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La furtiva guerra islamista

Hoy, la obsesión del líder del mundo libre, Obama, por el retraimiento está dando ideas al islamismo yihadista.

Mientras llegan a Damasco los inspectores internacionales encargados de supervisar la destrucción de las armas químicas de Asad, es el momento de reflexionar sobre la furtiva guerra islamista. Sobre ella casi nadie en Occidente quiere saber nada.

Ben Laden anunció el 11 de Septiembre con los atentados de Nairobi y Dar es Salam, en los que Al Qaeda atacó las embajadas de los Estados Unidos en Kenia y Tanzania, respectivamente.

Entre entonces, 1998 y 2001, Ben Laden se empeñó en explicar lo que hoy olvidamos: por qué había lanzado esa condena a Occidente. Para Ben Laden, los occidentales eran una plaga que se había abatido sobre las tierras del Hiyaz y había que acabar con ella. Para ello debían ser derrocados tanto los regentes árabes occidentalizados como los de aquellos lugares que algún día estuvieron sometidos al islam. Debían salir los soldados americanos de Arabia Saudí, adonde los había traído la primera invasión de Irak (1991) y donde habían sido acogidos por una familia reinante que según Ben Laden había perdido su pureza islámica. Pero en otras zonas geográficas disputadas, muchas de ellas en África, debía recuperarse la primacía mahometana. Así, no sólo Ben Laden estuvo un tiempo en Sudán antes de recalar en Afganistán, de donde solo lo sacó la invasión americana de 2001, sino que hoy Al Qaeda reaviva la llama yihadista en África Oriental.

No se trata solo del atentado de Al Shabab al centro Westgate de Nairobi (72 muertos), sino de la guerra declarada por Boko Haram a Nigeria, o los intentos de Al Qaeda de rehacerse en Mali, donde Francia contó con la tibieza generalizada para orquestar un cambio de régimen a lo Bush. En Irak han muerto en septiembre 1.220 civiles, unos 6.000 en lo que va de año, más que cuando las tropas americanas cuidaban del lugar. En Peshawar, Pakistán, 78 cristianos morían en un atentado talibán contra una iglesia. Por supuesto, continúa la guerra civil en Siria. La tregua de Obama no ha impedido ni los más de 100.000 muertos (número similar en dos años a las muertes civiles en Irak en diez años) ni el acuerdo entre los rebeldes y las facciones islámicas radicales.

Ben Laden incrementó su violencia tentando la respuesta americana. Concluyó, precisamente tras la huida de Clinton de Somalia en 1993, en una historia contada en la novela y luego película Black Hawk derribado, que los americanos eran unos niños mimados a los que sería más fácil derrotar que a los rusos en Afganistán. Eran, según su expresión favorita, un tigre de papel, incapaz de ejercer su propio poder. Aquello trajo el 11 de Septiembre y la por Ben Laden inesperada reacción de Bush.

¿Qué estarán constatando los numerosos aspirantes a suceder a Ben Laden, ante la indiferencia que suscita su inagotable capacidad para generar violencia y caos? Ortega observó que las legiones romanas habían impedido más guerras de las que causaron. Hoy, la obsesión del líder del mundo libre, Obama, por el retraimiento está dando ideas al islamismo yihadista.

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