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Fran Guillén

De vergüenzas y esperanzas

Argentina llega a la final tan corajuda, tan empujada por la heroica, que la piel de cordero le sienta hasta bien.

Argentina llega a la final tan corajuda, tan empujada por la heroica, que la piel de cordero le sienta hasta bien.

Argentina y la esperanza

Tanto tiempo esperando este momento y resulta que el correr de las horas parece restarle cada vez más gravedad al asunto. Tantas tertulias apostillando que a Messi sólo le falta el último trabajo de Hércules para superar al Diego y resulta que hoy la final nos parece el partido más cómodo del Mundial para el rosarino. Entiéndaseme: Argentina llega a la final tan corajuda, tan empujada por la heroica, que la piel de cordero le sienta hasta bien.

Enfrente tiene a la selección que está obligada a ganar por la inercia de una semifinal sobrehumana, un cuadro bellísimo al que sólo le quedan unas pinceladas firmes para ser un clásico instantáneo. Lo de la albiceleste, desde fuera, parece como menos trascendental. Tan a tropezones de esperanza avanzaron los argentinos que igual terminan cayendo de boca en la copa, entre fuegos artificiales.

Alemania y los fantasmas

Pocos fuera de Brasil conocen que el nombre oficial de Maracaná, el escenario de la gran cita final, es Estadio Jornalista Mário Filho. Hermano e hijo de destacados plumillas, a Filho se le considera el gran precursor del periodismo deportivo en un país donde su fina erudición y sus crónicas coloquiales, repletas de frases sonoras, construyeron una manera de entender el fútbol en una nación que tiene el balompié cosido a su encefalograma.

Fue él quien escribió una vez que "la manera de ser brasileña, su brillo personal, no son más que susurros del orgullo humillado". Esa herida que la Alemania de Löw espolvoreó con sal en semifinales. Los germanos, ojo, guardan unos fantasmas contemporáneos similares: su indiscutible exuberancia se ha quedado tantas veces a las puertas de la gloria desde 1996 que se arriesgan a una crisis de identidad si en Río se presenta otro gatillazo.

Brasil y la vergüenza

Tras recibir diez goles en sus dos últimos partidos, pensábamos que Scolari huiría tan lejos que habría que imprimir su cara en los cartones de leche con la esperanza de que alguien pudiera encontrarle. Sin embargo, el farolero creador de esta Brasil vulgar se abrazó tanto a la última Copa Confederaciones como a las semifinales de su currículum, quizá sin saber que ese último subterfugio ya estaba cogido. El sonrojo de todo un país tuvo su muestra de laboratorio en Brasilia, donde el público terminó silbando a discreción, a propios, extraños y adheridos.

La trabajada y profunda Holanda de Van Gaal volteó al Don Tancredo amarelho, impasible ante un apocalipsis futbolístico al que, como en El club de la lucha, sólo le faltaron los gorgoritos de Kim Deal como banda sonora del derrumbe.

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