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ENCUESTA DEL INE

De pobrezas y desigualdades varias

Hace unos días publicó el Instituto Nacional de Estadística los principales resultados de su Encuesta sobre Condiciones de Vida (ECV) de 2004, que tiene dimensión europea, como su antecesora, el Panel de Hogares de la Unión Europea (Phogue). En su nota de prensa, el INE ha resaltado, entre otros, dos datos que miden desigualdades en la “distribución” de la renta en España: un 20% de los españoles vive por debajo del llamado “umbral de pobreza”; los varones españoles ganan, por término medio, un 17,3% más que las mujeres.

Hace unos días publicó el Instituto Nacional de Estadística los principales resultados de su Encuesta sobre Condiciones de Vida (ECV) de 2004, que tiene dimensión europea, como su antecesora, el Panel de Hogares de la Unión Europea (Phogue). En su nota de prensa, el INE ha resaltado, entre otros, dos datos que miden desigualdades en la “distribución” de la renta en España: un 20% de los españoles vive por debajo del llamado “umbral de pobreza”; los varones españoles ganan, por término medio, un 17,3% más que las mujeres.
El problema es que, al presentar estos datos así, desnudos, se prestan a convertirse en carnaza de periodistas poco diligentes y en dos ejemplos más de las cifras mágicas que pueblan la discusión pública de países como España. Una periodista, alarmada ante lo tremendo de que los pobres sean una quinta parte de la población de un país de capitalismo avanzado como España, no ha dudado en tildarlo de "escalofriante dato". Otra, arrastrada por sus ansias de justicia e inmediata igualación entre hombres y mujeres, concede que la mujer "accede al trabajo, sí", pero en condiciones de maltrato, pues "su sueldo es infinitamente inferior al de su compañero masculino".
 
No extraña, entonces, que se imagine casos y más casos de demandas judiciales presentadas por mujeres encendidas por la tremenda injusticia de que sus "compañeros", desempeñando las mismas tareas y en las mismas condiciones laborales, ganen más que ellas. En realidad, no hay nada de esto en una encuesta como la ECV; al menos, no lo hay en la nota del INE. Igual que no hay razones para sentir escalofríos por el supuesto 20% de pobres.
 
Lo que ocurre es que estos datos, presentados, como digo, sin los ropajes adecuados, dan tanta pena, sobre todo en el frío otoño, que nuestro sentido de la justicia se subleva y nubla nuestro entendimiento. Para despejarlo, nos hace falta saber cuáles son las ropas con que han de presentarse en sociedad. Son como las siguientes.
 
Pobreza, si acaso, relativa; más bien, desigualdad
 
El 20% de "pobres" se refiere a la proporción de personas que viven en hogares cuyo ingreso por unidad de consumo (no es exactamente el ingreso per cápita) está por debajo del 60% de la mediana, esto es, del ingreso que divide a la distribución de personas en dos mitades iguales. Éste es un valor convencional de uso reciente y que suele tenerse en cuenta, sobre todo, a efectos de comparar países, o regiones dentro de un mismo país, aunque también se usa para emitir juicios sobre la evolución de cada país.
 
Como tal, no significa mucho más. Lo que está claro es que en dos países con niveles de riqueza distintos, los "pobres" de uno lo serán más que los del otro. De Estados Unidos, por ejemplo, se dice que tiene demasiados pobres, precisamente porque son muchos los que caen por debajo de un umbral de pobreza fijado arbitrariamente. Pero esos pobres tienen un poder adquisitivo más alto que la media de bastantes países europeos. Así, si un dato así mide algo es, si acaso, la "pobreza relativa", o simplemente nos sirve como indicio de la desigualdad de rentas en un país o región.
 
Según el INE, los que habitan en esos hogares "pobres" tienen un ingreso anual por unidad de consumo inferior a 6.278,7 euros. Para un hogar con dos adultos, supone un ingreso anual de 9.418,1 euros. Para un hogar con dos adultos y dos menores de 14 años, supone uno de 13.185,3 euros. ¿Esto es mucho o es poco? Pues, como dijo aquél, depende. Por lo pronto, hay que reconocer que una parte de esos hogares estará en situación de bastante penuria económica, pero lo más probable es que sean muy pocos, tanto en términos absolutos como comparativos. Las cifras de exclusión social que se conocen sitúan a las ciudades españolas bastante lejos de otras europeas o de las de Estados Unidos, al menos en los años 90. Ello se debe, sobre todo, a que la gran mayoría de esas personas cuenta, en España, con una vivienda en propiedad.
 
