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Geopolítica y derechos humanos

Norteamericanos y británicos han cerrado sus embajadas en Damasco. España y otros países han llamado a consultas a sus embajadores. No será suficiente, ni para frenar el derramamiento de sangre ni para contrarrestar la influencia rusa

¿Una nueva coalición para apartar a Al Assad del poder? Es lo que se rumorea del último fracaso del Consejo de Seguridad para aprobar una resolución que lleve a alguien –no se sabe a quién– a que intervenga –no se sabe cómo– para frenar el derrame de sangre en Siria. Ya son ya once los meses de represión y enfrentamientos. Pero, realmente, nadie quiere intervenir: ni Rusia, ni China, ni Occidente, ni los países árabes. Nadie. A lo más que están dispuestos a llegar es a retirar embajadores.

Sin embargo, hoy los malos son los rusos, por su veto en el Consejo. Se les acusa de apoyar la violencia de Al Assad contra su pueblo, de no querer renunciar al negocio de venta de armamento al régimen sirio, ni poner en juego la única salida que tiene al mar Mediterráneo. Ven también en su veto un gesto para evitar un precedente que pueda utilizarse para censurar su conducta en Chechenia. La realidad es algo distinta: los rusos han pensado y tomado una decisión en términos geopolíticos, mientras que, para Occidente, se trata solo de un grave episodio de violación de los derechos humanos. Sin olvidar que, con el veto, Moscú se juega sus lucrativos contratos con Qatar y los países del Golfo, firmes partidarios de la fracasada resolución.

A diferencia de Libia –más bien en la periferia del “gran Oriente Medio” y con apenas 7 millones de personas– en Siria hay 24 millones de habitantes que comparten frontera con Irak, Líbano, Israel y Turquía. Una guerra civil –que de hecho se puede dar por comenzada– tendría consecuencias para los vecinos: para Israel, con Damasco alentando a Hezbollah para atacar los asentamientos; para Turquía, a donde llegan miles de opositores sirios; para Líbano, con activos sectores pro-sirios; e Irak,  donde crece la inestabilidad después de la salida de la tropas norteamericanas.

Siria, además, está jugando un papel en la creciente división entre suníes y chiíes, cada vez más pronunciada –véase el caso de Bahrain donde entraron las tropas saudíes– y cuyos principales exponentes son Arabia Saudí e Irán. Además, la oposición al régimen de Al Assad no está unida, y el Ejército Libre Sirio no está organizado y carece de líderes.

Y aunque no hay dudas sobre los últimos acontecimientos de Homs, parece que el pasado los opositores han exagerado los informes sobre la violencia sobre todo en las preliminares de una votación en el Consejo de Seguridad. Por no hablar de la presencia de islamistas radicales entre ellos.

Rusia, por ahora, ha enviado a su ministro de Exteriores a Damasco para reunirse con Al Assad. No se sabe a ciencia cierta cuál es el mensaje que lleva, pero sí que implica una apuesta fuerte y decidida. Enfrente, norteamericanos y británicos, por su parte, han cerrado sus embajadas por algo más que motivos de seguridad.

Otros países, como España, han llamado a consultas a los embajadores sirios en sus respectivas capitales. No será suficiente, ni para frenar el derramamiento de sangre ni para contrarrestar la influencia rusa. No hay que olvidar que en Siria, estratégicamente, se juega muchísimo, no sólo la violación de los derechos humanos. Y la buena voluntad no hace ganar estas crisis.

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