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PANORÁMICAS

¡Disparen al crítico!

"¡No disparen al crítico!". Ese era el título del ciclo de conferencias y mesas redondas que en el centro cultural Koldo Mitxelena de San Sebastián protagonizó hace años un gran número de críticos cinematográficos, responsables de festivales europeos y cinéfilos en general. En cambio, aquí y ahora les queremos invitar a que disparen con el crítico o... ¡al crítico! Civilizadamente, se entiende.


	"¡No disparen al crítico!". Ese era el título del ciclo de conferencias y mesas redondas que en el centro cultural Koldo Mitxelena de San Sebastián protagonizó hace años un gran número de críticos cinematográficos, responsables de festivales europeos y cinéfilos en general. En cambio, aquí y ahora les queremos invitar a que disparen con el crítico o... ¡al crítico! Civilizadamente, se entiende.

No hace falta llegar a la belicosidad de Bergman, que abofeteó a un crítico respondón. Lo que evidencia, por otra parte, que al realizador sí que le afecta, hasta la indignación, la respuesta del crítico, un espectador se supone que con más criterio y discernimiento, un espectador ilustrado, un eslabón intermedio entre el creador y el espectador estándar.

En inglés, el verbo to shoot tiene entre sus acepciones la de disparar armas de fuego y la de decir algo a alguien rápidamente. También la de rodar una escena o secuencia en una película. Rodar, decir: disparar. La crítica continúa la labor de la realización cinematográfica, literaria o artística por otros medios. Creación y apreciación van de la mano, en una asociación complicada que a veces desemboca en la simbiosis, cooperativa y mutuamente beneficiosa, y muy de vez en cuando en el parasitado mortal, cuando el sátrapa de turno decide que el arte ha de tener una "función social". No fue Stalin, crítico artístico en Pravda, el primer ni el último ejemplo de parásito que chupa la energía de los artistas, aunque sí el más sanguinario. El hombre que puso la bota proletaria encima de Shostakovich hubiese suscrito punto por punto el dictamen sobre la tarea justiciera de la crítica que en la extraordinaria Ratatouille pone Brad Bird en boca de Anton Ego, crítico gastronómico que va a comer como quien va a un funeral (caníbal):

La vida de un crítico es sencilla. Arriesgamos muy poco y abusamos de nuestro poder sobre aquellos que someten su trabajo a nuestro juicio. Prosperamos con las críticas negativas, que son divertidas de escribir y también de leer. Pero la triste verdad es que cualquiera de sus basuras tiene más significado que nuestras críticas.

Me pareció una paradoja el título de las conferencias donostiarras. Un crítico de cine suele ser alguien rápido en desenfundar conceptos y metáforas para alabar o destripar la película que le pasa por delante. O, cada vez más usual, para producir boato en torno a sí mismo, para situarse a la altura creadora del propio autor.

La célebre advertencia, "¡No disparen al pianista!", se colocaba en las pianolas de los salones del salvaje y lejano Oeste para recordar al personal que los pobres intérpretes no estaban en el mismo nivel que la clientela pistolera. Pero los críticos no pueden reclamar para sí dicha inmunidad. En el ámbito de la competición de las ideas y las imágenes, las suyas son tan disparables, criticables, como las de aquellos que soportan sus criterios más o menos sesgados, interesados, razonados.

Se ha repetido hasta convertirlo en un lugar común que el crítico de cine es un director frustrado. Dado que su tarea más inmediata es la escritura, pudiera ser que su vocación torcida fuera la de guionista; pero es cierto que algunos críticos, cuando han podido, han dado el salto a la dirección: por ejemplo, Truffaut, el cual advirtió, cuando aún estaba resguardado al otro lado de la barrera, que

los elogios excesivos, cuando son unánimes y escoltan toda una carrera, pueden esterilizar a un artista mucho más que la ducha de agua fría que corresponde a la realidad de la vida.

El francés, antes de ejercer como director, fue integrante de la turba de pobres pistoleros en la célebre Cahiers du Cinéma. Era de los que disparaban a matar. Hiriente por apasionado, ofensivo en su lucidez, metía la pata como sólo pueden hacerlo los devotos. Recuerdo, por ejemplo, su comentario demoledor de Centauros del desierto.

