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COLOMBIA

Las FARC y el chantaje de los secuestrados

A pesar de que sólo hay tímidos acercamientos, tendentes a conseguir la liberación de los secuestrados que mantienen las FARC, los subversivos ya han señalado las condiciones bajo las cuales se sentarían después a dialogar en un supuesto proceso de paz. Y lo que es peor, no han faltado las voces que aducen que estamos muy cerca, ahora sí, del mal llamado intercambio humanitario y, aún más, de firmar la paz con la guerrilla de Tirofijo. Ilusos, no son más que ilusos que les sirven de idiotas útiles a las guerrillas, o meros campaneros que llevan sus razones.

A pesar de que sólo hay tímidos acercamientos, tendentes a conseguir la liberación de los secuestrados que mantienen las FARC, los subversivos ya han señalado las condiciones bajo las cuales se sentarían después a dialogar en un supuesto proceso de paz. Y lo que es peor, no han faltado las voces que aducen que estamos muy cerca, ahora sí, del mal llamado intercambio humanitario y, aún más, de firmar la paz con la guerrilla de Tirofijo. Ilusos, no son más que ilusos que les sirven de idiotas útiles a las guerrillas, o meros campaneros que llevan sus razones.
En realidad, no hay ningún avance: estamos igual que hace cuatro años en materia de acuerdos. En cuanto al intercambio, las FARC siguen haciendo exigencias que son inaceptables, como la desmilitarización de Pradera y Florida, en tanto que sus delegados tendrían acompañamiento armado. Exigen que el Gobierno libere a todos sus presos, aun cuando estén acusados de delitos atroces, no comprometen ninguna garantía de que los amnistiados no vuelvan a delinquir y exigen imposibles metafísicos como la liberación de Simón Trinidad y Sonia, guerrilleros extraditados a EEUU.
 
En materia de acuerdos de paz, el asunto es indigerible. De forma diligente, las FARC han hecho llegar una carta en la que exigen condiciones imposibles para un diálogo, como la desmilitarización de los departamentos de Caquetá y Putumayo, la suspensión de las órdenes de captura de los miembros de su Estado Mayor, el reconocimiento de la existencia de un conflicto social y armado y hasta la solicitud de que la comunidad internacional suspenda el calificativo de "organización terrorista" para esta guerrilla. Pero hay una exigencia aún más traída de los cabellos: "Suspender los operativos militares a escala nacional y regresar las tropas a sus cuarteles, divisiones, brigadas y batallones".
 
El pueblo colombiano y la dirigencia del país deberían estar ya curados de espanto. A las guerrillas no les interesará la paz mientras no se convenzan de que nada bueno podrán sacar de su rebelión. Los terroristas de ETA, tras meses de intensos coqueteos con Zapatero, acaban de decir que no renuncian a las armas ni a su aspiración de lograr la independencia del País Vasco. Aquí mismo, el ELN ha sido insincero con la sociedad civil y el Gobierno, y nada se ha avanzado en unos acercamientos en los que el Ejecutivo ha demostrado buena voluntad y los elenos no.
 
Al delincuente Francisco Galán lo sacaron de prisión para instalarlo en una confortable casa-finca a cambio de nada. El Estado se va a gastar incluso 500 millones en el acondicionamiento de una derruida casa del extinto capo Pablo Escobar, a la que será trasladada Galán. Esa llamada "casa de la paz" fue visitada por el terrorista Antonio García, a quien el Gobierno otorgó, en aras de la paz, un salvoconducto. Allí le hicieron venia los alcaldes de Bogotá y Medellín y los gobernadores de Antioquia y Valle, entre otros, de la misma manera vergonzosa que la presidenta del Senado y otros dignatarios han acudido a la entrega de paramilitares a las autoridades.
 
¿Cuál fue el resultado? El guerrillero García dijo en todos los tonos que el ELN no hará la paz mientras persistan las causas de la injusticia social, mientras haya pobreza, inequidad, falta de oportunidades, etc.
 
Eso suena muy bonito, y parecería un gesto de altruismo, pero es una manera velada de decir que no harán la paz nunca, que no han abdicado de su deseo de poder, ni lo harán jamás, y que sólo confían en las armas para alcanzarlo. Múltiples versiones de prensa aseguran que García dice abiertamente que no van a pactar ninguna desmovilización con el presidente Uribe y que sólo pretenden pasar de agache hasta que termine el mandato de éste. Ni siquiera han aceptado apoyar planes de desminado para retirar las minas antipersona, que dejan cientos de lisiados cada año.
 
No hay que ser muy sagaz para entender las pretensiones de las FARC: que se reconozca el conflicto, para tener estatus político; que no las llamen terroristas, para recuperar el apoyo internacional; que se desmilitarice el área del Plan Patriota, para recuperar el aliento; y que se acuartelen las tropas para –ya sin el estorbo de las Autodefensas– someter a todos los colombianos. Abramos los ojos: ¿es esa la paz que algunos vislumbran?
 
 
© AIPE
 
SAÚL HERNÁNDEZ BOLÍVAR, periodista colombiano.
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