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ESTADOS UNIDOS

Avance rápido en Afganistán

Evidentemente, Hamid Karzai no recibió el último memorando sobre terminología. Los militares estadounidenses han dejado de utilizar la palabra operación para describir la ahora pospuesta ofensiva militar contra los talibanes de Kandahar, la segunda ciudad más grande de Afganistán.

Evidentemente, Hamid Karzai no recibió el último memorando sobre terminología. Los militares estadounidenses han dejado de utilizar la palabra operación para describir la ahora pospuesta ofensiva militar contra los talibanes de Kandahar, la segunda ciudad más grande de Afganistán.
La palabra operación tiene connotaciones asociadas al peligro y suscita temor entre la población, por cuya lealtad se está librando esta lucha contra la insurgencia. El otro día, el presidente afgano anunció el desarrollo de una "operación de saneamiento" y, por si eso fuera poco, sentenció: "Esta operación exige sacrificios".

Han pasado cuatro meses desde que el general Stanley McChrystal dijera aquello –tan propio de la doctrina del nation-building– de "Tenemos un Gobierno en una caja, listo para enviar" a la ciudad de Marja. Al final, las cosas llevaron más tiempo en esa localidad de 80.000 habitantes, a la que el mes pasado el propio McChrystal comparó con "una úlcera sangrante". De ahí la demora –desde la primavera hasta el otoño– en el abordaje de Kandahar, que tiene una población diez veces superior. Es "más importante hacerlo bien que hacerlo rápido". Sí.

El caso es que lo de hacerlo rápido forma parte de la política norteamericana. En su reverencial The Promise: President Obama, Year One (La promesa: presidente Obama, año primero), Jonathan Alter reconstruye las deliberaciones de la Administración sobre Afganistán en otoño de 2009. Mientras se encaminaban a la reunión decisiva, Obama le dijo a su segundo, Joe Biden, que lo de la retirada significativa de efectivos para el año 2011 era una orden presidencial directa. Según Alter, Obama, cuyo mantra para el Ejército era "No ocupar lo que no se puede transferir" –es decir, no ocupar terreno alguno cuyo control no pueda transferirse en un plazo muy breve al Gobierno afgano–, preguntó al general Petraeus: "Quiero que sea honesto conmigo: ¿puede hacerse en 18 meses?"; a lo cual éste replicó: "Señor, confío en poder entrenar al Ejército Nacional Afgano (ENA), y en poder transferirle el control de la zona, dentro del plazo previsto". Entonces, Obama volvió a la carga con esta otra pregunta: "Si no puede hacer lo que dice en 18 meses, entonces nadie va a sugerir que nos quedemos, ¿verdad?". Y se encontró con una respuesta afirmativa tanto por parte de Petraeus como del jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor, Mike Mullen.

Quizá sea así. Sea como fuere, expertos en formación pertenecientes a la OTAN citados por la revista Time afirman que el 90 por ciento de los reclutas afganos no sabe leer el manual de instrucciones del fusil que han de portar, que es muy frecuente que la oficialidad local se quede con el sueldo de los susodichos reclutas, que los soldados "malvenden en los bazares, y a veces a los talibanes", los pertrechos –botas, mantas, armas– proporcionados por los americanos... "Los reclutas –puede leerse en un informe del propio ENA– tienden a no volver una vez se les concede el primer permiso, mientras la cuarta parte de los que se quedan están colgados del hachís o la heroína".

Joe Biden, Hamid karzai y Barack Obama, en una imagen de archivo.Time informa de que mantener en funcionamiento el ENA cuesta 6.000 millones de dólares al año. Lo que obtiene el Gobierno afgano vía impuestos no va más allá de los 1.000 millones anuales. Hasta el momento, Washington ha dado a las fuerzas de seguridad afganas unos 26.000 millones.

Un día, Biden le dijo a Alter: "En julio de 2011 se va a mudar un montón de gente, puede apostar por ello". Pues si se trata de apostar, apueste, estimado lector, por que los talibanes recrudecerán sus ataques de aquí a noviembre, cuando la OTAN debata, en su cumbre de Lisboa, sobre cómo van las cosas en Afganistán. Hicieron falta 2.520 días para que la guerra se cobrara las primeras 500 vidas estadounidenses; el siguiente medio millar lo cosechó en sólo 627 días.

La Administración examinará su estrategia afgana en diciembre, pero recientemente el secretario de Defensa, Robert Gates, rebajó los umbrales de éxito al punto de depositar su esperanza en que se registren "algunos progresos" de aquí a la cita portuguesa. Y mientras Washington se jacta de apretar las tuercas a BP, el Reino Unido se pregunta si su grave crisis presupuestaria –agravada, precisamente, por la evaporación del valor de la que en tiempos fue su mayor compañía– puede ser siquiera en parte paliada con la retirada de 9.500 hombres de Afganistán. Las tropas de combate canadienses y holandesas empiezan a retirarse este verano.

Quizá sea coincidencia que, tras varias semanas de malas noticias procedentes de Afganistán, el otro lunes saltara la buena nueva relacionada con lo que alguna vez Obama ha denominado "el enorme potencial" del país asiático: el New York Times informaba de que, según "altos funcionarios del Gobierno estadounidense", el suelo afgano alberga "casi un billón de dólares en yacimientos minerales sin explotar", lo que podría alterar de forma fundamental la economía local y, tal vez, hasta "la misma guerra de Afganistán".

Esto sólo podría ser cierto en el hipotético caso de que esa riqueza pudiera extraerse en cuestión de 13 meses, o, aún más imaginativamente, en el caso de que la guerra se prolongase durante muchos años: hasta que Afganistán, cuyo PIB no supera los 12.000 millones de dólares, disponga de una industria extractiva digna de tal nombre.

El "sobrecogedor potencial" (Petraeus dixit) de ese yacimiento fomentará la percepción de que la presencia estadounidense tiene algo que ver con la economía, agravará la inenarrable corrupción afgana e intensificará la determinación de los talibanes de luchar hasta la victoria final en un lugar en el que hasta las buenas noticias son malas.


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