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Enrique de Diego

Defensa y elogio de Mayor Oreja

El despiste de Jaime Mayor Oreja en la votación de los presupuestos del gobierno vasco no tiene, ni mucho menos, la importancia que se le ha querido dar. Tampoco Ibarretxe ha conseguido dar un paso más en su desquicie soberanista. Éste es irracional y poco se ve afectado por la votación en sí.

De hecho, la postura de PP y PSOE contra los presupuestos ha sido calificada en ocasiones anteriores por los nacionalistas de "obstruccionista", denunciando una esotérica confluencia de intereses con Batasuna, y sólo ha servido a la postre para que Ibarrertxe pactara con el brazo político de Eta, favoreciendo y aumentando las suvenciones al entramado logístico terrorista. Era un efecto perverso.

La visión de la situación minoritaria del gabinete Ibarretxe, que era el efecto positivo, no se ha perdido, sino que se ha intensificado. Tener que recurrir al "espionaje" –al estilo de los comandos de información– y a la eliminación del debate nos muestra a un gabinete que ha perdido el sentido de la realidad y no tiene empacho en recurrir a las más harteras trampas. Tampoco legitima a un PSOE cuyas juventudes coquetean con el fascismo y pasan a propugnar la secesión, con el respaldo de un mediocre Zapatero.

Que los constitucionalistas han de ir escoltados, que el jefe de la oposición ha de compaginar la vivienda en el País Vasco con estancias en Madrid, es conocido, y es una recriminatoria contra el PNV, cuya política educativa sigue ayudando a generar asesinos y psicópatas a muy corta edad, corrompidos por las mendaces garruladas etnicistas de Sabino. Que Madrazo ha reiventado el marxismo-leninismo de frente popular con la extrema derecha vasca (algo así como el pacto Ribbentrop-Molotov) no es nuevo. Nada ha cambiado con la maniobra del PNV y por el retraso de Mayor Oreja, salvo que se ha quitado un arma de presión a Batasuna para negociar más trasvase de fondos hacia Eta.

La cuestión clave ahora es la medida en curso para que los terroristas cumplan las penas en su integridad, con elevación del tope hasta los cuarenta años. Llevada a la práctica por el ministro de Justicia, José María Michavila, y asumida –para recuperar la iniciativa política– por José María Aznar, tiene el marchamo de la política de firmeza, cuya paternidad corresponde a Mayor Oreja.

Dice un proverbio judío que quien salva una vida, salva al mundo. La política de firmeza contra el terrorismo ha salvado muchas vidas. Quienes hemos vivido los años en los que las víctimas superaban las ocho decenas, no podemos más que felicitarnos por el hecho de que su número haya disminuido sensiblemente. Este año, el terrorismo nacionalista ha asesinado a cinco. Podría decirse que quien mata a una persona, mata al mundo. Y en ello sigue el nacionalismo, porque los terroristas son nacionalistas.

Hoy se ve mucho más cerca el final de la banda terrorista, a pesar de los continuos balones de oxígeno que les presta el PNV. Se ha reforzado el Estado de Derecho. En los tiempos más recientes hubo dos momentos clave en los que se quiso poner a la democracia de rodillas. Una fue durante el secuestro de Miquel Ángel Blanco, cuando durante cuarenta y ocho horas se nos quiso hacer a todos cómplices de su tortura o someternos a un general síndrome de Estocolmo. Otro fue la tregua (lo de trampa fue un acierto en solitario de Mayor Oreja) cuando a cambio de una falsa paz se exigían ventajas políticas. Es decir, la continuación del terrorismo en dosis de genocidio. En ambos casos, como de continuo, Mayor Oreja ha sido una personalidad seria, que, mediante criterios éticos, ha desenmascarado el relativismo moral, al que tantos se rindieron. Especial mérito tuvo, en mi opinión, haberse mantenido en el País Vasco, tras las elecciones autonómicas, para evitar la desmoralización de los populares.

El despiste de los presupuestos no es ni tan siquiera un borrón, es simple anécdota, aunque los errores suelen destacar, por desgracia, mucho más de lo que sería razonable. Podía haber estado más atento a las trampas nacionalistas, consciente del poco aprecio de los de Arzalluz a la democracia, pero es la trampa lo que queda como forma abyecta de hacer política. Jaime Mayor Oreja, en fin, cuenta con toda una trayectoria de aciertos y de integridad moral que el error del pasado viernes en la votación de los Presupuestos vascos no puede ni debe poner en entredicho.

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