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MEMORIA HISTÓRICA

Unamuno, despojado: Azaña antes que Franco

Entre los tópicos historiográficos con los que se alimentan los progres está el de la destitución de Miguel de Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca por los facciosos, a finales de 1936. Es verdad, pero también lo es que el primer Gobierno que le destituyó fue el de José Giral, y lo hizo por el delito de apoyar a los alzados.


	Entre los tópicos historiográficos con los que se alimentan los progres está el de la destitución de Miguel de Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca por los facciosos, a finales de 1936. Es verdad, pero también lo es que el primer Gobierno que le destituyó fue el de José Giral, y lo hizo por el delito de apoyar a los alzados.

A la II República se le llamó "la República de los Profesores", y quienes más hicieron por traerla fueron los intelectuales reunidos en la Agrupación al Servicio de la República, fundada en febrero de 1931 por José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. Los tres fueron diputados en las Cortes Constituyentes. El elemento más venerable de esta tropa de choque, en una época en que los artículos de periódico y las conferencias radiadas conmocionaban a la sociedad como hoy las eliminaciones de Gran Hermano, fue el bilbaíno Miguel de Unamuno, catedrático de griego, pensador y permanente oponente a todo Gobierno.

Desde joven, a Unamuno sus opiniones le causaron constantes problemas, no sólo con políticos, como los abertzales del PNV, también con las autoridades. En 1914 fue despojado de su cátedra; pero el Gobierno al que más combatió fue el del dictador Miguel Primo de Rivera. A éste le llamó "fantoche real y peliculero tragicómico". Fue desterrado a la isla canaria de Fuerteventura y luego se exilió a Francia.

Su campaña contra la Monarquía le llevó a formar parte de la lista de la candidatura de la conjunción republicano-socialista al Ayuntamiento de Salamanca.

La República recién proclamada le colmó de honores. Participó en las Cortes Constituyentes, en las que empezó a desencantarse con el nuevo régimen y con los nuevos gobernantes. Tanto él como los demás intelectuales recibían desprecios de los diputados del pueblo, como Indalecio Prieto, que apodó a José Ortega y Gasset "la masa encefálica". Unamuno escribió y protestó contra los "diputados jabalíes", que se jactaban de reventar discursos mediante pataleos y pitadas y entre los que se encontraba el aviador Ramón Franco.

Pese a lo anterior, recibió numerosos homenajes: en abril de 1935, con motivo del cuarto aniversario de la proclamación de la República, el Gobierno de centro-derecha le concedió el título de Ciudadano de Honor. También se le nombró rector vitalicio de Salamanca.

De las "tiorras desgrañadas, desdentadas y desaseadas"

En 1936 Unamuno se sintió conmocionado por el comportamiento del Frente Popular y de sus masas. En junio describió una manifestación de izquierdas en Salamanca contra los magistrados de la Audiencia Provincial y calificó a las mujeres que participaron en ella de "tiorras desgrañadas, desdentadas y desaseadas". El ABC le recordó que él fue "uno de los mayores responsables de la revolución que ahora le asquea".

Un mes más tarde se produjo la sublevación del 18 de julio, que triunfó en Salamanca, y Unamuno la apoyó desde el primer momento. El día 26 se incorporó al nuevo Ayuntamiento constituido por los sublevados. A los periodistas extranjeros que le visitaban, dada su fama mundial, les decía que la guerra no era "una lucha contra una República liberal", sino por "la civilización". Sus actos y sus declaraciones preocuparon al Frente Popular, cuyos dirigentes comprendieron que se trataba de un golpe propagandístico brutal contra ellos.

1De modo que el 22 de agosto el Gobierno presidido por José Giral dictó un decreto, firmado por el presidente Azaña, por el que se destituía a Unamuno de todos sus cargos y se le reprochaba su traición, no haber guardado lealtad, "a la que estaba obligado", a un régimen que le había reservado "las máximas expresiones de respeto y devoción". También se anulaban su nombramiento como rector vitalicio de la Universidad de Salamanca y la creación en ésta de la cátedra que llevaba su nombre; y se retiraba su nombre a un instituto de enseñanza media de Bilbao al que se le había dado tal en 1934, con protesta entonces del siempre simpático Partido Nacionalista Vasco.

En esta línea de degradación pública, pocos días después, los concejales del Ayuntamiento de Bilbao, compuesto por concejales republicanos, socialistas y peneuvistas, retiraron el busto de su paisano del salón de plenos y los honores que le habían sido concedidos, por su "conducta desleal", que le hacía "indigno" de ellos.

