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Fundación Heritage

¿Debemos celebrar la muerte de Ben Laden?

Se ha hecho justicia. Que la justicia siga guiando las obras de los ciudadanos y del Gobierno de América ante el mal y la injusticia tanto dentro del país como en el extranjero.

Mi hijo de 8 años vio las noticias sobre la muerte de Osama Ben Laden que retumbaban en la tele el pasado lunes.

Mi pequeño mostró especial interés en las escenas de esas multitudes celebrando: gente con banderas en Times Square y en la Zona Cero en Nueva York, los hinchas de béisbol en Filadelfia, patriotas en Boston, entusiasmados estudiantes en diversos campus universitarios... Todos aplaudían, sonreían y cantaban en reacción a las noticias de que los Seals de la Marina americana habían arrinconado y matado al terrorista más buscado del mundo.

Mi hijo se preguntaba acerca de las escenas de celebraciones y concluyó que estaba bien porque "este hombre mató a miles de personas". Sus preguntas nos dieron la oportunidad de hablar sobre la guerra, el terrorismo y, más importante aún, sobre la justicia.

Quizás muchos cristianos han compartido la incertidumbre inicial de mi hijo desde que oyeron sobre el fin de Ben Laden. Ciertamente es algo bueno que este hombre ya no pueda comandar más tramas asesinas. Pero, ¿qué estamos celebrando exactamente? Y es que mi hijo de 8 años, ¿no me había estado oyendo hablar del perdón solo una semana antes durante el Viernes Santo?

Quizá el niño intentaba atar cabos entre los vítores en la televisión sobre la muerte de un hombre y las palabras de su profesor de catecismo sobre poner la otra mejilla. Su madre y yo hemos intentado, en ocasiones, enseñar a nuestro hijo a rezar por sus enemigos (que en el segundo año de primaria suele ser el chico que le rompió su construcción de Lego). Pero el éxito de las fuerzas americanas acabando con el reino de terror de este hombre en particular es un acto de justicia que incluso un niño puede reconocer.

La civilización occidental es heredera de una rica tradición de "guerra justa" que batalla con la moralidad de la guerra. Esta tradición nos puede ayudar a bregar con este tipo de sentimientos.

La idea de una guerra justa reconoce la legitimidad de usar la fuerza militar para responder a la injusticia cuando los medios políticos ordinarios no están disponibles o no son eficaces. La doctrina cristiana de la guerra justa aporta principios morales que atañen a las decisiones sobre cuándo y cómo emprender un conflicto armado.

Por ejemplo, la acción militar debe ser emprendida por una autoridad competente. Debe tener una probabilidad razonable de éxito. Y deberá distinguir entre combatientes y civiles. Una guerra justa también es aquella emprendida con la intención correcta; no por odio ni venganza sino por justicia.

Éstos y otros principios sobre la guerra justa surgieron a raíz de las convicciones cristianas sobre el valor de la vida humana, del orden social y del Estado de Derecho. Están en sintonía con la responsabilidad bíblica de los gobiernos para castigar a delincuentes y administrar justicia. Los académicos de la doctrina precisan que, cuando se utiliza apropiadamente, el combate armado busca producir un orden social pacífico y justo para ambos lados en el conflicto.

Ben Laden socavó durante mucho tiempo esos objetivos y estándares de justicia. Temerariamente hizo caso omiso del valor de la vida humana. Organizó atentados terroristas contra ciudadanos e instituciones de Estados Unidos, entre muchos otros. Exhortó a la guerra santa (o yihad) en nombre de la venganza y del odio religioso. Hizo de civiles inocentes su objetivo.

Idealmente, los medios políticos establecidos permitirían al Gobierno de Estados Unidos responder a estas injusticias. Pero en la ausencia de tales medios, la tradición de la guerra justa ve los conflictos armados como una manera apropiada de resistirse ante el mal, de proteger vidas inocentes y de reestablecer relaciones sociales justas.

No entré en detalle sobre todos estos principios con mi hijo de 8 años. Tampoco tenía suficiente conocimiento sobre la incursión en Pakistán para aplicarlos punto por punto. Pero conocer esta tradición me permitió ayudar a mi hijo a poner en orden sus ideas y reacciones ante la muerte de Ben Laden.

Pude recordarle que actuar por venganza u odio es incorrecto, pero que estamos llamados a buscar justicia. El júbilo en nuestro hogar no era un deleitarse por la muerte de alguien. Más bien, estábamos celebrando que se hayan juzgado los asesinatos cometidos por un terrorista como algo malo y que no podrá cometerlos otra vez.

Se ha hecho justicia. Que la justicia siga guiando las obras de los ciudadanos y del Gobierno de América ante el mal y la injusticia tanto dentro del país como en el extranjero.

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