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CIENCIA

Adelgazantes decepcionantes

Las pastillas adelgazantes tienen un efecto "modesto" en el control de la obesidad, según revela un estudio que acaba de hacerse público. Sin duda alguna, ésta es una mala noticia para los entrados en carnes.

Las pastillas adelgazantes tienen un efecto "modesto" en el control de la obesidad, según revela un estudio que acaba de hacerse público. Sin duda alguna, ésta es una mala noticia para los entrados en carnes.
Los fármacos contra la obesidad, como el orlistat, sólo ayudan a bajar una media de 5 kilos de peso, o, dicho de otra forma, a reducir el 5% de la masa corporal, según un trabajo canadiense que aparece publicado en la revista British Medical Journal. Una mala nueva para aquellas personas sometidas a este tipo de tratamiento médico.
 
Desde hace décadas, los científicos, presionados por una sociedad sedentaria, glotona y reacia a hacer sacrificios, buscan una píldora mágica que ayude a controlar el peso corporal. Los cánones de belleza imponen la delgadez como marchamo de éxito social, profesional y amoroso: ocho de cada diez españoles dan una importancia relevante a la apariencia y piensan que se discrimina a los orondos; y, pese a que son conscientes de que el exceso de peso constituye un problema serio de salud, ligado a la diabetes, la hipertensión y las enfermedades cardíacas, dejan este asunto en un segundo plano en beneficio de la estética.
 
Con estos mimbres, el abordaje médico del sobrepeso y la obesidad se enfrenta a una lasa actitud social, basada en el culto a la imagen corporal. Esto explica en parte por qué sólo una de cada cinco personas acude al médico para bajar de peso, y por qué la mayoría quiere adelgazar mucho y rápidamente, sin importarle el coste, la eficacia real del método utilizado o los peligros que éste conlleve para la salud.
 
De poco vale advertir que numerosas plantas medicinales que se venden como remedios naturales contra la gordura tienen una acción terapéutica bien distinta de la que se publicita, y que la mayoría actúa como agentes diuréticos y laxantes, lo que supone una pérdida de peso a expensas de los líquidos. La valeriana, la frángula, la alcachofa, el plántago, la piña, el hipérico, la garcinia, los tés o la cola de caballo no devoran grasas ni se zampan los michelines. Tampoco sirve decir que las dietas de moda, que se prodigan después de las pantagruélicas Navidades y antes del estío, para lucir palmito en playas y piscinas, tienen un efecto yo-yo: el kilo que se pierde ahora se recupera después... con unos fuertes intereses. Éstos se almacenan en forma de michelines.
 
La ignorancia y la falta de estímulos de unos y la habilidad comercial de otros han hecho de la obesidad un pingüe negocio. Un dato: los españoles nos gastamos más de 2.000 millones de euros al año en mantener –o recuperar– la línea, con remedios a veces poco ortodoxos.
 
Aunque se suele banalizar sobre las cartucheras y los michelines, lo cierto es que la obesidad está adquiriendo tintes epidémicos, sobre todo en la sociedad occidental. Alrededor de mil millones de personas tienen sobrepeso o son obesas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En España, a pesar de que tiene un índice inferior a países como los EEUU, Alemania, Polonia o Hungría, pero por encima de los de Australia, Países Bajos, Suecia, Francia y Bélgica, la obesidad afecta al 13% de los adultos, según la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (Seedo). Y, aparte, casi un 20% tiene sobrepeso. La situación infantil no es menos preocupante: de los 7 millones de niños que hay en nuestro país con entre 2 y 10 años de edad, 2 millones sobrepasan su peso ideal y 500.000 son obesos, según los expertos que han participado recientemente en unas jornadas organizadas por la Asociación Española de Codificación Comercial (Aecoc) sobre seguridad alimentaria y nutrición.
 
Los nutrólogos coinciden en afirmar que la mejor forma de luchar contra esta plaga grasienta es la prevención. Ejercicio físico y dieta sana son la clave para mantener a raya los michelines. Si esto falla, entran en juego los tratamientos: psicoterapia, fármacos y, en casos de superobesidad y obesidad mórbida, cirugía bariática.
 
Detengámonos en los medicamentos, y especialmente en los de uso fraudulento. Ciertos fármacos, como los diuréticos, los laxantes, los antidepresivos, las biguanidas y las sustancias termogénicas, caso de la efedrina, la cafeína y los beta agonistas, se pueden encontrar de forma habitual en las fórmulas magistrales de las pastillas adelgazantes. Hay que advertir que estos cócteles –que, por cierto, se comercializan ilegalmente a través de redes de médicos, laboratorios y farmacéuticos– están prohibidos desde 1997. Aparte, su eficacia como adelgazantes jamás está avalada por estudios científicos.
 
A fecha de hoy, sólo existen tres medicamentos específicos para luchar contra los kilos de más: el orlistat, la sibutramina y el rimonabant. El primero es un inhibidor de la lipasa pancreática, una enzima que participa en la digestión de las grasas dividiendo los triglicéridos de los alimentos y reduciéndolos así a una mezcla de ácidos grasos libres y monoglicéridos. Todos estos se unen a las sales biliares para cruzar la pared intestinal y pasar al organismo. Los kilos de más que se evacuan tiene un precio: entre los efectos secundarios del orlistat caben citar la diarrea y el dolor intestinal. Por su parte, la sibutramina interviene a nivel cerebral, concretamente en la concentración de ciertos neurotransmisores en el centro del apetito, que regula las sensaciones de hambre y saciedad. Este neurofármaco también tiene su lado negativo, pues causa taquicardias y un aumento del pulso y la tensión arterial. El tercero también tiene su plaza de acción en el cerebro, pues interviene en un sistema neuronal que afecta el balance energético, el metabolismo de la glucosa y los lípidos y el peso corporal. Además, el rimonabant engaña a las neuronas que modulan la ingesta de alimentos muy apetecibles y ricos en azúcar o grasas. Entre sus efectos perniciosos destacan los vómitos, el riesgo de padecer infecciones respiratorias y la aparición de trastornos psiquiátricos, como la ansiedad, el insomnio, la irritabilidad y los cuadros depresivos.
 
Hasta ahora, los estudios con pacientes habían sobrevalorado las bondades de estos tres comekilos. Pero el nuevo informe no sólo rebaja de forma notable su eficacia, sino que tacha de injustificado su uso en el control del peso. Para llegar a esta conclusión radical, el profesor Raj Padwal y sus colegas de la Universidad de Alberta han seguido durante más de un año la evolución de 20.000 obesos que superaban de media los 100 kilos y que tomaban alguno de los tres fármacos citados. Los resultados son demoledores: los que tomaban orlistat sólo adelgazaron 2,9 kilos; los medicados con sibutramina, 4,2, y los tratados con rimonabant, 4,7. Ninguno de los adelgazantes sobrepasó la barrera de los 5 kilos, que es la que fijan las autoridades sanitarias para recomendar su prescripción médica. Esto, unido a sus efectos secundarios, pone en un brete el terceto farmacológico.
 
Los investigadores advierten que estas píldoras no constituyen una alternativa a la "vida sana", y, en este sentido, insisten en el abandono del sedentarismo y la glotonería para empezar a borrar los michelines.
 
No obstante, la prescripción de estos fármacos podría estar justificada por su efecto protector. Por ejemplo, un estudio revela que el orlistat reduce la incidencia de la diabetes en los pacientes obesos, y otros informes apuntan que los tres fármacos reducen los niveles de colesterol.
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