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DE UN VIAJE A CUBA

4. Suite Habana, triste tropique

Son algunos lo que me dicen que Cuba en general y La Habana en particular les produce tristeza. No hago distinción entre simpatizantes y adversarios del régimen allá imperante, pues éstos ven en el país una confirmación de sus prejuicios y aquellos un desmentido de los suyos.

Es muy probable que estén entre estos últimos los autores de la película Suite Habana, premiada en certámenes de La Habana y de San Sebastián. No diré yo que lo que se muestra de La Habana en esta cinta no sea real, pero reducir La Habana y Cuba a lo que en ella se ve es como reducir España a las películas y documentales de nuestros democráticos cineastas. Sin embargo, el hecho de que el deprimente documental se haya premiado en esas dos ciudades me sume en un mar de dudas. También los que la hicieron deben de estar sumidos en un mar de contradicciones. Poco es en efecto lo que semejante muestrario de miseria material y de vidas resignadas puede contribuir al fomento del turismo, principal fuente de divisas de la isla. Por fortuna, yo no he visto la cinta sino después de haber viajado, aunque pienso que de haberla visto habría viajado igual.
 
Y es que cada uno ve lo que quiere ver. Es posible que muchos simpatizantes del régimen se sientan atraídos por ese espectáculo de igualitarismo menesteroso. Yo, que me muevo en otro plano moral y estético, mentiría si dijera que, con todo eso, el pueblo cubano no es un pueblo alegre. Hay quien sostiene que es alegre para olvidarse de su triste realidad, pero yo tengo la impresión de que se trata de una cuestión de temperamento. Fue Foxá, una vez más, quien puso el dedo en la llaga al atribuir esa alegría popular al negro. El negro es alegre por todo lo que el indio es triste. No voy a negar que hubiera miseria en los tiempos en que Foxá anduvo por allá; lo que es seguro es que entonces la miseria no estaba socializada. Eso de socializar la miseria es como socializar el sufrimiento, eufemismo con el que nuestros separatistas se refieren a la extensión del terrorismo a todo el territorio nacional. En ambos tipos de socialización fue un maestro ese Che Guevara por el que aún juran nuestros jóvenes terroristas y al que veneran muchos de nuestros maduros burócratas. A uno de éstos, que me decía haber llegado al socialismo desde el Che y no desde Falange Española, le dije una vez en Oviedo que más a mi favor, pues el Che no era más que una etapa del proceso degenerativo que media entre la Falange y el socialismo.
 
En Oviedo tenía su sede el Centro Asturiano de La Habana, que poseía además unas fincas en las laderas del Naranco. Esta sede se transformó en el Centro de La Habana en Oviedo al ser nacionalizado el de Ultramar por la Revolución. El edificio del Centro Asturiano contrasta con el del Centro Gallego, al otro lado del Parque Central; ambos son grandiosos, pero el Gallego, o ex Gallego, hoy Casa de Correos, Escuela Nacional de Ballet y Teatro Lírico Nacional, está ennegrecido y polvoriento mientras que el ex Asturiano, hoy Museo Internacional de Bellas Artes, está flamante y pimpante. El misterio lo aclara una placa dorada en su fachada que conmemora la visita del presidente del Principado de Asturias don Vicente Álvarez Areces, otro que llegó al socialismo desde el guevarismo. No es de extrañar, pues, que Asturias no haya querido ser menos que Andalucía, cuya Junta, como ya dije, costea la restauración de los edificios del Malecón. No deja de ser conmovedora esta manera que tienen las comunidades autónomas de la madre patria de ayudar a la antigua provincia de Ultramar. Aun sin salir de Asturias, tengo entendido que el ayuntamiento de Llanes se ocupa de la conservación de un cementerio en la isla. Estas ayudas suelen ser discretas, para que la mano derecha no se entere de lo que hace la izquierda, y me figuro que en ellas la solidaridad socialista debe de pesar tanto o más que la fraternidad hispánica.
 
Otro de estos rasgos solidarios corrió a cargo de otro presidente de autonomía que fletó un avión en el que llevó a Cuba a un centenar de empresarios y una buena provisión de viandas de la región. Corramos un tupido velo sobre la dolce vita habanera de esta embajada. Baste decir que cuando llegó la hora del regreso faltaban tres de sus más conspicuos individuos, a saber, un empresario, un periodista y el propio jefe de la expedición. Al parecer, la Policía los sorprendió cuando “ejercían sus derechos sexuales” con unos menores, de “género” sin precisar, y hubo que depositar una fianza millonaria, abonada por la Caja de Ahorros felizmente en manos de sus correligionarios, la cual, al descubrirse el pastel años más tarde, explicó que aquellos millones se habían invertido en la restauración de una plaza de la Habana Vieja.
 
Ya se ve que, contra lo que da a entender Suite Habana, Cuba es algo más que un triste tropique.
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