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CHUECADILLY CIRCUS

Amor, humor y Bertolucci

Vaya oxímoron... Este Margol está cada día peor... Je ne comprends pas. El otro día le decía a un amigo que su teoría sobre el racismo de Aslan, el león de Crónicas de Narnia, me parecía propia de una mente retorcida. "Yo no estaría tan seguro. Todavía hay gente que ve películas de Bertolucci". O que es capaz de denunciar a Hamás por crímenes contra la humanidad. ¿Dónde hay que firmar?

Vaya oxímoron... Este Margol está cada día peor... Je ne comprends pas. El otro día le decía a un amigo que su teoría sobre el racismo de Aslan, el león de Crónicas de Narnia, me parecía propia de una mente retorcida. "Yo no estaría tan seguro. Todavía hay gente que ve películas de Bertolucci". O que es capaz de denunciar a Hamás por crímenes contra la humanidad. ¿Dónde hay que firmar?
Terroristas de Hamás.
Si les seduce la propuesta, pueden ir a Petition Online y solicitar al secretario general de la ONU que haga el favor de decir a los de Hamás que dejen de esconderse en colegios, hospitales y sitios así. Ni siquiera los nazis llegaron tan lejos. El Tercer Reich se gastó un pico construyendo búnkeres impresionantes en Berlín para proteger a los arios de las bombas, sobre todo soviéticas: en 10 días Stalin envío tantas como las que habían lanzado los anglos en más de cuatro años. Eso sí que es desproporción, digo yo.
 
La buena noticia es que, a pesar de los terroristas y de los negacionistas, valga la redundancia –¿admitimos a Petain como político liberal? No, no, no–, un año más hemos podido rememorar el Holocausto y honrar a todas sus víctimas en paz. La Asamblea de Madrid ha montado una magnífica exposición de los dibujos de Joseph Bau, uno de los supervivientes del gueto de Varsovia y del campo de concentración de Plaszow. Algunos han conocido al personaje por sus memorias, publicadas en España la primavera pasada. Un grupo de privilegiados lo habíamos hecho antes gracias a sus hijas, Clila y Hadasa.
 
Todavía recuerdo el momento en que un par de señoras ataviadas con unas camisetas inapropiadamente ceñidas para su edad y con sendos micrófonos a lo Madonna en el legendario tour Blonde Ambition irrumpieron en el aula que compartíamos un grupo de hispanohablantes en el Yad Vashem de Jerusalem al grito de "¡Arriba el ánimo! Esto es: amor y humor en el Holocausto".
– ¿Mande?
– ¿Qué?
– ¿Pero tú las has visto?
– Chica, ya sabes que en este país hay gente muy excéntrica. La Vieja Europa transplantada a Oriente Medio engendra cosas así.
Aciertan los que sospechan que al menos dos de los comentarios anteriores son míos. Así somos los admiradores de Bertolucci, querido Tim. Sin embargo, la incredulidad, el cachondeo y el cinismo duraron bien poco, lo que las Bau tardaron en relatarnos cómo su madre se había enfrentado al mismísimo Mengele para salvar su vida. "Siempre fue una descarada, más o menos como nosotras".
 
Uno de los dibujos de Joseph Bau.En las películas malas siempre hay alguien que dice que hay momentos que valen toda una vida. En mi caso, fue aquella presentación entre lo sublime y lo demencial, a caballo entre Ionesco y Camus. A media que Clila desgranaba los horrores del Holocausto, convenientemente ilustrados por su padre, mientras Hadasa nos leía las chanzas que éste había compuesto a propósito de aquello en forma de chistes y aforismos desperdigados en sus memorias y diarios, yo me sentía zarandeado, elevado y después lanzado a lo más profundo de una embriagadora montaña rusa emocional. De repente todos mis retorcidos propósitos –no lloraré, no sufriré, no me comportaré como una plañidera– se hicieron añicos, ante la mirada clara y la sonrisa franca de estas dos mujeres extraordinarias.
 
