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TRIBUTO AL MEJOR DISCÍPULO DE ORTEGA

A don Julián Marías, filósofo liberal español

Julián Marías ha sido siempre, en el plano personal y en el intelectual, un hombre discreto. Lo fue durante su vida y, en perfecta coherencia, ha cumplido con su destino hasta la hora de la muerte. En estas fechas, cuando está a punto de consumarse el año de los aniversarios del Quijote, Ortega y Gasset y Tocqueville, Marías se marcha discretamente, sin hacer ruido, sin alharacas, sin furia. Vivió entre grandes, pero nunca a la sombra, pues brilló con luz propia.

Julián Marías ha sido siempre, en el plano personal y en el intelectual, un hombre discreto. Lo fue durante su vida y, en perfecta coherencia, ha cumplido con su destino hasta la hora de la muerte. En estas fechas, cuando está a punto de consumarse el año de los aniversarios del Quijote, Ortega y Gasset y Tocqueville, Marías se marcha discretamente, sin hacer ruido, sin alharacas, sin furia. Vivió entre grandes, pero nunca a la sombra, pues brilló con luz propia.
Julián Marías.
Ciertamente, parece que, de nuevo, en la existencia de los hombres, el destino, el azar y la necesidad se han convocado para dar pleno sentido a la trayectoria de una vida. Estábamos ocupados en ultimar los papeles, los homenajes y los actos públicos en este año de conmemoraciones –de la publicación secular del Quijote, del cincuenta aniversario de la muerte de Ortega y del bicentenario del nacimiento de Alexis de Tocqueville–, cuando de pronto nos llega la noticia del fallecimiento de Julián Marías. No pudo participar activamente en tales festejos debido a su avanzada edad y a su precario estado de salud, pero acaso en ese último suspiro, calladamente, debamos entender una forma de procurarse una presencia que, por lo demás, nunca puede faltar en la memoria de las grandes celebraciones.
 
Y es que hay presencias humanas que, aunque no busquen protagonismo ni hacerse notar –tampoco dar que hablar, en el sentido completo que damos en español a esta expresión–, dejan, sin embargo, una huella indeleble en nuestro recuerdo, quedando así justamente registrada como prueba de que han cumplido fiel y cabalmente con la tarea de pensar y vivir, en los trabajos y los días que se nos tienen reservados para cumplir con ellos.
 
Las presencias que señalo tienen pleno sentido porque una razón vital las empuja. Hablamos en tal caso de vida lograda. Esa presencia y esa vida lograda quedan y quedarán por méritos propios, sean o no reconocidas por todos. Pues la excelencia escapa inevitablemente al juicio de quienes no lo tienen, o sea, de los tontos y los mediocres.
 
El Quijote, Ortega y Tocqueville, nada menos. En el horizonte que perfilan estas tres perspectivas imponentes cobra especial significación la trayectoria de Julián Marías: la idea de España, la filosofía de referencia y la orientación liberal en la política tras una fructífera estancia en América. La esencia y la existencia de España a través de los clásicos preocupan en todo momento al filósofo español nacido en Valladolid pero madrileño de tomo y lomo. Importantísimos textos dan cuenta de ello: La España real, La devolución de España, Los españoles, Ser español. También los libros que no escribió pero que apadrinó y publicitó con entusiasmo y cariño, como España como preocupación, compuesto por su mujer, Dolores Franco.
 
Poco dado a los extremismos y las interpretaciones trágicas, más que dolerle España, la amaba, aunque, eso sí, no podía evitar el quedar perplejo (penosamente perplejo, aunque no apesadumbrado o angustiado) ante la actitud febril y feroz de quienes consumen gran parte de sus parcas energías en odiarla, en calumniarla.
 
Estas cosas, y muchas más, aprendió Marías de su maestro Ortega: el pensar en y desde la circunstancia de España, el escribir y pensar en español, el acercarse a los problemas desde una actitud positiva y jubilosa, constructiva y creadora, nunca rencorosa ni resentida. En la relación con Ortega puede comprobarse, en rigor, el temple y la personalidad de Marías. Fue alumno suyo, pero ante todo quiso ser su discípulo. Asumió esa tarea con decisión, y consciente de las inmensas dificultades que dicho empeño comportaba.
 
