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Los datos de la encuesta del CIS son un refrendo indudable a la postura inmovilista de José María Aznar, quien desde Menorca no ha lanzado indicios ni de relevos en el gabinete ni de autocrítica respecto a Gescartera. Ciertamente, la oleada del CIS no contempla el efecto del escándalo que se ha producido en su sentido político fundamentalmente en agosto, pero sí el de la Conferencia Política del PSOE, en la que los socialistas tenían puestas tantas esperanzas. Tiene una significación mínima que el PP suba una décima, pero adquiere tonos de categoría que el PSOE descienda tres, porque confirma esa peculiaridad sociológica de que mientras Zapatero persiste en ser el líder mejor valorado su partido renquea y muestras signos de debilidad.

De hecho, la Conferencia Política fue un éxito de forma, pero un fiasco de fondo. Tuvo un exquisito tratamiento mediático, pero la realidad fue que Zapatero cedió en todo ante los barones y la estructura del partido. Se necesita un socialismo nuevo, que sea lo menos socialismo posible, pero eso del “socialismo de nuevo” con reivindicación de la figura histórica de Felipe González puede estar muy bien para los aplausos internos pero tiene una capacidad de seducción ínfima para el electorado. Por lo visto, repele. Mantenerse entre dos aguas, como hace Zapatero, no le hace avanzar por el centro y le hace perder décimas hacia la izquierda. De persistir esta tendencia, por ejemplo, en unas autonómicas sería un desastre sin paliativos para Zapatero. No tomar medidas en política se termina pagando muy caro.

A pesar de algunos análisis bienintencionados, la corrupción no fue la clave en la pérdida del poder del partido socialista sino su fracaso económico. El mantenimiento de las buenas perspectivas en ese terreno es el mejor aval para el PP. Los ciudadanos votan con la cartera.

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