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Enrique de Diego

Le Pen es efecto, no causa

Si sorprendentes han sido los resultados de las elecciones francesas, más aún lo están siendo las reacciones. En primer lugar, la mediática. Uno empieza a pensar que esta querida y entrañable profesión periodística, bajo la dictadura de lo políticamente correcto-estúpido, ha modificado la base de su naturaleza: ya no se trata de describir la realidad, tampoco de transformarla, simplemente de ocultarla. Eso implica una cierta irresponsabilidad. Por de pronto, los medios de comunicación han sido incapaces, con honrosas excepciones, de detectar el ascenso de Le Pen. Pero no pasa nada. De eso se trataba. La diabolización pasa, desde hace tiempo, por la ignorancia. De hecho, los periódicos franceses han ignorado por completo a Le Pen, y por ende a sus electores, hasta el día del recuento de los votos, en el que le han llevado a portada con grandes y críticos caracteres. Todo esto indica desprecio a los ciudadanos y a su capacidad crítica, para administrarles una verdad de salón.

Para justificar esta desinformación, este progresismo light que invade y asola las redacciones, armonizando y unificando casi todas las líneas editoriales, e informativas, la interpretación es en clave de autocensura. El problema no es que en Francia haya inseguridad ciudadana —y una inmigración multicultural, fundamentalmente islámica— sino que se haya hablado de ello en la campaña electoral. Esta pasión por la autocensura ha ido creciendo en los últimos años. Es una forma de fascismo y lo provoca.

Muy probablemente el ascenso de Le Pen es un efecto de este tipo de ocultaciones groseras. Porque si la prensa francesa no le ha concedido una sola línea una de las conclusiones posibles es que unos millones de franceses han castigado a un stablishment que no hablaba de la realidad, y por ende era incapaz de solucionar los problemas al hurtarse a detectarlos.

No es Le Pen un personaje seductor ni mínimamente atractivo para considerarle la causa del terremoto. No es, ni de lejos, su epicentro. Le Pen es, de manera clara, el efecto de problemas objetivos. En ese sentido, conviene repetir lo obvio: la seguridad ciudadana no es un valor de la derecha o de la izquierda, mucho menos de la ultraderecha que es la arbitrariedad y el vandalismo de Estado, sino un corolario fundamental de la libertad. La posesión pacífica de ésta. El mínimo democrático que el Estado debe asegurar, y que da sentido a su existencia y al pago de impuestos. Decir, por ejemplo, que el aumento de la delincuencia nada tiene que ver con la inmigración, como es doctrina oficial de nuestra izquierda miope y de los “ejércitos de salvación” subvencionados, es una ocultación, una mentira. Es intentar hacer comulgar a los demás con ruedas de molino. Los electores franceses han dado un aviso —casi la única reacción interesante en estos lares ha sido de Mayor Oreja (Jaime, por supuesto, no Carlos, el del hijab)—. Ahora, previsiblemente habrá una concentración de voto en defensa de la República y de ¡Francia!, pero si el aviso no se atiende, en el futuro será peor con Le Pen o con le pan. En el islamismo, con perdón, hay una alta dosis de xenofobia. Y en las naciones europeas una alta dosis de estupidez. Una combinación desvertebradora, casi explosiva. En todo caso, desvertebradora.

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