Bastantes de los hogares por debajo del "umbral de pobreza" lo son de personas que, por su edad, no pueden trabajar o han sido hábilmente disuadidos de hacerlo, esto es, se trata de jubilados –cuyo único o principal ingreso es la pensión, normalmente, del varón– o de viudas, casi todas con pensión de viudedad. Casi todos tienen la vivienda en propiedad, por lo que no han de afrontar uno de los principales gastos en los hogares de parejas jóvenes, los del alquiler o la hipoteca. Pertenecen a una generación de españoles bastante frugal, tanto que, aunque el lector no lo crea, muchos ahorran, incluso ayudan económicamente a sus hijos emancipados (y probablemente son más los padres jubilados que ayudan a sus hijos que viceversa).
 
Muchos de esos hogares "pobres" o en "riesgo de pobreza", como dice el INE, están situados en regiones como Extremadura y Andalucía. Éstas son, efectivamente, las de menor renta per cápita en España, pero, por otra parte, también son las que tienen el coste de vida más bajo, de modo que cunden bastante más 6.278,7 euros al año en Badajoz que, por ejemplo, en Barcelona. De modo que habría que tener en cuenta el coste de vida local para hacerse una idea de si esos miles de euros son mucho o son poco.
 
Bastantes, por último, serán hogares de inmigrantes, de los que cabe esperar que, dadas las condiciones de su llegada a España, inicien su andadura económica en nuestro país en los peldaños más bajos de la escalera, en la expectativa de ir subiéndola, claro.
 
Por una perspectiva dinámica de las desigualdades
 
Que haya hoy, pero no hace unos años, muchos inmigrantes en los hogares "en riesgo de pobreza" nos alerta de la importancia de tratar este tema con una perspectiva diacrónica, o dinámica. Por una parte, conviene saber si el umbral al que nos estamos refiriendo va ascendiendo en términos reales o no, o, visto de otro modo, si los ingresos medios de los "pobres" van mejorando. En el caso español, como, según el Phogue, casi no ha variado en los últimos nueve o diez años el porcentaje de "pobres", y como el ingreso por unidad de consumo no ha dejado de aumentar en términos reales, cabe suponer que la situación de esos "pobres" tampoco ha dejado de mejorar.
 
De todos modos, podría ocurrir, incluso, que esos ingresos medios reales estuvieran cayendo en los últimos años sin que ello implicase una caída de renta para nadie. ¿Paradójico? En absoluto: podrían estar cayendo porque el estrato de hogares "pobres" se estuviera llenando de inmigrantes, con ingresos inferiores a los de quienes engrosaban las filas de la pobreza relativa en tiempos pasados pero muy o bastante superiores a los que tenían en sus países de origen. Por eso es muy importante saber quiénes son "pobres" en cada momento, y si siempre son los mismos; es decir, hemos de conocer el nivel de movilidad (ascendente y descendente, casi siempre en términos relativos) en una sociedad.
 
Si el estrato de los "pobres" está compuesto año tras año, grosso modo, por las mismas personas, ello quiere decir que los niveles de movilidad son relativamente bajos. No tiene por qué ser del todo negativo: esas personas pueden estar mejorando año tras año su poder adquisitivo. Sin embargo, sí puede apuntar a que estemos ante una sociedad en la que los mercados no funcionen, ni de lejos, a pleno rendimiento, ante una vida económica con dosis bajas de libertad.
 
