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LA SOCIEDAD ABIERTA Y SUS ENEMIGOS

La impostura del populismo

La tragedia ferroviaria de Once, con 51 muertos y más de 700 heridos, provocó una honda indignación en la República Argentina y un amplio debate sobre la responsabilidad del Gobierno de esa nación por su permisividad hacia la empresa concesionaria del servicio, propiedad de empresarios afines al oficialismo.


	La tragedia ferroviaria de Once, con 51 muertos y más de 700 heridos, provocó una honda indignación en la República Argentina y un amplio debate sobre la responsabilidad del Gobierno de esa nación por su permisividad hacia la empresa concesionaria del servicio, propiedad de empresarios afines al oficialismo.

La responsabilidad del Gobierno de Cristina Kirchner sería aún mayor, porque la Auditoría General de la Nación había advertido, en informes presentados en años precedentes, de que la falta de mantenimiento en la red ferroviaria, así como en las máquinas y los vagones, representaba un grave riesgo para los usuarios; las condiciones para que se produjera un accidente grave como el que finalmente se produjo estaban ahí.

Las autoridades no solo no tomaron medidas preventivas, sino que siguieron transfiriendo los subsidios sin control. Peor aún, su reacción cuando se produjo la tragedia fue notoriamente insensible y, en cierta medida, protectora de los concesionarios. Muy diferente es el trato de tal Gobierno a otras empresas que considera opositoras de su proyecto, como los prestigiosos diarios La Nación y Clarín.

La tragedia de Once nos muestra la cara más vergonzosa del populismo, que se encarama al poder en nombre de los pobres pero rápidamente degenera y solo sirve a los intereses de sus fieles. La corrupción empobrece aún más a quienes, esperanzados, llevan al poder al populista de turno, y enriquece a políticos y falsos empresarios, que rápidamente emprenden negocios vinculados al Estado. Surgen así empresas nuevas y supuestos hombres de negocios exitosos y prósperos.

He aquí un gran drama, principal causa de la pobreza en numerosos países: la perversión de la política y la destrucción de la economía basada en la competencia y la eficiencia.

En las sociedades castigadas por el populismo, los gestores de la cosa pública se dedican principalmente a amasar poder, concentrarlo y manejarlo en provecho propio. El horizonte deja de ser el bienestar social o la prosperidad ciudadana en beneficio del interés y la ambición del gobernante y su entorno.

El populismo no tiene ideologías. No es socialismo ni es capitalismo. No es de izquierda ni de derecha. No es solidario ni sirve a los más necesitados: sólo los utiliza y manipula para perpetuarse en el poder. Carece de la sensibilidad más elemental ante los problemas diarios que afronta el ciudadano común. Es una realidad que vuelve una y otra vez por la incapacidad de quienes creemos en la libertad y la democracia a la hora de construir sociedades con instituciones que ofrezcan oportunidades, respeto y prosperidad a todos sus componentes.

Esa es la principal lección que debemos obtener en países como Bolivia si queremos superar el círculo vicioso de corrupción e inseguridad que nos aleja del desarrollo.

 

© El Cato

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