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Eva Miquel Subías

Los ochenta de Paco

No sé yo si los encuentros con Sánchez y Rivera han sido tan improductivos como parece que han visto nuestros ojos.

Me preguntaba un buen amigo por Paco el quiosquero. Lo cierto es que siempre lo hace. Demasiado tiempo sin saber de él -le dije-, demasiado tiempo sin escuchar cómo con su contundente serenidad te describe situaciones cotidianas sin la enérgica visión de un taxista de Chamartín, pero con la agudeza de un fino analista anglosajón.

La pasión no sirve para nada, solía espetarme. Solo consigue desgastarte. Me desorientaba de manera habitual. Y eso es, probablemente, lo que más me gustaba de él. No era previsible en sus juicios. Nunca.

Hoy, intentando comprender nuestros entresijos políticos domésticos, me he acordado de él. Tengo curiosidad por saber cómo interpreta y describe nuestro futuro inmediato.

En general, apuntaba Maquiavelo, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven.

Los británicos, en apenas un par de semanas, han votado salir de la Unión Europea, sus principales líderes han presentado su renuncia y han vuelto a ocupar posiciones nuevas caras mientras se quitaban el polvo de la chaqueta tras haber librado unas batallas internas teniendo por escenario algún que otro charco embarrado. Y todo ello sin apenas despeinarse, oigan.

Aquí, la pasión mediterránea se nos está revelando, desde luego, más remolona. Tenemos nuestro ritmo vital como de siesta estival.

Y como somos más de letras, lo de la aritmética como que no. Nos gusta el impulso, el canutazo, el sí pero no, el ya te lo diré mañana y lo consultaré con la almohada una noche de estas. Algo así.

Parece que el 3 de agosto tendremos sesión de investidura. Pero todavía no sabemos quiénes se sumarán con el voto afirmativo y quiénes decidirán abstenerse para permitir un gobierno encabezado por Mariano Rajoy. Tampoco sabemos si habrá sorpresa de última hora o si, una vez descartadas las combinaciones posibles, acudiremos a unas terceras Elecciones. Algo que yo, dicho sea de paso, pongo en duda. Aunque solo sea por tener en cuenta el tacticismo de socialistas y ciudadanos y su clara percepción de que las urnas les castigarían de nuevo.

Pero nadie, a día de hoy, sabe nada. No a ciencia cierta.

Los ochenta minutos de entrevista entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez deberían haber dado algo más de sí, quiero creer. Ochenta minutos. Más de lo que dura un trayecto del puente aéreo, el doble de lo emplea un capítulo de tu serie favorita para contarte lo que necesitas y dejarte con la miel en los labios para encarar el siguiente, casi lo que dura un largometraje de Woody Allen, algo menos de lo que tardas en almorzar con un colega, mucho menos de lo que tardo yo en almorzar con amigas, pero bastante más de lo que dura una reunión ejecutiva formal.

Y si quitamos los preliminares, confidencias personales y demás en otro tipo de encuentro, ochenta minutos, en este caso, yendo al grano y al meollo, son, créanme, muchísimos.

El postureo español está francamente profesionalizado. Tanto, que hasta los votantes, a pie de urna, vacilan a los encuestadores para despistar al personal.

Pero no sé yo si los encuentros con Sánchez y Rivera han sido tan improductivos como parece que han visto nuestros ojos.

Porque quiero creer que ahí han fijado los tiempos que cada uno merece tener, han comentado lo que a España le conviene a corto y a medio plazo y han calibrado con esmero las consecuencias de no llegar a ningún acuerdo; aunque solo sea para acordar que se va a trasladar que, de momento, no hay acuerdo.

Pero vamos. Que mañana paso a ver a Paco.

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