Ciertamente, siempre ha sido "complicado" ser discípulo de Ortega (estar con Ortega), y mucho más en aquellos tiempos tan extremos y tan desbordados por las circunstancias… El español siempre ha tenido una relación ambivalente –de amor y odio, podríamos decir– con la grandeza y la excelencia. Acaso ha contribuido a este hecho el estar entre ellas por costumbre; el tenerlas tan cerca; el compartir una Historia de nobleza y conquista; el venir de un Imperio y ser Nación, a pesar de todo; el disponer de un activo rico a escala planetaria como la lengua española; todo esto les cuesta a muchos asumirlo y, a no pocos, soportarlo. Pero he aquí, en suma, nuestra condición, de la que sólo el necio y el rufián procuran escapar, o de la que claudican sin más.
 
Frente a Ortega, bastantes de quienes decían ser sus discípulos –según el momento y la ocasión– aspiraban a ponerle en el sitio que él no quería o que le era ajeno. Pero buscando ponerse en su lugar (en el lugar del maestro), alteraban el orden natural de las cosas y el sentido del respeto, la categoría y el rango, sin los cuales no hay enseñanza que valga ni provechosa transmisión de saber. Julián Marías, a veces con tremenda capacidad de sacrificio, pero siempre con inteligencia, asumió lealmente su papel de discípulo de Ortega, ¡que no es poca cosa! Tuvo, entonces, que aplicarse en armonizar su orteguismo con sus creencias e inclinaciones propias, por ejemplo, su catolicismo.
 
Don Juan Carlos y Jualián Marías.He dicho que actuó "con inteligencia". Ahora añado: y con elegancia, un concepto que pertenece a la misma familia lingüística e intelectiva que aquél y sin cuya influencia es difícil ser verdaderamente orteguiano. Quiero decir: cuando tenía que elegir, sabía elegir bien, con templanza y valentía. Esta actitud suele comportar serios conflictos y no pocos disgustos. Pero Marías no se arredró por ello, cumpliendo su misión con entereza y sin dobleces. A mi modesto parecer, no hay duda al respecto: Julián Marías ha sido el más fiel discípulo de Ortega, y el mejor.
 
No fue sólo un hombre discreto, también conciliador. Pero entiéndase bien lo que quiero decir con esto. Marías ha sido, en efecto, discípulo y seguidor de Ortega –a menudo, también su defensor–, pero no, como otros, un mero repetidor de sus ideas y frases, tampoco un simple hagiógrafo de su biografía, personal e intelectual. Creo que en tal feliz circunstancia intervino poderosamente el haber sido apartado de la disciplina docente y universitaria; he aquí la singularidad del hecho: alejado de las aulas y la cátedra por motivos mezquinos, se libró así de consumir y dilapidar su herencia y su talento en un microcosmos de mezquindades, mediocridades y servidumbres.
 
Marías se vio, de esta forma, estimulado a la independencia intelectual, a pensar, a escribir libros y artículos sin descanso, a visionar miles de películas y a hablar sobre ellas con pasión. De este modo, podemos decir en un sentido muy preciso que Julián Marías, dignamente, virtuosamente, se ganó la vida… Y lo tuvo más difícil que otros, muchos de quienes luego, por cierto, a toro pasado, desde la barrera, han alardeado de ser adalides de la ética.
 
A la vista de las carencias, obstáculos y miserias reinantes en nuestro país, Marías se traslada con su familia a América. Se instala en Argentina, en Puerto Rico y en Estados Unidos, donde tuvo una recepción, recibió un calor humano y disfrutó de un reconocimiento que no siempre le dispensaron sus compatriotas. Su estancia en la Costa Este norteamericana no fue tan corta ni tan deslumbradora como la de Tocqueville en 1831, pero tanto uno como otro aprendieron mucho de la democracia en América, volviendo a sus países de origen vivificados en el liberalismo.
 
Estaba en su naturaleza de persona discreta y conciliadora que su liberalismo fuese recto y sincero, sin declamación o reclamación alguna; del temple de Ortega y Marañón. Es célebre la exposición del segundo: "El liberalismo es, pues, una conducta y, por lo tanto, es mucho más que una política. Y, como tal conducta, no requiere profesiones de fe sino ejercerla, de un modo natural, sin exhibirla ni ostentarla. Se debe ser liberal sin darse cuenta, como se es limpio, o como, por instinto, nos resistimos a mentir". Marías perteneció a esta casta de personajes.
 
Para el día 21 de octubre de 1955, tres días después de la muerte de Ortega, un grupo de universitarios convocaron un acto de homenaje en memoria del maestro por medio de una esquela que rezaba: "Don José Ortega y Gasset, filósofo liberal español". Hoy, pocas horas después de la muerte de Marías, debemos recordar a otro maestro con similar precisión: "A don Julián Marías, filósofo liberal español".
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