Tras la performance –por llamarla de alguna manera– de las Bau salí a una terraza que daba a un surrealista bosque de coníferas. Y tal vez allí, mientras a mi lado un grupo de jóvenes soldados y soldadas apartaban sus armas de fuego para sentarse y comerse el bocadillo del almuerzo, comencé a entender algo. Como decía el Mago de Oz, "un corazón no se juzga por cuánto ama, sino por cuántos lo aman". Supongo que a estas alturas el de Joseph Bau será más o menos del tamaño de Júpiter gracias a sus hijas:
Cuando fui a Canadá a dar unas charlas, mi padre me dijo que si me topaba con algún crítico de Israel evitase la política y le dijera que lo que tenía que hacer era reírse y hacer el amor con más frecuencia. En un colegio un niña palestina comenzó a gritarme. Yo me limité a desear que el señor Arafat tuviera mejor sentido del humor y que aprendiera a pasarlo mejor en la cama. Acabamos fundidas en un abrazo. Fue muy emocionante.
Anécdotas como éstas brotan continuamente de los labios de Clila y Hadasa. Quien haya compartido algún rato con ellas en alguna de sus visitas a España también conocerá la de Barajas:
Salimos de la aduana y nos topamos con un señor que portaba un cartel en el que se leía: "Hermanas Bau". O sea, que tenemos familia en España. Decidimos esperar merodeando cerca del cartel para saludar a Hermanas Bau y sorprenderle con la noticia de sus parientes en Israel. Enzo, un chico argentino que viajó con nosotras, se nos acercó y nos preguntó que hacíamos allí.
 
– ¿Es que no lo ves? Resulta que tenemos familia en España.
– Estos aires de Galicia sientan pero que muy mal.
Aunque la mejor es otra de Canadá:
Llamé a un tal Bau y me respondió un chino. "¿Podría hablar con el Sr. Bau?". "Al apalato". "Perdone, señor, pero usted es chino y yo nací en Polonia". "Pues mila qué bien". Años después, mi hermana fue a la misma ciudad y, como solemos hacer cuando viajamos, consultó la guía telefónica por si daba con algún pariente al que no hubieran matado los nazis, pues casi todos terminaron como ya sabes. Respondió el mismo hombre, y tras una conversación similar a la primera dijo que todo aquello era casi sobrenatural, pues hacía mucho tiempo había recibido una llamada similar. "No me diga".
Clila y Hadasa no entienden por qué en estos tiempos todavía puede haber personas que nieguen lo que le ocurrió a su familia o afirmen que las víctimas se lo tuvieron poco más o menos que merecido. Yo sí, pero no quiero que se preocupen. Además, no creo que sean aficionadas a los segmentos de terror tradicionalista que de vez en cuando emite la televisión sueca, en los que presuntos obispos salidos del mismísimo Averno dicen que todo lo que Joseph, Rebecca y otros vieron, oyeron, incluso olieron fue puro delirio. Temen por sus hijos, uno de los cuales quiere ser piloto –la otra acaba de terminar su servicio militar sana y salva y quiere pasar una temporada en los EEUU–. Poco antes de venir me preguntaron si Madrid sería un lugar seguro para ellas.
 
En Don Quijote en los Cárpatos, Mercedes Monmany, insustituible compañera de pupitre y risas en la Tierra Prometida, nos invita a leer a Schnitzler, cuyo aparente cinismo describe como ese "nirvana mental y antidogmático al que llegan los espíritus más serenos y lúcidos". Estoy de acuerdo. Cada día estoy más seguro de que "el martirio siempre ha sido una prueba de la intensidad, no de la corrección, de una creencia".
 
Larga vida al espíritu de Joseph Bau, el hombre que nunca perdió la sonrisa, quizá porque también el sabía que
ser infeliz es sólo la mitad del infortunio.
"Que sientan pena por ti sí es una completa desgracia".
 
 
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