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EL ÁGUILA DE SAN JUAN

A propósito de un escudo

La reciente polémica sobre la presencia o ausencia de banderas con el águila de San Juan en determinadas manifestaciones ha puesto de relieve algunas de las claves profundas de la guerra cultural entre la izquierda y… ¿nadie más? Y es que a veces parece que no hay nadie al otro lado.

La reciente polémica sobre la presencia o ausencia de banderas con el águila de San Juan en determinadas manifestaciones ha puesto de relieve algunas de las claves profundas de la guerra cultural entre la izquierda y… ¿nadie más? Y es que a veces parece que no hay nadie al otro lado.
El águila de San Juan no es anticonstitucional ni preconstitucional. Simplemente, no es el escudo español vigente. En cambio, sí estaba en vigor cuando se promulgó la Constitución, sancionada por el Rey. De ahí que figure en las primeras ediciones de la Carta Magna. Ésta, por cierto, describe los colores de la bandera nacional, pero nada dice del escudo (v. el artículo 4).
 
Dada la general ignorancia o mala fe, estas aclaraciones resultas necesarias. Pero no es esto lo más importante, sino el hecho de que fue un Gobierno de la UCD quien modificó el escudo nacional; concretamente, el presidido por el señor Calvo Sotelo, mediante la Ley 33/1981.
 
Con la habitual carencia de criterio –y de espinazo– de los Gobiernos de la UCD, el señor Calvo Sotelo hizo una extraña concesión más a la izquierda, otro gesto de "ruptura" con la continuidad legal e institucional con el régimen anterior. ¿Se buscaba una ruptura total? No, sólo se emprendían "rupturas" que sirviesen para debilitar las posiciones de lo que se suele llamar "la derecha sociológica" y conseguir el perdón de la izquierda. ¿Por qué no se cuestionó la Ley de Sucesión de 1968, o la Ley de Reforma Política?
 
Aprender del pasado...
 
Dicho de otro modo: la Transición representó en lo formal una continuidad institucional del régimen surgido en la guerra del 36, pero en lo cultural fue una ruptura. Durante la tan cacareada reforma, los Gobiernos de UCD cedieron toda la legitimidad moral a la izquierda. Como consecuencia de ello, fuimos testigos del fulminante suicidio político y cultural de una clase política de salón de té.
 
Con esa mentalidad se cambió el escudo, y se amnistió a los presos de ETA en el 77. Y por el influjo de esa mentalidad se explica que los cadáveres de los militares asesinados por ETA se sacaran por las puertas traseras de las iglesias, y que la Iglesia fuera pidiendo perdón por las esquinas por no haberse dejado exterminar en el 34 y por que su bando, en la Guerra Civil, no fuera el republicano, el de las quemas de conventos y los asesinatos de curas y monjas.
 
Francisco Franco, en un Desfile de la Victoria.El gran error del franquismo fue pretender perpetuarse desde esa legitimidad de origen, en lugar de ir abriéndose y permitir la erección de un sistema de libertades dotado de instituciones fuertes y en el que la sociedad civil desempeñase un papel protagónico. Su anquilosamiento y su empeño en mantener una dictadura indefendible hicieron que el cambio tuviera que hacerse deprisa, corriendo y de mala manera.
 
Dicho de otro modo: el franquismo no fue conservador, sino estatista; no intentó recuperar lo mejor de la auténtica tradición hispánica: las libertades políticas, el municipalismo, el principio de subsidiariedad, la libertad económica…
 
Ésta es la lección que nos brinda el pasado: una generación de políticos, que generalmente habían cooperado con el franquismo –¿acaso fue por eso?–, no supo criticar lo criticable y defender los principios que merecían ser defendidos.
 
Sin principios que defender, la política se convierte en una permanente cesión ante la izquierda. Quienes así proceden piensan que, algún día, la izquierda les va a reconocer una igual legitimidad para ejercer el poder, o simplemente para representar a la ciudadanía.
 
... y del presente
 
El Partido Popular puso todo su empeño para que en la manifestación del sábado 10 no hubiera ninguna bandera con el águila de San Juan. Los medios de comunicación hacían de ello una cuestión de principios: la presencia de banderas con el águila pondría de manifiesto la "provocación de la extrema derecha", equivaldría a un "golpe de estado en la calle", representaría un "ataque a las instituciones"...
 
Es imposible saber todo lo que pasa en una concentración de cientos de miles de personas. Lo que sí sé es lo que vi... y lo que no. Y no vi, por ejemplo, una sola bandera con el águila. Ni una. Estuve por Bárbara de Braganza, en la misma Plaza de Colón y en Génova. Si, entre decenas de miles de personas, no vi a una sola con el águila, podemos hacernos una idea de la significación de la presencia del dichoso escudo.
 
Al llegar a casa puse la televisión y vi los informativos de Tele 5 y La Sexta. Dijeron que había "pocos símbolos anticonstitucionales"; es decir, resaltaron que los había. Dijeron que hubo muchos gritos contra el Gobierno y pocos contra ETA; pues claro: la manifestación era contra la cesión del Gobierno. Y se apresuraron a sacar a gente mayor... y una bandera con el águila. Ésta fue la cobertura, de entre tres y cinco minutos, que hicieron de una manifestación que reunió a dos millones de personas. (Por supuesto, a la hora de contrastar cifras dieron las de los convocantes y las de la Policía, no las de la Comunidad de Madrid).
 