En España la movilidad es mucho más baja que, por ejemplo, en Estados Unidos, aunque hay más de la que solemos suponer. El mismo Phogue permite examinar la trayectoria, ascendente o descendente, de los adultos en los hogares a través de los distintos niveles de renta (deciles: cada uno recoge a un 10% de los individuos, ordenados de menor a mayor ingreso por unidad de consumo) desde 1994 a 2001. Por ejemplo, de los que estaban en el primer decil, el más bajo, en 1994, un 71% estaba situado en uno de los nueve niveles superiores en el año 2001, y no eran pocos los que habían llegado a los deciles séptimo a noveno (13%). Igualmente, se produce bastante movilidad descendente: por ejemplo, de los que ocupaban el decil superior en 1994, un 45% se situaba en un decil inferior en el año 2001. Movimientos significativos se dan, incluso, de un año para otro.
 
En realidad, visto con un poco de distancia, este tipo de cálculos parecen filigranas de académico. Basta recordar el tremendo crecimiento de la economía española desde 1995/96 hasta hoy, el histórico aumento de los niveles de empleo (en seis o siete millones de ocupados) y la enorme magnitud de la inmigración en los últimos siete u ocho años, para darse cuenta de que, aunque siga habiendo un 20% de "pobres", su situación, hoy, es mejor que en 1994. Imagino que al lector, con los ropajes que hemos tejido para estos datos, se le han quitado los escalofríos de la primera periodista. Espero que también prescinda del extraño concepto de "infinito" que tiene la segunda periodista (infinito = 17%) cuando lea lo que sigue.
 
¿Discriminación salarial por sexo?
 
En esta ocasión, los periodistas han repetido, con mayor o menor fortuna, el dato que el INE ha puesto en sus teclados, que el salario medio por hora de los varones es un 17% superior al de las mujeres. Y no son pocos los que han pensado que esa diferencia se da para salarios por el mismo trabajo. Curiosamente, la falta de costumbre de ir algo más allá de la nota de prensa ha impedido a los periodistas presentar la noticia de manera todavía más escandalosa. Si hubieran efectuado sus propios cálculos con los datos de la nota de prensa, habrían podido titular: "El salario mensual de los varones es un 40% superior al de las mujeres". Al menos, nos hemos ahorrado una crisis nerviosa fatal de la periodista que habla de salarios "infinitamente" mayores en los varones: ¡qué habría dicho si se hubiera dado cuenta de que la diferencia es del 40%!
 
Que la diferencia en los salarios mensuales sea del 40% y en los salarios por hora sea del 17% nos debería hacer pensar en que puede haber factores, como el de la duración de la jornada, distintos del sexo del trabajador, que influyen en que los varones ganen, por término medio, más que las mujeres. Veamos algunos.
El de la jornada es muy claro: las mujeres suelen trabajar a tiempo parcial mucho más que los hombres, y sus jornadas a tiempo completo suelen durar menos que las de los varones; en gran medida, porque trabajan mucho más en el sector público. Puede influir, también, la antigüedad en la empresa. Aunque los complementos de antigüedad van desapareciendo poco a poco, todavía siguen ganando más los trabajadores más veteranos sólo por serlo. Cabe pensar que, como la incorporación de las mujeres al trabajo fuera de casa es más reciente que la de los varones, y como esa incorporación se produce con más contratación temporal y más interrupciones (por la maternidad y la crianza de los hijos) que las de los varones, su antigüedad media en las empresas sea algo menor.
 
Puede importar, asimismo, la cualificación formal del puesto de trabajo, y puede ocurrir que los varones tengan las cualificaciones más remuneradas. Por ejemplo, aunque seguramente son ya más las mujeres que obtienen cada año un título universitario, las carreras que más cursan (humanidades, ciencias sociales, algunas ciencias naturales) están peor remuneradas que las carreras preferidas por los varones (ingenierías, carreras técnicas, ciencias "duras"). Incluso si la cualificación es de formación profesional, los jóvenes suelen tender más a matricularse en especialidades "industriales", mientras que las jóvenes se orientan más hacia las de servicios, de nuevo, menos demandadas y/o remuneradas en el mercado.
 
La especialización sectorial por sexos también puede explicar parte de la diferencia: hay más varones en bastantes sectores industriales, con salarios altos (por tener una productividad alta, claro); hay más mujeres en sectores de servicios que requieren pocas cualificaciones formales (dependientes de comercio, por ejemplo, o servicios personales o de limpieza) y, por ser poco intensivos en capital, son poco productivos.
 
