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Castigando el mérito

El debate que da cierta vidilla por unos días a los medios económicamente atribulados es una mala copia del de la Unión de EEUU.

El debate que da cierta vidilla por unos días a los medios económicamente atribulados es una mala copia del de la Unión de EEUU. Allí se justifica por tratarse de un régimen presidencialista en que el presidente no procede del Parlamento. Pero incluso allá decae, pues en todos lados cuecen habas y Obama supera su propia demagogia de año en año. Como aquí carece de sentido constitucional, seguramente se perpetúe.

Ha pasado ya un año largo de la democrática expulsión de Zapatero por su bestial gestión económica, que no fue sino la guinda del pastel de la negociación con la ETA y la disolución de España por medio del estatuto de Cataluña, suponiendo que sean dos asuntos distintos (y sin olvidar la persecución a la Iglesia y, en general, a las tradiciones españolas). Así que, por de pronto, hay que celebrar eso. Pero no mucho más.

La situación económica, y nuestra pertenencia a la Unión Europea, obligó al cumplimiento de una serie de reformas, sustancialmente el control del gasto ordinario, el aumento de impuestos y la reforma laboral, que, no siendo estructurales –salvo esta última–, han permitido a España demostrar fiabilidad ante los acreedores internacionales que financian más de un tercio del presupuesto. Nos impiden quebrar pero reducen nuestra soberanía. En Europa, desaparecida Francia –salvo para las intervenciones militares– precisamente por su poca seriedad económica, manda Alemania. Y esta es al mismo tiempo la mala noticia y la buena. Porque es aventurado pensar que la clase política española y un pueblo adocenado por Zapatero –a quien encumbró tras un atroz atentado por culpar al Gobierno de entonces, y al que mantuvo por abrazarse al radicalismo disgregador antes que tolerar a la otra mitad de España– serían más responsables que la Alemania de Merkel.

País curioso, con luces y sombras, como todos. Una de las luces es significativa. La profesora y exdoctora Annette Schavan, ministra de Educación, dimitió por el horrible escándalo de que se le retiró el título doctoral al descubrirse que no había citado las fuentes originales de ciertos fragmentos de su tesis. Se considerará exagerado, pero compárese con la esperpéntica alternativa ofrecida por el panorama político-institucional español.

España se ha puesto voluntariamente en situación de recibir lecciones. No las necesitaría si –perdón por la terminología marxista– tuviera conciencia de sí misma. Parte del éxito de los Reyes Católicos, por ejemplo, se debió a que eligieron a los mejores para los distintos puestos. Es decir, que la elogiable fiebre doctoral alemana tiene precedentes patrios últimamente olvidados pero no siempre tan desatendidos como parece. Para que España entera vuelva a ser competente debe elegir según el mérito y la capacidad, criterios hoy solo cumplidos, y a duras penas, dados ciertos espectáculos arbitrales proqataríes, en el fútbol. Mientras no se reorganicen la sociedad y el poder público sobre la base de la competencia y el servicio a los ciudadanos, nos veremos reducidos a rezar para que los alemanes sigan mandando. 

En España

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