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Enrique de Diego

Quintacolumna y estupidez

El 11 de septiembre ha puesto en evidencia un cúmulo de estupideces que atenazan a las naciones democráticas bajo esa insustancial horterada de lo políticamente correcto, que se ha convertido en el ideario de algunas ongs. Nada nuevo bajo el sol, en cuanto se trata de fórmulas para utilizar el sistema con el fin de destruirlo, habituales en los grupos terroristas. Así, hemos visto cómo los suicidas se prepararon en los propios Estados Unidos, utilizando en su favor la tolerancia de las sociedades abiertas, y cómo eran hijos de familias acomodadas de un falso aliado como es la tiranía religiosa de Arabia Saudí. Luego hemos visto como “ciudadanos británicos” y un “ciudadano estadounidense” acudían a luchar contra sus naciones en nombre del internacionalismo totalitario del Islam. Hemos visto cómo en Londres se celebraron manifestaciones a favor de Ben Laden. O cómo el gobierno francés –que acogió a Jomeini como exiliado para que predicara el exterminio de los occidentales– se mostraba tibio en los primeros momentos por la “presión” de su opinión pública “integrista”. Hemos visto cómo en España se ha detenido a terroristas islámicos que se suponían meros emigrantes y hemos leído que la Policía tiene controlados a centenares de ellos, cuando lo lógico es que nunca hubieran ingresado en nuestro país o estuvieran expulsados. Ahora se detiene a terroristas de Al Qaeda no en Afganistán sino en Inglaterra.

Estamos ante una realidad que se oculta habitualmente en los medios, pero que muchos ciudadanos tienen clara: la emigración no puede ser el paisaje de camuflaje del terrorismo islámico y, por supuesto, ha de estar ligada al contrato de trabajo no a eso de los “papeles” o el permiso de residencia. Todo esto pone en cuestión la misma noción de nacionalidad. La situación que se viene produciendo en la realidad es muy otra: no se expulsa a casi nadie; no se expulsa a nadie que cometa delitos porque delinquir es una forma de permiso de residencia, e incluso se está llegando a una situación chocante en la que las leyes rigen para los autóctonos pero no para los emigrantes. El racismo musulmán que lleva a instalarse en guetos no es nunca noticia, cuando toda racismo es malo, y el Islam lo fomenta, con carácter religioso, con esa condena de los “infieles”. Luego está eso de la “guerra santa” que está tipificado en el Código Penal como apología del terrorismo y que no puede quedar amparada en ninguna falaz libertad religiosa, como tampoco lo está predicar que haya que quemar a los herejes. Hay quintacolumna integrista por las altas dosis de estupidez occidental, cuestión, en lo que es justo decirlo, hace méritos continuos por superarse la izquierda beata. Las sociedades no funcionan con sentimentalismos sino con racionalidad. Y, por supuesto, la Ley de Extranjería está para cumplirse por la Policía y por la Justicia. Y no se está haciendo para nada.


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