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CIENCIA

Ardores hormonales

La llegada del verano hace que nos mostremos más receptivos a los estímulos eróticos, sobre todo el sexo masculino, que se ve inundado por un tsunami de testosterona que le dispara la libido. Pero un exceso de ésta puede ser dañino.

La llegada del verano hace que nos mostremos más receptivos a los estímulos eróticos, sobre todo el sexo masculino, que se ve inundado por un tsunami de testosterona que le dispara la libido. Pero un exceso de ésta puede ser dañino.
No es casualidad que los calores estivales aviven cada año los instintos sexuales de hombres y mujeres. En parte, este aumento del apetito erótico tiene una explicación fisiológica: la testosterona, hormona segregada por los testículos en el varón y por los ovarios en la mujer, ve incrementada su concentración en sangre durante los meses veraniegos. Y una mayor presencia sanguínea de esta hormona se traduce en un aumento del deseo sexual. En el hombre, la excitación de origen biológico es más patente, ya que sus gónadas liberan de 2,5 a 11 miligramos diarios, frente a los 0,25 de la mujer. De ahí que los centros que regulan el apetito sexual en el varón estén constantemente siendo agitados por una brisa hormonal.
 
Obviamente, existen otros factores que influyen poderosamente en nuestra fogosidad estival: un mayor tiempo para las relaciones sociales, una bajada del estrés cotidiano, más estímulos eróticos (escotes, transparencias)…
 
Pero volvamos a la testosterona, sustancia considerada por los sexólogos como el elixir del amor. Ella controla los estímulos sexuales en los dos sexos. La conexión está bien establecida. Los hombres y mujeres que presentan una mayor cantidad de testosterona circulando por su cuerpo tienden a mostrar una mayor actividad sexual. Los atletas masculinos que se inyectan la hormona para aumentar su masa muscular y la estamina piensan más en el sexo y tienen más erecciones matinales, más encuentros amorosos y más orgasmos. Y las mujeres de mediana edad que reciben testosterona como terapia sienten fortalecida su capacidad erótica. Es más, la libido masculina alcanza su máxima expresión entre los 20 y los 30 años, cuando los niveles de la hormona son más altos. Y muchas féminas se sienten más receptivas al sexo durante la ovulación, cuando la concentración de testosterona aumenta.
 
También este licor juega un papel nada despreciable en el amor romántico: el orgasmo no sólo provoca placer y relax muscular, sino que incita la producción de dopamina, un neurotransmisor que inunda las cabezas de los enamorados. Curiosamente, el líquido seminal podría contribuir al enamoramiento, ya que los científicos han hallado entre los elementos que lo componen dopamina y norepinefrina, así como tirosina, un aminoácido imprescindible en la síntesis de la dopamina.
 
Basia Kuperman: AMANTES (detalle).Y un apunte más: el año pasado un equipo de investigadores descubrió que los hombres que han sido papás tienen un volumen sanguíneo de testosterona menor que los solteros o los padres con hijos mayores. ¿Se trata de un mecanismo natural para controlar su apetito sexual y evitar que se fijen en otras posibles compañeras? Tal vez.
 
A priori, parece ser que las personas con una dosis extra de testosterona gozan de una sexualidad más placentera, y en el caso de los hombres les hace parecer más masculinos y saludables, lo que aumenta la posibilidad de emparejarse y tener descendencia. Pero la testosterona también tiene una cara negativa. En exceso, debilita el sistema inmunológico y amplifica el estrés, lo que puede no ser bueno para perpetuar los genes, si hablamos en términos puramente reproductivos.
 
Para conocer qué ventajas puede tener una dosis extra de machismo, desde el punto de vista evolutivo, la psicóloga ecologista Wendy Reed y sus colegas de la North Dakota State University se introdujeron en los Montes Apalaches para "tocarles los testículos" a una pequeña población de unas pequeñas aves del tamaño de un gorrión conocidas como juncos o chingolos pizarrosos.
 
En cada excursión anual, estos investigadores atrapaban un centenar de pajarillos con redes invisibles y los dividían en dos grupos. A los ejemplares de uno de ellos les hacían una incisión debajo del ala para colocarles dos tubos diminutos rellenos de testosterona cristalizada; a los del otro también se les realizaba la misma operación, pero con los tubos vacíos. Después los anillaban con cintas de colores y los soltaban, para que realizaran su vida normalmente.
 
Los chongolos son unas aves socialmente monógamas y forman una familia con una pareja. No obstante, los test de paternidad revelan que tienen una elevada actividad sexual para asegurar la descendencia.
 
Sin ánimo de ser exhaustivos, los resultados del experimento fueron reveladores: los machos con una dosis extra de testosterona vivían menos que los demás, pero a cambio tenían más descendencia. Aún es pronto para sacar conclusiones, y más si se quieren trasladar a los humanos, pero todo apunta a que una dosis extra del elixir del amor estimula el instinto sexual y las probabilidades de tener descendencia; sin embargo, esta ventaja tiene un precio biológico: tiempo de vida. Al final van a tener parte de razón aquellos que afirman que el sexo mata.
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