Como perfecto ejemplo de lo que aquí se quiere decir, Libertad Digital informaba de una presunta manipulación de El País, que en su edición digital reproducía una fotografía de un señor mayor que portaba la bandera con el águila… en una manifestación del 3 de febrero. O sea, que los fotógrafos de El País tuvieron los mismos problemas que yo para encontrar la imagen deseada; y como no la encontraron, la colocaron por su cuenta.
 
Por su parte, el eurodiputado socialista Luis Yánez sentenció que la manifestación había sido franquista "hasta por el tipo de gente" que concurrió a ella.
 
De todo esto extraemos la misma vieja lección, que no acaba de aprender el PP: no se puede pretender contentar a la izquierda. Porque lo que les molesta no es la bandera con el águila, sino la idea de España. La mera existencia de gente que no piensa como ellos. La mera pretensión del Partido Popular de salir a la calle y dejar de pedir perdón por respirar.
 
Lo propio de la derecha es la libertad individual, la ausencia de sectarismo, la confianza en la espontaneidad de la gente. Cada uno tiene su estética y sus razones, y hace lo que le da la gana. ¿Por qué esforzarse en que no haya banderas con el águila de San Juan? ¿Por qué no prohibir la cruz de San Andrés? Señores de Nuevas Generaciones: ¿me permitirán llevar a la próxima el escudo del águila bicéfala de Carlos I? ¿Por qué no prohibir el toro de Osborne, o la "actitud vociferante", o las fotografías de Zapatero con nariz de payaso?
 
No se trata de defender aquí la conveniencia o no de portar una bandera con el águila de San Juan, sino de denunciar la tontería ésa de imponer lo que se puede o no se puede llevar. Verdaderamente, es del género tonto aceptar que la izquierda me marque lo que puedo o no puedo hacer. Yo, por ejemplo, digo y escribo "la juez" y no "la jueza", "la ministro" y no "la ministra", porque no quiero acabar diciendo "el pediatro" o "el economisto"; porque me resisto a la instauración de una sociedad homogeneizada, estúpida y profundamente autoritaria, donde se estabule a la gente; y porque sé que, haga lo que haga, la dictadura progresista seguirá prefiriendo un mundo donde no haya libertad.
 
Imagen tomada en la manifestación del día 17 (Fernando Díaz Villanueva).Al final, la manipulación de la foto de El País es lo que define a la izquierda española. Aceptar su chantaje emocional no nos lleva más que a un complejo estéril, blando e inhumano. Aun sin águilas de por medio, la manifestación fue en sus medios lo que ellos querían que fuese: la "provocación de la extrema derecha", el "golpe de estado en la calle" y el "ataque a las instituciones". Siempre harán lo mismo.
 
El pasado día 17 se manifestó la izquierda contra la guerra de Irak y por la paz (sic). La lista de convocantes era digna de un happening castrista, y se vieron banderas de la República, del Che, incluso una en la que aparecían Lenin y la hoz y el martillo, esto es, una bandera que jaleaba una ideología con 100 millones de muertos a sus espaldas. ¿Por qué para el PSOE no es un descrédito manifestarse con semejante gente? ¿Por qué ser de extrema izquierda no es un insulto en España? Éstas son las únicas preguntas que debieran hacerse los líderes del Partido Popular.
 
Porque mientras el "centro", es decir lo "aceptable", lo fije la izquierda y el PP lo asuma sin más, los populares estarán condenados a izquierdizarse... y a suicidarse, tal y como hizo la UCD en tiempos de la Transición.
 
Si el ejemplo del águila no les convence, busquen otro. Da igual. Lo importante no es el águila, es la libertad.
 
Un motivo para la esperanza
 
Sería injusto acabar sin reconocer el paso que se ha dado con esta manifestación. Ciertamente, si bien el problema es muy de fondo y queda mucho por avanzar, lo del sábado 10 fue una demostración de libertad y de vitalidad moral.
 
Una manifestación del PP en torno a la simple y llana idea de España, con cientos de miles de banderas rojigualdas, era impensable hace unos años. Parecen haber empezado a descubrir que la izquierda tiene un problema no con una fantasmal extrema derecha, sino con España, con la idea de España. De ahí que cualquier intento de "hacerse perdonar" por ella esté condenado al fracaso. La izquierda sólo perdonaría al PP si éste renunciase a cualquier idea de España y aceptase la disolución consensuada del régimen. Entonces sí: entonces lo consideraría un partido moderno y respetable...
 
En este sentido, parece que el PP está tomando la decisión correcta: no aceptar ese juego de ambivalencias y connivencias con la ruptura del sistema, pese a la enorme presión que está sufriendo. Por todo ello, la manifestación del sábado 10 fue una buena noticia. Una demostración de libertad frente al totalitarismo de la izquierda, y de que la derecha puede desprenderse de ese corsé mental que se ha ceñido durante décadas.
 
 
ANTONIO ARCONES, presidente de la Fundación Burke.
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