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Seguramente Aznar, que tiene buena memoria selectiva, recordará la frase de Azaña sobre “el incipiente dogma de la infalibilidad del sable”, tan aplicable a su caso. Porque el incipiente dogma de la infalibilidad de Aznar está arraigando en los estratos gubernamentales con la misma fuerza que las acacias en el suelo de Madrid, según decía también Azaña al convertirlas en símbolo de las tonterías con prestigio popular. Y esa condición infalible de todo Presidente en ejercicio -en cuanto cesa en el cargo, hasta él mismo confiesa, unos quince o veinte años después, que cometió algún error- es la que está llevándole a cometer fallos innecesarios y deslices inoportunos dentro de una política tan acertada en general, o por lo menos tan justa, como la que el Presidente del Gobierno viene propugnando para el País Vasco.

Apelar a la indisciplina dentro del PNV es una de esas cosas que, cuando un líder tiene gente alrededor que le ayuda a pensar y a no cometer errores evitables, no se le ocurre decir ni en broma, porque es contraproducente. Animar a los líderes disconformes con Arzallus a que se sumen al proyecto constitucional del PP, acaso también del PSOE, para tratar de implantar la libertad en aquella sociedad aterrorizada es, qué duda cabe, muy razonable. Pero decirlo en público sólo facilita la estricta observancia de esa dieta rigurosa de marginación con la que Arzallus mantiene a raya a los “michelines” del partido, esos que , según el mussoliniano orador y sabiniano ideólogo, “le sobran” al PNV. Después de que Aznar les haya llamado a rebelarse, a ver quién le lleva ahora la contraria al ama de llaves de la Sabin Etxea.

Como el incipiente dogma de la infalibilidad de Aznar siga arraigando en el tremedal o tembladeral de la Moncloa, lo malo de esta disparatada “Operación Michelín” es que será sólo la primera. Habrá más. Y aunque sólo fuera por la Causa el presidente debería poner más cuidado en los efectos.

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