Tampoco podemos olvidar la categoría profesional: cuanto más elevada, mayor es el salario. Los asalariados en puestos de dirección o supervisión, por ejemplo, ganan más que el resto. En esos puestos abundan mucho más los hombres que las mujeres, por razones diversas que no tienen por qué implicar discriminación laboral, sino, entre otras cosas, elecciones distintas de carrera profesional.
 
Así podemos seguir con las muchas circunstancias que afectan al salario, y que pueden ser lo bastante distintas entre hombres y mujeres como para que confundan los supuestos efectos del sexo del trabajador en el salario. Menciono una más, por curiosa: el que el horario permita comer en casa a diario: comer fuera llevará al trabajador a esperar una mayor remuneración. Pues bien, son las asalariadas las que más comen en casa, incluso considerando la duración de la jornada, tal como se puede comprobar con la Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo.
 
Todas estas variables pueden ser tenidas en cuenta ("controlarse", en la jerga estadística) en análisis multivariantes como la regresión múltiple (más jerga, disculpen), de modo que podemos intentar aislar el efecto de ser hombre o mujer en las diferencias salariales. Lo que ocurre con estudios que utilizan estas técnicas es que, aun teniendo en cuenta una lista de variables que pueden confundir la relación entre el sexo del trabajador y su salario, siguen dándose las diferencias a favor de los varones. Sin embargo, ello no permite, como suele hacerse (por ejemplo, en este trabajo), asignar esas diferencias residuales a la discriminación salarial.
 
Hay muchas características individuales que afectan al salario que está dispuesto a pagar un empresario a un trabajador (y al que éste está dispuesto a aceptar) que no pueden medirse o que se miden mal con encuestas: la dedicación, la concentración en las tareas, el absentismo, las horas perdidas por "asuntos propios", la disposición a "echar horas extraordinarias", la disposición a viajar y alejarse del hogar por temporadas, la flexibilidad en los horarios, etc. Bastantes de esas características "perjudican" a las mujeres, por estar menos dispuestas a renunciar a compromisos no laborales, sobre todo familiares, como el cuidado de la progenie.
 
De todos modos, la consideración de todas estas variables no deja de ser una aproximación gruesa a la relación contractual entre un empleador y un trabajador, la cual, dejando de lado convenios y otras regulaciones públicas o semipúblicas de la relación laboral, está basada en un acuerdo guiado por los juicios subjetivos de ambas partes. Como tales, son casi imposibles de aprehender mediante nuestras toscas técnicas. En cualquier caso, lo mínimo que hemos de pedir a los periodistas y a los partícipes académicos y políticos en esta discusión es que se tengan en cuenta, cada vez que se publica un dato nuevo, argumentos como los que he expuesto sumariamente.
 
Datos vestidos y discusión pública civilizada
 
Vestir los datos con este tipo de argumentos no es manipularlos ni ocultarlos, es proporcionarles el contexto necesario para que podamos apreciar su auténtico significado. Muy al contrario, desnudos de contexto, los datos de la "pobreza" y de las "desigualdades" salariales entre hombres y mujeres promueven una excesiva simplificación de los asuntos. Pero ese tipo de simplificaciones son las que menos necesitamos, pues sirven a la manipulación de los sentimientos de justicia y equidad, que acaban aplicándose a asuntos u objetos que no los requieren (caso de los salarios de varones y mujeres) u ofuscando el entendimiento (caso del 20% de "pobres").
 
En una discusión pública civilizada, razonamientos (según criterios de verdad) y sentimientos han de ir de la mano y al compás. Desacompasados producen males extremos, aunque no tan extraños entre sí, el del gobierno de los técnicos y el de los demagogos. Males que podemos contrarrestar, entre todos, ateniéndonos a unos mínimos criterios de veracidad, desapasionamiento y civilidad en nuestro debate público. Es costoso, pero no tenemos más remedio que hacerlo si queremos vivir como ciudadanos libres.
 
 
Juan Carlos Rodríguez, investigador de Analistas Socio-Políticos.
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