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Difícil resulta entender los motivos que llevaron a la dirección del PSOE —al margen de las conocidas presiones foráneas— a relevar a Nicolás Redondo, porque la línea que viene llevando Zapatero es la del ex secretario general del PSE. En todo este tramo, el que está desaparecido es Patxi López, sobre el que no parece injusto predicar cierta inconsistencia política. El sacrificio de Redondo en aras del bien de su partido adquiere en estos tiempos un elevado significado.

Dicho esto, la posición que viene adoptando José Luis Rodríguez Zapatero en la cuestión vasca —respaldo a la Ley de Partidos, voto favorable a la ilegalización de Batasuna— es impecable y modifica, en mi opinión, una de las peores lacras del PSOE de los pasados años: la falta de compromiso con el proyecto nacional. La nueva postura de Zapatero indica que el secretario general ha tomado las riendas de su partido y es capaz de adoptar decisiones importantes sin contestación interna. Algo que fue muy palpable en el pasado debate del estado de la nación.

El equipo de Zapatero es ya la opción irreversible para el futuro del PSOE, sin posibilidades aparentes de revueltas intestinas de nivel. Cabe decir, con las prevenciones de toda hipótesis de futuro, que Zapatero no está tutelado por Felipe González. Tiene un proyecto propio, aún no bien definido, que se mantiene en pautas intervencionistas, aunque de tanto en tanto utiliza conceptos como competencia y consumidores, pero parece tener claro el riesgo nacionalista que se cierne hoy sobre la convivencia, con su efecto —no causa— de violencia y crimen.

En lo relacionado con la ilegalización de Batasuna, Zapatero está siguiendo una línea impecable.

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