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GEORG ELSER

Un hombre solo

En la fachada de una casa del centro de Múnich hay una especie de extraño reloj de aire ultramoderno que resulta un tanto incongruente con el estilo del edificio. Si uno se fija bien, se da cuenta de que no es un reloj, sino una fecha escrita en círculo: 8 de noviembre de 1939. Todas las noches, a las nueve y veinte, el reloj enciende sus neones rojos y, un minuto después, vuelve a apagarse.


	En la fachada de una casa del centro de Múnich hay una especie de extraño reloj de aire ultramoderno que resulta un tanto incongruente con el estilo del edificio. Si uno se fija bien, se da cuenta de que no es un reloj, sino una fecha escrita en círculo: 8 de noviembre de 1939. Todas las noches, a las nueve y veinte, el reloj enciende sus neones rojos y, un minuto después, vuelve a apagarse.

No hay indicación alguna que explique el significado de dicho ritual. Pocos transeúntes se fijan en esa curiosa obra, y menos aún saben que, en realidad, es un monumento que honra la memoria de un hombre que intentó salvar al mundo de uno de sus peores tiranos.

Georg Elser nace en 1903 en una pequeña ciudad de Alemania, Hermaringen. Su familia es muy humilde y experimenta graves dificultades debido al alcoholismo del padre. Dada la pobreza en la que viven, Georg se ve obligado a trabajar desde muy joven. Destaca pronto en su oficio, la carpintería, por su habilidad, disciplina y exactitud. Su sentido de la independencia, la inestabilidad laboral de la época y el ambiente enrarecido de su hogar le llevan a trabajar como carpintero itinerante por varias localidades de Alemania y Suiza; su trabajo es su gran refugio y su orgullo.

Su interés por la política le lleva a afiliarse al sindicato que representa a los trabajadores de la madera y a aproximarse al Partido Comunista, ya que considera que es quien mejor defiende los intereses de los trabajadores. Sin embargo, no se implica demasiado en las actividades sindicales, debido a su sentido de la libertad; no le agrada que le impongan ideas y las suyas, a menudo, chocan con las de los demás. Contempla el ascenso del nazismo con desolación: le asquean los camisas pardas, se niega a hacer el saludo nazi y no asiste a los mítines de Hitler ni a las reuniones sindicales obligatorias. No cree en la propaganda nazi ni se deja manipular.

Para Elser, un hombre sencillo, preocupado únicamente por su trabajo y su independencia, que los nacionalsocialistas gobiernen Alemania es una catástrofe: además de la pérdida de libertades individuales, las condiciones laborales cada vez son peores. No se deja deslumbrar por la propaganda nazi, que en su fanfarronería asegura haber acabado con el desempleo; sabe bien que las condiciones laborales son cada vez peores, que los salarios son míseros y la carga laboral se incrementa. Hitler quiere una nación de semiesclavos que lleven Alemania a la victoria en la guerra inminente.

Es esto último, la guerra, lo que le quita el sueño. No puede dejar de pensar que debe hacer algo que impida esa catástrofe. Tres hombres, para él, son los máximos instigadores de la guerra y los responsables de la mala situación de Alemania: Hitler, Goering y Goebbels; hay que eliminarlos para que con unos nuevos dirigentes se desvanezca el espectro de la contienda y cambien las actitudes de la ciudadanía. Decide convertirse en un tiranicida.

Pronto fija el lugar y fecha del atentado. En noviembre del 38 se encuentra en Múnich, donde contempla las ridículas y a la vez escalofriantes celebraciones conmemorativas del putsch de 1923. Los jerarcas nazis no pierden nunca la ocasión de un acto de propaganda y un baño de multitudes, por lo que año tras año celebran invariablemente el mismo ritual el día 9 de noviembre: discurso de Hitler en la Bürgerbräukeller, la cervecería que fue escenario principal de los acontecimientos del 23, y posterior marcha por las calles de la ciudad. La cervecería parece el lugar perfecto para los planes de Elser: apuesta por asesinar ahí al Führer y a su cuadrilla el 8 de noviembre de 1939.

Tiene un año para prepararase. Con su diligencia y método habituales, se pone manos a la obra: alquila unas habitaciones en la ciudad y allí oculta los materiales que, poco a poco, va sustrayendo del trabajo: explosivos, detonadores, piezas diversas. Con dos relojes elabora un mecanismo temporizador. Es cauto y no obtiene todos los materiales en el mismo lugar, sino de diferentes proveedores: talleres, ebanisterías... incluso de la huerta de sus padres. Oculta todo en una especie de baúl con doble fondo. Trabaja sin descanso, y en pocos meses, gracias a su ingenio y habilidad manual, logra tener lista la bomba.

Pero es durante la noche cuando lleva a cabo la parte más asombrosa de su trabajo. Entre agosto y noviembre logra quedarse más de treinta noches en la Bürgerbräukeller después de la hora de cierre. El procedimiento es siempre el mismo: se esconde en un almacén del local, espera a que todos se marchen y le dejen encerrado, sale de su escondite y se pone a trabajar en uno de los pilares de la sala principal. El pilar ante el que sesituará el púlpito desde el que Hitler arengará a la concurrencia. Elser tiene que ahuecar el pilar para ocultar en él el mecanismo explosivo. Además, no debe hacer ruido ni dejar restos que le incriminen. Por eso avanza despacio: perfora lentamente y va guardando el polvo y los cascotes en un maletín que lleva consigo.