La Junta Técnica de Burgos, el embrión de Gobierno de la zona nacional, en un decreto del 1 de septiembre confirmó a Unamuno en todos sus cargos y honores y elogió "la adhesión fervorosa y el apoyo entusiasta" que el "ilustre prócer" prestaba a la "cruzada emprendida por España".

El mensaje a las universidades del mundo

El 20 de septiembre, el claustro de la Universidad de Salamanca, bajo su presidencia, redactó el "Mensaje de la Universidad de Salamanca a las Universidades y Academias del mundo acerca de la guerra civil", que empezaba así:

La Universidad de Salamanca, que ha sabido alejar severa y austeramente de su horizonte espiritual toda actividad política, sabe asimismo que su tradición universitaria la obliga, a veces, a alzar su voz sobre las luchas de los hombres en cumplimiento de su deber de justicia. 

Enfrentada con el choque tremendo producido sobre el suelo español al defenderse nuestra civilización cristiana de Occidente, constructora de Europa, de un ideario oriental aniquilador, la Universidad de Salamanca advierte con hondo dolor que sobre las ya rudas violencias de la guerra civil destacan agriamente algunos hechos que la fuerzan a cumplir el triste deber de elevar al mundo civilizado su protesta viril. Actos de crueldad innecesarios –asesinatos de personas laicas y eclesiásticas– y destrucción inútil –bombardeos de santuarios nacionales (tales el Pilar y la Rábida), de hospitales, escuelas, sin contar los sistemáticos de ciudades abiertas–, delitos de lesa inteligencia, en suma, cometidos por las fuerzas controladas o que debieran estarlo por el Gobierno hoy reconocido de jure por los Estados del mundo... tales hechos, innecesarios e inútiles, son reveladores de que la crueldad y destrucción, o son ordenadas o no pueden ser contenidas por aquel organismo que, por otra parte, no ha tenido ni una palabra de condenación o de excusa que refleje un sentimiento mínimo de humanidad o un propósito de rectificación.

Una vez que Franco, nombrado generalísimo y jefe del Estado el 1 de octubre de 1936, se instaló en Salamanca, Unamuno estuvo entre sus visitantes más ilustres.

A comienzos de octubre hizo las siguientes declaraciones al periodista francés G. Sadoul:

Tan pronto como se produjo el movimiento salvador del general Franco, me he unido a él (...) El Gobierno de Madrid me destituyó de mi cargo de rector, pero el Gobierno de Burgos me restableció mi función (...) El salvajismo inaudito de las hordas marxistas sobrepasa toda descripción (...) bandas de malhechores, de criminales natos, sin ninguna ideología (...) Es el régimen del terror. España está, literalmente, espantada de si misma (...) Si el miserable Gobierno de Madrid no ha podido ni ha querido resistir el empuje de la barbarie marxista, debemos tener la esperanza que el Gobierno de Burgos tendrá el valor de oponerse a aquellos que quieren establecer otro régimen de terror (...) Insisto en el hecho de que el movimiento a cuya cabeza se encuentra el general Franco tiende a salvar la civilización occidental cristiana y la independencia nacional.

El choque con Millán Astray

Sin embargo, su condición paradójica, como la definieron sus contemporáneos, y la violencia que giraba a su alrededor estallaron en el famoso acto del 12 de octubre en el paraninfo de la Universidad, al que acudió en representación de Franco y en el que se enfrentó a parte de los asistentes por un discurso especialmente virulento del general José Millán Astray.

En los días siguientes, la miseria humana hizo que los mismos que le habían aplaudido le expulsasen de las instituciones en las que tenía un puesto: el Ayuntamiento, la Universidad y el Ateneo. Se trató de civiles, algunos de ellos antiguos votantes de los partidos republicanos, no de militares ni de falangistas. Sus colegas universitarios propusieron al Gobierno su expulsión. El 26 de octubre Franco le despojó de su cargo de rector.

En las semanas siguientes le llegaron testimonios de la represión desencadenada por los nacionales, que le llevaron a lamentarse. Como escribió en una carta fechada el 1 de diciembre,

desgraciadamente no se están siempre empleando para ello métodos civilizados, ni occidentales ni menos cristianos.

Murió el 31 de diciembre en su casa, y su ataúd lo portaron varios falangistas.

El poeta Antonio Machado, que se encontraba en la zona republicana –su hermano Manuel estaba en la nacional–, escribió al conocer el fallecimiento del vasco:

Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo.

La cita sigue, pero es mejor dejarla aquí. Viejas historias que deberían estar olvidadas.

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