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Eva Miquel Subías

Someone like you

Hoy quiero hablarles de una cantante británica de 23 años. Porque Adele, quien tiene la mala costumbre de emocionarme cada vez que la escucho, se toma un respiro

Hoy estoy algo tontorrona. Lo advierto. No tengo el cuerpo para pactos entre populares y convergentes en el Hotel Neri –versión actualizada y más rompedora que la escena del Majestic-, tampoco me seduce una escapada a Bruselas, puesto que no sería demasiado íntima y tampoco quiero lanzarme a escudriñar a "la otra" Soraya, la que ha surgido con fuerza tras el último cónclave socialista.
 
Así que en esta ocasión, si me lo permiten, me alejaré algo de nuestra realidad política y social más sangrienta. Hoy quiero hablarles de una cantante británica de 23 años. Porque Adele, quien tiene la mala costumbre de emocionarme cada vez que la escucho, se toma un respiro.
 
Y es que adoptar una decisión de estas características no debe ser nada fácil. Por eso quiero detenerme a analizar el porqué de sus poderosas razones.
 
Ironías de la vida, las canciones de su álbum, cuyo título responde al número 21 y que le ha permitido llevarse a su casa nada más y nada menos que seis de los codiciados Grammy, están inspiradas y basadas en una desgarradora ruptura sentimental, algo que no cuesta imaginar que la haya dejado literalmente seca, agrietada, exhausta.

Y precisamente ahora, en esa vertiginosa cima del éxito, desde la que tan difícil resulta permanecer y tan sencillo resbalar y precipitarse por ella, esta joven británica decide que ha llegado el momento de disfrutar de su vida privada, de su relación plena de pareja, de su rutina, de esos instantes gloriosos que te dan la compenetración absoluta con esa otra persona.
 
Hace pocos días la veía en un concierto que retransmitió Canal+ desde el londinense Royal Albert Hall. No pienso ocultarles que derramé unas cuantas lágrimas mientras la escuchaba. Pero sobre todo, cuando narró, entre canción y canción, el motivo de su letra. La verdadera y auténtica razón de su inspiración.
 
Pensarán ustedes que no se trata de nada nuevo. Cierto. Los desgarros emocionales nos han brindado piezas literarias sublimes a lo largo de la historia. E  incluso, en su versión más extrema, suicidios notables. Es sabido que muchas de las grandes relaciones amorosas, hermosas y espléndidas, desembocan en auténticas e inevitables tragedias.
 
Adele desea tomarse un tiempo y escribir de nuevo. Pero desde una vida cómoda, agradable, feliz. Y en su derecho está. Como lo estaba Soraya Sáenz de Santamaría de no acogerse a su permiso de maternidad. Ambas, en sus diferentes ámbitos y por distintos motivos, han sido duramente criticadas por haber escogido una opción que no se ajustaba a la estandar, a la que supuestamente tocaba . La primera, por dar la espalda al éxito en su punto de cocción. La segunda, por querer atraparlo, aprovechar ese momento y dedicar su tiempo a lo que ella considera que puede ser su mejor aportación profesional.
 
La gente tiende a confundir derecho con obligación. Y esa confusión no hace más que restarnos libertad. La libertad de elección, la libertad de pensar cómo educar a tu hijo o cómo enfocar tu exitosa carrera o trayectoria profesional. Pero libertad para ello, al fin y al cabo, que es lo que, a mi juicio, realmente importa y prevalece como principio esencial.
 
Ignoro si Adele podrá retomar su carrera tal y como la dejó. Ignoro si sabrá emocionarnos de nuevo con otro álbum. Si su felicidad será suficiente estímulo como para contarnos algo vibrante. Pero tiene el coraje y el valor de asumir ese riesgo. Suficiente. Y admirable, qué caray.

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