
El informe también pone de manifiesto la pésima labor que han venido realizando los Bancos Centrales a la hora de evitar la continua depreciación de las monedas que gestionan en régimen de monopolio. Desde 1973, la peseta y, luego, el euro han perdido su valor más de 23 veces con respecto al oro; se trata de una increíble depreciación del 95%, que en cualquier otro sector económico significaría la quiebra más absoluta.
Aun así, muchos economistas teóricos, adormecidos por los cantos de sirena de los dos enfants terribles del siglo XX: John Maynard Keynes y Milton Friedman, y por los estudios monetarios financiados en buena medida por los Bancos Centrales, se resisten a reconocer la superioridad del oro sobre el dinero fiduciario de curso forzoso. Para ello recurren a una serie de argumentos, a cuál más ingenuo.
El oro no es un dinero científico
El primer argumento contra el oro es que se trata de un dinero que surgió casi por accidente y, por tanto, no es el mejor posible. Una vez la profesión económica ha desarrollado modelos teóricos más avanzados, podemos encaminarnos hacia formas monetarias más científicas y eficientes.
Sin duda, se trata de una crítica que refleja un sesgo típicamente ingenieril y socialista. Hayek ya nos advirtió de que muchas veces las instituciones que surgen de manera espontánea recogen una enorme cantidad de información dispersa que ninguna mente individual es capaz de procesar y comprender. En otras palabras: puede haber partes de una institución que no comprendamos o que estemos comprendiendo mal, y, partiendo de esa información errónea, podemos adoptar reformas inconvenientes.

El oro no es un dinero como otro cualquiera: es el mejor que hasta la fecha han descubierto los agentes económicos, dado que tiene una serie de propiedades cuasi únicas: es fácil de transportar, almacenar y conservar; es divisible, dúctil, maleable, y no se corroe; es relativamente escaso; es homogéneo; es difícil de falsificar (incluso, o especialmente, por los gobernantes); es imperecedero; es un metal precioso internacionalmente reconocido...
Muchos creen que el patrón oro es tan arbitrario como un patrón cobre o un patrón café. Quienes tal cosa sostienen muestran una completa ignorancia monetaria. Aparte de las cualidades arriba mencionadas, el oro tiene una relación stock/flujo muy elevada: alrededor de 80. Esto significa que el stock actual es 80 veces superior a su producción anual, por lo que se necesitan 80 años para doblar la cantidad existente de oro. En el caso de los bienes agrícolas, esta relación está alrededor de 1; esto es, cada año se reproduce todo el stock del año anterior.
Adoptar un patrón monetario con una baja relación stock/flujo implicaría variaciones anuales muy grandes del valor del dinero, en función de si se produce más o menos. Esta inestabilidad impediría ahorrar en esa moneda, ya que la riqueza individual dependería de factores coyunturales. En cambio, la producción anual de oro no supera el 2% de su stock acumulado. Su valor no varía ante incrementos tan pequeños.
El oro ya ha sido desmonetizado
Otro argumento bastante utilizado por los orofóbicos es que, si bien el oro era dinero hace cien años, hoy ha dejado de serlo. De nuevo, en este caso muestran una gran estrechez de miras sobre los fenómenos monetarios.
El dinero cumple dos funciones esenciales: es un medio de cambio y un depósito de valor. Es cierto que el oro ha dejado de emplearse en buena medida como medio de cambio; sin embargo, en buena medida también ocurría esto durante el siglo XIX, ya que muchas transacciones se realizaban en billetes respaldados por oro pero no en oro propiamente.

De todas formas, pese a lo que muchos creen, el oro sí sigue utilizándose como reserva de valor. Entre 1956 y 2007 la producción de oro no ha tenido precedentes: unos 90.000 millones de dólares, más de lo que se había producido durante milenios hasta 1950. ¿Dónde han ido a parar esa ingente cantidad? ¿Acaso a la joyería? No, ha sido adquirida y atesorada por millones de inversores que buscan cubrirse de la pérdida de valor de las divisas nacionales. Es una situación paralela a la de los últimos días de Roma: en medio de la inflación, el oro y la plata desaparecieron... y anticiparon el colapso del Imperio.
El oro agrava las crisis económicas
Hemos dejado para el final uno de los argumentos más utilizados contra el oro. Básicamente sostiene que, dado que la cantidad de este metal es inelástica, las crisis económicas no pueden se contrarrestadas con una política monetaria expansiva. El ejemplo más gráfico fue la Gran Depresión de los años 30.
No hay espacio aquí para exponer todos los errores que contiene este argumento. Básicamente, hay que tener en cuenta que las políticas monetarias expansivas no son la solución, sino la causa de las crisis económicas. El que los Gobiernos se encuentren maniatados quita posibilidades de que esas crisis se produzcan, o de que, si llegan a producirse, cobren una mayor gravedad.

Pero es que, además, es falso que durante los años 30 existiera el patrón oro. Cualquier libro de texto habla de patrón de cambios oro (o patrón divisa oro). Las diferencias son mucho más grandes de lo que el nombre permite deducir. Bajo el patrón divisa oro, los Bancos Centrales continentales podían imprimir billetes que no estuvieran respaldados por oro, sino por libras esterlinas o dólares. En otras palabras: cuando el Banco de Inglaterra inflaba la oferta monetaria, los Bancos Centrales de Francia y Alemania podían inflarla a su vez. Y los préstamos concedidos por EEUU a los países centroeuropeos podían reinvertirlos éstos en los mercados yanquis y emitir moneda nacional respaldada por los activos adquiridos.
Además, el Banco de Inglaterra limitó la convertibilidad de las libras en oro al establecer un "patrón lingote oro". Sólo quien dispusiera de unos 2.000 dólares de la época podía retirar oro, lo que facilitaba enormemente la colocación de nuevos billetes pequeños entre las masas.
Todo esto dio lugar a una seria falta de liquidez de los sistemas bancarios europeos, que terminaron por colapsar. No fue el patrón oro el causante, sino la expansión crediticia permitida por el abandono de facto del patrón oro.
Conclusión