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Una de las benéficas funciones del deporte es la enseñanza y el desarrollo de normas de recto comportamiento. Cuando no hay juego limpio, simplemente no hay deporte. No lo está habiendo en el mundial de Japón y Corea del Sur ni por asomo. Y es una cuestión sobre la que se debe reflexionar mucho, y adoptar medidas, antes de que sea demasiado tarde y la FIFA siga las sendas de corrupción del COE.

La designación de árbitros experimentados y prestigiosos para las semifinales es un reconocimiento de culpa, pero escaso, porque en este mundial lo lógico es que las selecciones hubieran abandonado la competición cuando se produjo el primer robo en favor de Corea, en su partido contra Portugal.

En el partido entre Corea y España no hubo fallos arbitrales, fue todo un completo fallo arbitral. Dio la sensación de que Corea debía ganar fuera como fuera. Pensar en corrupción lisa y llana no es descartable ante lo visto. Los organismos internacionales deportivos son bastante corruptos. Pero incluso había un error conceptual de partida, políticamente correcto: la elección de árbitros y linieres al margen de los criterios de mérito. Ni Trinidad Tobago, ni Uganda, parecen tener trayectoria futbolística alguna. Se trata de primar a personas del tercer mundo, para cosechar votos a favor de los dirigentes de la FIFA o con la buena intención de implantar el fútbol en esas naciones. ¿Es lo que se consigue? Corea ha sido un grave paso atrás.

Corea del Sur es una mala selección, que practica un fútbol deficiente, y que ha ido pasando ronda tras ronda con unos arbitrajes de vergüenza ajena. Por árbitros y linieres que no han pitado nunca bajo presión, en grandes estadios. Lo políticamente correcto siempre deviene en el absurdo. Es la eliminación del mínimo de sentido de justicia.

Puede, sin duda, haber errores arbitrales. No sólo se ha favorecido a Corea, también a Brasil, aunque en el primer caso se han superado todos los límites. Lo que se hizo contra Italia fue aún peor que lo sucedido a España.

Lo políticamente correcto puede acabar con uno de los fenómenos de mayor intercomunicación entre las naciones, como es el fútbol. Se han trastocado las reglas del juego y ni las semifinales ni las final son ya representativas. En cualquier otro sector, se abriría una comisión de investigación para saber si ha habido corrupción económica. La moral ha sido clamorosa. La directiva de la FIFA tendría que pensar en dimitir en bloque.

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