John Ford, senil y repetitivo, nos aburre. En Centauros el desierto, la cámara siempre llega después del final de la batalla, con el tren de John Ford que llega tarde para filmar las ruinas todavía humeantes, los cadáveres todavía tibios o las huellas. Y como John Ford no sabe filmar el paso del tiempo, entre el primero y el último plano sentimos como si, en lugar de cinco años, hubieran transcurrido dos días. Los colores no son feos y, si se ve la película en el Cine Rex, el hecho de que permitan fumar hace un poco más soportable el aburrimiento fordiano.

Párrafo incisivo en su negatividad, que nos permite aprender de la película fordiana porque, aunque no compartamos su evaluación de lo-que-pasa, es precisamente su visión-de-lo-que-pasa, ese retardo consciente para grabar las consecuencias de la devastación más que la devastación misma, lo que ilumina decisivamente Centauros del desierto. Además de esa anécdota perfectamente intrascendente en su momento del cigarrillo encendido en la oscuridad de la sala cinematográfica, pero que añade en estos momentos de persecución en nombre de la salud pública un colorido de nostalgia heroica.

Le doy la razón en parte a Truffaut. No por lo que dice de la película de Ford, sino por lo que dice de la actividad crítica, una labor en efecto de segundo orden. ¿Quién quiere ser un segundón? Entre tiburón y pez piloto, ningún niño escogería lo segundo. El pez piloto es un carroñero que acompaña a los grandes depredadores y aprovecha los restos de sus cacerías. Pero esa relación realmente no es parasitaria sino simbiótica, porque a cambio los pilotos limpian y acicalan a los grandotes. Los peces piloto eran considerados sagrados en la Antigüedad pagana, porque se creía que guiaban a los barcos a puerto. Naucrates ductor, "conductor de náufragos", podríamos libremente traducir.

Esa labor intermediaria quizás no sea la fundamental ni la más atractiva, pero sí es condición necesaria de la crítica artística. Es decir, hay que ser capaz de articular un punto de vista, formularlo con coherencia y de una manera racional, y tratar de que sea una experiencia enriquecedora desde el punto de vista intelectual.

Apliquemos la regla de la universalización y eliminemos a todos los críticos. ¿Se para acaso el mundo? Nada que ver con profesiones evidentemente útiles, como los médicos, los ingenieros o los fontaneros (no necesariamente en ese orden). ¿Para qué sirve un crítico, sobre todo un crítico de libros como Mario Noya o un crítico de cine como éste su seguro servidor? Una productora norteamericana tuvo que reconocer que, para su publicidad, había utilizado frases elogiosas de un crítico inexistente. Parece que el crítico de cine cumple esa función de guiar a los espectadores a/en las películas. Alguna vez, al leer determinadas críticas elogiosas de películas de enorme presupuesto he caído en la tentación de pensar que una mano negra y adinerada había guiado la pluma del crítico, como intentaba hacer el Kane de Welles con su crítico teatral. Esa función de cicerone, de Virgilio por las selvas infernales de las multisalas de los centros comerciales, ha sido un clásico en la tarea crítica, siendo nuestro Poeta-Guía el gran André Bazin. En mi caso, he disfrutado de algunos críticos españoles de cabecera, como José Luis Guarner en tiempos pasados o Álvaro Arroba en tiempos más recientes. Aunque a veces haya apostatado de ellos, lo cierto es que son un referente al que hay que volver una y otra vez, como Nando Salvá, Ángel Fernández Santos, Serge Daney, James Agee, Sergi Sánchez o Eric Rohmer, mezclando churras con merinas, porque no sólo guían sino que, de la misma forma que las películas, con su visión ofrecen perspectivas, salidas conceptuales o giros inesperados que son capaces de enriquecer las nuestras, ofreciéndoles argumentos más fuertes o bien cambiándolas drásticamente. Y no sólo en el ámbito cinematográfico.

En tiempos de confusión por la masiva influencia de la vanguardia y la moda, que obligan a realizar la revolución permanente en un furioso devenir de esnobismo, la lectura de los textos claros e iluminadores, autónomos en su ironía distanciada frente a los dogmas periodísticos y académicos, de Robert Hughes en arte, Joaquín Vidal en toros, Federico Jiménez Losantos en novela negra o Harold Bloom en literatura sirven de referencias inmutables en el fárrago de la cháchara publicada en periódicos y revistas especializadas.

 

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