estudiar y a que el dinero de todos subvencione sus ocurrencias. Pero alguien tendría que tratar de convencer a esa supuesta mayoría de españoles a los que importa poco la libertad, que es precisamente la libertad la que nos hará más ricos, más competitivos, mejor preparados y más independientes, individual y colectivamente.

La bandera de la libertad yace hoy pisoteada, ultrajada y ennegrecida en el fondo de una cloaca. Quien la recoja, la limpie y la enarbole quizá no pueda a corto plazo ganar unas elecciones, pero a la larga se hará con el respaldo de una nación que lo primero que necesita para poder llamarse tal es ser libre.

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