El lento avance de lo spreparativos hace que no pueda evitar el estallido de la guerra: el 1 de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia. Sin embargo, continúa motivado: quiere, con su acción, evitar un derramamiento de sangre aún mayor. Finalmente, entre el 2 y el 7 de noviembre logra dejar instalada y a punto la bomba. El temporizador está preparado para estallar en la noche del día 8 a las 21:20. Elser abandona Múnich tras una última comprobación del temporizador. Ya no hay vuelta atrás.

Pero comienzan los imprevistos: la guerra ha alterado los planes de Hitler; parece que no irá a Múnich a celebrar el aniversario de su intento de golpe de estado y enviará en su lugar a Rudolf Hess. Finalmente, decide que el acto puede serle más útil que nunca: propaganda, masas galvanizadas, soflamas antibritánicas, patriotismo de guardarropía... Todo muy adecuado a sus gustos. Hablará, pero el acto empezará antes y el discurso será algo más breve de lo habitual para que pueda estar de regreso en Berlín esa misma noche. La niebla impide despegar a los aviones, por lo que Hitler tendrá que viajar en su tren especial: el acto concluirá, pues, mucho antes de lo previsto. La bomba estalla puntualmente; en la explosión mueren ocho personas y 63 más resultan heridas, pero ni el dictador ni nadie de su séquito están entre ellas: han abandonado la Bürgerbräukeller trece minutos antes.

Mientras tanto, Elser ha llegado a la frontera suiza, junto al lago Constanza. Pretende pasar ilegalmente al país vecino, pero la mala suerte parece acompañarle: es detenido a las 20:45 por una patrulla. Cuando las noticias del atentado fallido llegan hasta Constanza, la policía de fronteras comienza a sospechar del detenido, que lleva consigo una tarjeta de la Bürgerbräukeller,  su carnet del sindicato, planos, herramientas y hasta algunas piezas del temporizador. ¿Por qué portaba el carpintero pruebas tan incriminatorias? Al parecer, para poder mostrarlas en el extranjero y demostrar su participación en el atentado; así esperaba evitar una extradición a Alemania en caso de ser detenido por haber atravesado la frontera ilegalmente.

Elser es puesto en manos de la Gestapo y conducido a Múnich. Comienzan los interrogatorios incesantes, los maltratos y torturas. Sus rodllas, destrozadas por las noches incesantes de trabajo en el pilar, le delatan. Confiesa pronto haber sido el único autor del atentado, pero eso no basta a sus carceleros, que lo trasladan a la sede central de la Gestapo en Berlín, donde es sometido a nuevas vejaciones. Durante meses se interroga y maltrata a parientes y amigos del carpintero. Los nazis no pueden creer que Elser sea el único autor intelectual y material del atentado: tiene que haber tenido ayuda, probablemente incluso del extranjero.

Poco importa que eso no sea cierto: fieles a sus métodos habituales y a su manipulación de la verdad, los nazis difundirán que los servicios de inteligencia británicos están detrás del intento de asesinato del Führer. Tan eficaz es la propaganda que incluso en el extranjero goza de cierto crédito la idea de que el atentado ha sido instigado por potencias extranjeras. La mayoría de medios, sin embargo, es de la opinión de que todo es un montaje propagandístico de los propios nazis.

Nadie, en Alemania ni fuera de ella, cree la verdad: que un solo hombre ha concebido, ejecutado y casi logrado completar el plan de acabar con Hitler. Un hombre que ha hecho lo que nadie más se ha atrevido a hacer: luchar, solo, contra el terror.

Georg Elser es trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen, a las afueras de Berlín, donde se convierte en uno de los prisioneros especiales de Hitler: personas a las que, por razones propagandísiticas, para obtener información de ellas o por otros motivos, se mantuvo en prisión pero con vida durante largo tiempo, muchas veces hasta el fin de la guerra. Se encontraban aisladas del resto, en celdas individuales, en el temido búnker de Sachsenhausen, el módulo central donde se hallaban los calabozos.

A Elser se le quería juzgar en un proceso espectacular cuando Alemania hubiera ganado la guerra. Allí se le expondría como lo que era para las autoridades nazis: un traidor a la patria, un asesino al servicio de los ingleses y sus aliados que había tratado de asesinar al líder, al "amado Führer".

Sin embargo, el colapso del régimen y la inminente derrota cambiaron estos planes. Trasladado al campo de Dachau en febrero del 45, permanece allí, lejos del frente, hasta la noche del 9 de abril, en la que es sacado en secreto de su celda y ejecutado por hombres de la Gestapo. Oficialmente se hace constar que ha muerto como consecuencia de un bombardeo aliado.

¿Por qué se difundió esa mentira? Para ensuciar su memoria: reconocer su asesinato era reconocer que había sido el autor del atentado. Sin embargo, así se pretendía sembrar la duda, insinuar que en realidad había sido un peón del régimen todo el tiempo y había participado en una mascarada. Así, los aliados creerían que el carpintero era un nazi más y no reconocerían su acto heroico.

Tuvieron éxito: en Alemania no se hizo pública la verdad hasta finales de los 60, cuando se descubrió su expediente de la Gestapo. Muchos habían creído la versión nazi y muy pocos se habían esforzado por tratar de comprobar si era cierta. Siguió un proceso de rehabilitación: publicidad, libros, monumentos, hasta una película. Pero Elser siguió y seguirá siendo para muchos un desconocido, un incómodo recordatorio de que en esos años, en Alemania, muchos pudieron seguir su ejemplo y no lo hicieron.

Un hombre solo pudo derrotar a Hitler. Muchos, unidos, sin duda lo habrían conseguido. 


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