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PANORÁMICAS

West Side Story. ¿Todo es mejor en América?

Hasta el 5 de julio en Madrid y, tras pasar por Tokyo y París, a finales de agosto en Gijón y Santander será posible apreciar la perennidad de un clásico, el musical West Side Story.

Hasta el 5 de julio en Madrid y, tras pasar por Tokyo y París, a finales de agosto en Gijón y Santander será posible apreciar la perennidad de un clásico, el musical West Side Story.
Jerome Robbins, coreógrafo, y Leonard Bernstein se lanzaron (con el guionista Arthur Laurents, el letrista Stephen Sondheim y el escenógrafo Oliver Smith) a actualizar la el tema de Romeo y Julieta, ambientándolo en Nueva York y añadiéndole una trama de lucha de razas y clases; aunque hoy lo que más destaca desde el punto de vista de la lectura social son ciertos apuntes de género, por la reivindicación de las mujeres como motor del progreso contra la actitud más tradicionalista de los hombres, cargada de prejuicios y, paradójicamente, basculante entre la violencia y la pasividad.

Lo que en principio iba a ser un choque entre católicos italianos y judíos sobrevivientes del Holocausto pasó a ser, por la rabiosa actualidad, una guerra entre inmigrantes de segunda generación: irlandeses, polacos, italianos nacidos en EEUU, y de tercera: latinos y asiáticos recién llegados que disputan a los primeros mujeres y puestos de trabajo, bienes escasos.

Se cumplen ahora cincuenta años del estreno del musical en Broadway; enseguida tomó el testigo la versión cinematográfica, dirigida por Robert Wise, un director todoterreno que seguramente fue elegido porque sabía plegarse a las exigencias de los estudios cinematográficos (al fin y al cabo se estrenó como director ayudando a mutilar la obra maestra desconocida de Orson Welles, El cuarto mandamiento). Esa virtud de ser un camaleón cinematográfico, válido tanto para un drama boxístico (Nadie puede vencerme) como para la ciencia ficción (La amenaza de Andrómeda), es también su gran defecto. Porque las coreografías de Robbins están perfectamente rodadas, en un gran juego de panorámicas, picados, contrapicados, primeros planos y planos generales; pero no fue capaz de quitarle a la cosa el aire del teatro, y los decorados apestaban a barato cartón piedra. Y es que aunque estaba previsto rodar en escenarios naturales de Harlem, los bailarines tuvieron dificultades para adaptarse a la dureza del asfalto. 

El verdadero autor de la obra, Jerome Robbins, que aparece usualmente como co-director, fue despedido a las pocas semanas del rodaje. Pero es su gran labor como coreógrafo lo que mantiene la película, y de hecho recibió el Oscar, junto a Wise, a la mejor dirección. Robbins revolucionó el musical americano sometiendo a los actores a la triple amenaza: interpretar tan bien como bailar, bailar tan bien como cantar.

Hubo recortes made in Hollywood en la dureza original de la obra, tanto en el vocabulario como en la estética, por lo que la película no consigue del todo separarse de la línea clara de los musicales precedentes, cuando lo que se pretendía era un look más bien sórdido y oscuro. Habrían de pasar muchos años para que fuesen posibles obras como Pennies from heaven o Grease.

Otro gran error fue la elección de los protagonistas. Sobre todo cuando sabemos que en lugar del pavisoso Richard Beymer pudieron ser Tony/Romeo tanto Warren Beatty (la pareja ideal de María/Julieta Natalie Wood: acababan de rodar juntos Esplendor en la hierba) o –Dios maldiga a su representante, el Coronel Parker, para siempre–, Elvis Presley. La química entre Beymer y la Wood es tan poderosa como la de un vaso de agua mezclado con bromuro, así que en la edición en dvd es conveniente saltarse directamente el máximo posible de la fallida historia de estos Romeo y Julieta de pega. La relación interesante, chisporreante y con morbo es la de la pareja portorriqueña formada por Bernardo, el líder de la banda latina, y su novia.

Ni Richard Beymer ni Natalie Wood sabían cantar, así que fueron doblados, con lo que la triple amenaza de Robbins quedó en agua de borrajas. Los estudios y Wise querían rostros conocidos que atrajesen al público juvenil, aun sacrificando los imperativos éticos y estéticos de la obra. Por eso cada vez que abren la boca para cantarse lo mucho que se aman, sus gorgoritos resultan tan falsos como su pasión. Al fondo, fuera de plano, se nos aparece la secuencia final de Cantando bajo la lluvia denunciando a los falsarios del play back. Pero Hollywood no aprende ni de sí mismo.

El gran logro reside en el respeto a la energética coreografía de Robbins y, además, en la tensión musical de la partitura de Bernstein, que pretendía hacer algo más que una tragicomedia trufada de canciones. La tensión operística está presente en toda la obra: aunque un ojo lo tenía puesto en la tradición vodevilesca de Broadway, brillo y humor, con el rabillo del otro introducía ramalazos melódicos y alturas líricas propias de las óperas a la italiana. Sin olvidar algunas fórmulas estereotipadas de la música jazzística y latina. De este cruce de líneas musicales en escena han quedado unas cuantas canciones que nos susurran: "Cántame". Y, efectivamente, en cuanto te distraes estás tarareando "María", "Tonight"... o, sobre todo, "América", toda una declaración de amor a EEUU expresada a través de los opuestos que tan bien lo definen, con la visión optimista y luminosa representada por las mujeres (los Estados Unidos como una tierra de oportunidades y libertad, en una rara expresión feminista de reconocimiento al sistema de mercado como erradicador de barreras que hará retorcerse de ira a las estatistas feministas de cuota que asolan la Administración española), mientras que sus oponentes masculinos han perdido las referencias culturales que los hacían ser alguien importante dentro de la pobreza: en Estados Unidos se encuentran con recursos materiales, pero con la autoestima por los suelos.

Por supuesto, toda esta densidad de contenido social es, desde el punto de vista estético, pura morralla. West Side Story La película pretendía distanciarse de la tradición olímpica del musical de Broadway y Hollywood, representada como nadie por la figura ligera y olímpica de Fred Astaire. Sin embargo, es el espíritu de la perfección de la danza de Astaire lo que hace que esta cinta siga gozando del aura de la eternidad. Precisamente la belleza pura de una música meridional, ligera y espumosa y unas coreografías que en sí mismas, luminosas y brillantes, contradicen la presunta seriedad y pesadez de esa cosa que llaman mensaje.


WEST SIDE STORY. Dirección: Robert Wise y Jerome Robbins. Intérpretes: Natalie Wood, Richard Beymer, Russ Tamblyn, Rita Moreno, George Charikis. Ganadora de 10 Oscar. Calificación: Clásica (7/10).

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