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Aznar se equivocó cuando consideró inoportuno abrir una Comisión de Investigación sobre Gescartera, y cuando no tomó el toro por los cuernos depurando por propia iniciativa las responsabilidades políticas. En honor a la verdad, y para evitar las confusiones gubernamentales del momento, Enrique Giménez-Reyna dimitió como un hombre honrado, casi como una víctima, para evitar la insoportable presión mediática. Un argumento roldanesco. Y Pilar Valiente ha sido defendida, ensalzada y casi canonizada hasta que el dietario de Pilar Giménez-Reyna la dejó a los pies de los caballos. Cada doctrina establecida por el Gobierno está resultando falsa.

Era de sobra conocido, sin que los populares quisieran darse por enterados, que Gescartera no fue intervenida cuando se debió –tras una honesta investigación de David Vives–, porque en el Consejo de Administración de la Comisión Nacional del Mercado hubo división, y el sector mayoritario adoptó la peculiar postura de proteger la estrafalaria estafa de un tal Camacho. Esa chapuza no hubiera sido posible sin la connivencia de la CNMV, con influencias muy claras y muy gastronómicas de Enrique Giménez-Reyna.

Lo lamentable en esta última etapa es que el PP está poniendo la mano en el fuego por los malos e intentando desacreditar a los buenos. Eso es inmoral. Una de las peores consecuencias de la corrupción. Hay experiencias anteriores. Ya es más difícil engañar a la opinión pública. Se han vertido descalificaciones contra Vives por su militancia religiosa y se ha intentado desacreditar a Fernández Armesto para propiciar su silencio o restarle credibilidad. Esta lógica de despropósitos gubernamentales lleva a hechos tan curiosos como que Luis Ramallo aún pretenda pasar por un ejemplo ético a seguir, y amenaza con querellas a cualquiera que ponga en duda tal cuestión; mientras que el PP lo mantiene como militante.

El mítico dietario, con la sinceridad pueril de la intimidad, nos habla de presuntos delitos de prevaricación, tráfico de influencias e información privilegiada. Sólo declarando loca de remate a su autora, podría echarse abajo una prueba tan abrumadora. Pero, en ese supuesto, ¿cómo podía Pilar Giménez-Reyna ser presidenta de una entidad financiera?

Toca al Gobierno, pues su partido tiene mayoría absoluta, extraer las lecciones de las responsabilidades políticas a las que hubiere lugar. Ya está bien de prepotentes defensas de Pilar Valiente y de los que no cumplieron con su deber, al proteger una cueva de ladrones. Un poco, si no de autocrítica, de humildad al menos.

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