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Emilio Campmany

Un politicastro más

Y lo peor no es ya que no quede nada, si es que alguna vez hubo algo, de los principios. Es que tampoco hay una brizna de dignidad.

Y lo peor no es ya que no quede nada, si es que alguna vez hubo algo, de los principios. Es que tampoco hay una brizna de dignidad.

Es posible que Aznar no fuera especialmente brillante, pero sí pareció que las pocas ideas que tenía eran el fruto de unos principios sostenidos pesara a quien pesara. Perdonamos la puesta en almoneda de Vidal-Quadras en el mercado persa del nacionalismo catalán porque creímos que era una dolorosa gabela que pagar para poder tomar La Moncloa, el único lugar desde donde podía liquidarse el felipismo. Miramos hacia otro lado cuando se negó a desclasificar los papeles del Cesid aceptando a cambio que se construyera una enérgica política contra ETA basada en la ley y no en bandas armadas y financiadas desde el Gobierno. Decidimos pasar por el incumplimiento de despolitizar la Justicia porque en política económica y sobre todo en las relaciones exteriores se empezaron por primera vez en mucho tiempo a hacer las cosas en función de los intereses nacionales y no con criterios ideológicos o afanes particulares. Excusamos los aires de grandeza y el culto a la personalidad en consideración a los muchos logros de su etapa. Y cuando el PP volvió a gobernar y traicionó sistemáticamente y a conciencia todos y cada uno de sus principios, sin dejarnos esta vez un maldito rincón de pretextos donde poder refugiarnos los ingenuos, algunos miramos a Aznar con la esperanza de verle dar un paso al frente.

Pudo decir entonces que no le correspondía a él opinar sobre la labor del Gobierno y que quien quisiera saber lo que pensaba que se leyera los papeles de FAES. Pero no. Prefirió salir a la palestra y decir desde su autoridad lo que tantos decepcionados y estafados pensábamos. Y para demostrar que nuestra ingenuidad rayaba la estupidez, algunos pensamos que alguien como Aznar acompañaría necesariamente con obras sus palabras. No entiendo ahora cómo no vimos claramente que alguien que consiente ser el paradigma del mucho nepotismo que gangrena al PP, que permite que su mujer sea la alcaldesa de Madrid sin haber sido la cabeza de lista en las elecciones, no podía ir en serio.

Existe hoy la débil esperanza de que un batacazo del Partido Popular en unas elecciones casi irrelevantes podría provocar un cambio de rumbo en el Gobierno hacia lo que un día fueron sus principios. Es posible que Aznar, siendo presidente de honor del partido, estuviera incapacitado para pedir el voto para otros, pero no tenía ninguna necesidad de acudir en socorro de un Arias Cañete que, por mucho que reivindique haber sido ministro de Aznar, no puede ocultar el baldón de haberlo sido también de Rajoy.

Y lo peor no es ya que no quede nada, si es que alguna vez hubo algo, de los principios. Es que tampoco hay una brizna de dignidad, pues Aznar acepta acudir a un acto que le compromete con la política del actual Gobierno a sabiendas de que Rajoy no se rebajará a bajar a saludarle, dando así la enésima muestra del desprecio que siente por la persona a la que le debe todo.

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