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Enrique de Diego

Reflexiones sobre la manifestación

La manifestación de los demócratas –lo de constitucionalistas es una redundancia– el sábado puede considerarse histórica por muchos motivos. Es la primera vez que decenas de miles de personas –por encima de los cien mil– se manifiestan contra el nacionalismo (lo de excluyente es igualmente una redundancia). El mérito añadido es que tal gesto entraña un riesgo para la vida. Esa es la diferencia de esta manifestación respecto a cualquier otra, y más aún con las que se celebran en el País Vasco, donde con frecuencia se manifiestan precisamente los que atentan contra la vida de los demás o los que asisten a esos atentados con una neutralidad cómplice o con una misma identidad ideológica respecto a los verdugos.

Sería de todo punto lógico que la manifestación cambiara muchas cosas en el País Vasco, que su inequívoco mensaje se escuchara en Ajuria Enea. De seguro no será estéril, porque, por de pronto, ha dado calor a quienes combaten en primera línea al último peligro totalitario de Europa. Ha sido, por ejemplo, la primera vez que se ha visto la bandera de España en el País Vasco llevada por ciudadanos y no en edificios oficiales, protegida por Fuerzas de Seguridad. Una manifestación clara de patriotismo constitucional.

Pero el cambio no será decisivo. No se hurtará la necesidad de seguir pugnando en pro de la racionalidad democrática, frente a la irracionalidad de las quimeras etnicistas. La vuelta a la normalidad de la irracionalidad ha sido, de hecho, temprana. Ibarretxe ha seguido su ronda de consultas, en la que quien le da la razón es bienvenido y quien osa contradecirle cae bajo las fauces de un régimen vengativo, acostumbrado a maltratar a los disidentes. Los batasunos-etarras ya han amenazado de muerte a un concejal del PP y Odón Elorza ha quitado el uso de la palabra a los populares en vez de a los batasunos.

La racionalidad es perseguida por el nacionalismo, irracional por esencialista. Es el caso de los empresarios vascos, con su lógica denuncia de los devastadores inconvenientes que provoca la incertidumbre institucional.

La manifestación de San Sebastián ha mostrado cómo el proyecto independentista es totalitario, pues no existe nada parecido a una comunidad moral, sino una parte de la población que trata de imponerse al resto, eliminando derechos personales.

Las cosas no cambiarán del todo hasta que el PNV no sea desalojado del poder, pero en su favor tienen la acción de los matones que sojuzgan a la población, más cuanto más controlable es el pueblo; de forma muy clara, en las zonas rurales. Eso se plasma aún más en las elecciones municipales, que es en las que Ibarretxe confía para mostrarse como el melifluo duce vasco (el musolinismo estético le va más a Arzalluz). Pero no es descartable que el nacionalismo reciba una derrota más –todavía más severa– en las grandes ciudades. Los aires de la ciudad traen la libertad, decían los clásicos renacentistas. Bilbao y Vitoria se erigen en los puntos clave del inmediato futuro electoral.

En España

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