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Iñaki Anasagasti sabe que miente, pero utiliza, en estela con Arzalluz, la técnica nazi de calumniar para marcar objetivos. Lo hicieron con los medios de comunicación y el esquema está funcionando con efectos trágicos. De nada sirve condenar, cuando antes se ha diabolizado. Aquí la única criminalización del nacionalismo es la que perpetra Eta y la única cruzada es la que acaba de cobrarse la víctima número ochocientos.

Sólo la mera repetición de los infundios de Anasagasti produce la nauseabunda sensación de chapotear en la inmundicia humana. El PNV se ha especializado en técnicas de desinformación. Así, hemos sabido que durante la campaña electoral se han dedicado a difundir patrañas del calibre de que una victoria de Mayor Oreja sería la antesala de la guerra civil o el inicio de una etapa de persecución cultural. No sólo no diferencian entre la verdad y la mentira, sino que no les importa mentir a sabiendas con tal de conseguir un objetivo.

La labor de las plataformas ciudadanas no sólo es meritoria, sino elogiable como personas comprometidas con la libertad. Por el contrario, el partido de Anasagasti ha estado financiando, con los presupuestos públicos vascos y en cifras multimillonarias, a grupos y asociaciones en estrecha relación con ETA. Cuando hablaba Egibar de una desmovilización verbal, ¿a qué se refería?, ¿a la desmovilización de los demás?

Esta técnica de la calumnia, propia de totalitarios, parece además inducida por un espejismo, por una ficción, generado por la estulta lectura madrileña de los resultados: quienes han subido han sido los constitucionalistas, no los nacionalistas. Hora es de que el Gobierno vasco gobierne para todos los ciudadanos, y deje de utilizar el PNV técnicas calcadas de Goebbels.

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