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CRÓNICA NEGRA

No es que haya un h. de p. menos...

El camionero Volker Eckert, un asesino en serie que mataba mujeres en sus largos trayectos europeos, fue encontrado ahorcado en su celda el pasado día 2. Algunos habrán dicho: un canalla menos. Pero se equivocan. Los que hemos perdido somos todos los demás.

El camionero Volker Eckert, un asesino en serie que mataba mujeres en sus largos trayectos europeos, fue encontrado ahorcado en su celda el pasado día 2. Algunos habrán dicho: un canalla menos. Pero se equivocan. Los que hemos perdido somos todos los demás.
Eckert había actuado en una ciudad de la Alemania falsamente democrática, y cuando la reunificación se olvidaron de sus antecedentes. Como tantos asesinos sexuales, fue primero exhibicionista y violador; al salir de su encierro, se puso al mando de los controles de un camión y se lanzó a la carretera. Sólo en Italia hay cuarenta asesinatos sin resolver al borde de la carretera, y otros muchos en Inglaterra. Eckert, descubierto por la policía española, había admitido la autoría de cinco homicidios, dos en Francia y tres en España.
 
Cuando fue encontrado muerto, estaba a la espera de la orden de extradición para ser juzgado. Ahora ya nunca nos contará sus secretos. Es una gran pérdida que no puede nada más que entristecernos: se nos escapa otra oportunidad para entender las motivaciones y técnicas de los grandes asesinos.
 
Eckert era soltero, de 48 años. Vivía prácticamente en la cabina de su vehículo; allí subía a las chicas que encontraba en sus trayectos. Las ataba y estrangulaba mientras tenía acceso carnal con ellas. En algunos casos les cortaba mechones de pelo, que conservaba en su cabina. También les sacaba fotografías. Le hacían mucha compañía en sus largos viajes.
 
Le descubrieron porque aparcó el camión en un lugar inadecuado. Con el tiempo, cada vez era más atrevido, y se estaba convirtiendo en descuidado. En su último viaje a España trasladó el cadáver de una búlgara de 20 años hasta que encontró el modo de deshacerse de él. Las cámaras de seguridad de una empresa captaron la matrícula de su vehículo.
 
En los interrogatorios fue parco. La policía hizo su trabajo, pero el gran misterio quedó sin resolver. ¿Quién era? ¿Por qué mataba? ¿Nos podría haber ayudado a prevenir la delincuencia? Su caso precisaba un estudio completo, un análisis adecuado. La lucha contra el crimen aprende de la experiencia, excepto donde los ciudadanos no presionan a las autoridades. Ahora que el camionero asesino se ha quitado la vida, nos hemos quedado un poco más indefensos. No es que nos hallamos librado de él, sino que se ha burlado de la justicia.
 
Durante décadas, el criminal ha cumplido sus deseos, y cuando se veía descubierto, neutralizado, lograba huir. Por eso no es que haya un peligro menos, sino que se abre un misterio más. Lo intolerable es que no es el único que se libra de esta manera tras perpetrar crímenes horribles.
 
El 1 de enero de 1995, en Inglaterra, otro asesino múltiple, Frederick West, el propietario de la Casa de los Horrores, donde torturaba, violaba y descuartizaba, se ahorcó presuntamente en su celda, cuando sólo faltaba un mes para que la audiencia decidiera sobre el proceso. Era su última escapada, que le evitó un largo y tedioso camino. Le atribuían doce asesinatos, pero se tenía la convicción de que había matado mucho más. La horca fue su último truco.
 
El 23 de enero de 2004, Harold Shipman, el Doctor Muerte, probablemente el mayor asesino en serie de todos los tiempos, médico de cabecera que mataba a sus pacientes con una inyección de heroína, fue encontrado muerto en la prisión británica de Wakelfield. Aparentemente, se había suicidado colgándose de los barrotes con la sábana de la cama. Como siempre, algunos dirán: un h. de p. menos; pero Shipman era algo muy distinto. Ni lo atraparon ni lo condenaron.
 
Ninguno de estos tres sujetos era un h. de p.. Eran monstruos, frutos de una desviación del comportamiento que se calcula ha costado más de medio millar de vidas.
 
En nuestro país tampoco se hace mucho caso a los asesinos en serie. Hasta hace poco, ni siquiera existían. Y ahora no hay un catálogo de los que han sido atrapados. ¿Cuántos asesinos seriales duermen en sus celdas? Hay que hacer un recuento, y ponerse de acuerdo sobre las condiciones generales para poder considerar a alguien un monstruo criminal. Tal vez entonces se abran las rejas a los criminólogos y se permita la elaboración de análisis y estudios. Este es el camino para aumentar la información sobre la forma en que la sociedad globalizada incuba grandes bestias. El paso definitivo para cortar la impunidad de los secuestradores de niños y los torturadores de mujeres.
 
Por el momento, el camionero nos ha enseñado que no hay distancias para el crimen. Existe el asesino ambulante que se divierte mientras trabaja. El dueño de la Casa de los Horrores revela lo confiada que es la gente joven. El Doctor Muerte muestra a las claras que no puedes fiarte ni siquiera de un sabio con cara de bonachón. Resulta que el médico Harold Shipman había sido drogadicto, y sus colegas taparon su pasado. Exactamente como sucedió con el lastre sexual del camionero Eckert, que desapareció en los archivos, o la turbia existencia del albañil West, pornógrafo y depravado sexual.
 
Sus vidas nada ejemplares deberían ser asignatura obligada en las academias de seguridad, como la biografía de Welligton en las escuelas de guerra. Y hay que tener siempre presente que no les ganamos la partida: se fueron con un corte de mangas.
 
 
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
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