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DRAGONES Y MAZMORRAS

La intrahistoria

Ni siquiera ha esperado este año el Corte Inglés a que pasara el puente de la Inmaculada, o de la Constitución (que debería llamarse “la Nicolasa”, por celebrarse el día de San Nicolás, como sugirió el año pasado Aquilino Duque, cosa que mis fieles lectores tal vez recuerden) para llenar de ilusión nuestros gastados corazones con los oropeles de las fiestas navideñas.

No necesitábamos otra cosa para ponernos en marcha. La consecuencia es que Madrid ha madrugado en materia de atascos, visitas a la plaza Mayor y otras sevicias propias de estas entrañables fiestas. También han empezado ya, y esto es más comprensible, dado lo apretado de nuestras agendas, las comidas de hermandad y conmemoraciones de todo tipo. Para resumir, a las presentaciones de libros hay que añadir ahora las cenas. Si en lo primero los espacios elegidos suelen ser la Residencia de Estudiantes y el Círculo de Bellas Artes, en lo segundo el protagonismo se lo disputan el Ritz y el Palace, cada cual con su estilo particular, más elegante el primero, si quieren saber mi opinión.
 
La que les voy a referir sucedió en el Palace y tuvo varios protagonistas: por un lado, el cine español (que ni “visto fuera de España me sabe mucho mejor”, como pasa con el vino de la copla), por eso de que recuperó la “deuda” que el Estado admite haber tenido con él y que asciende a casi treinta millones de euros. Los cineastas españoles dicen que les tienen que proteger de la competencia de los cineastas extranjeros, concretamente de los americanos. Argumentan que si estos últimos gustan más a los espectadores es porque, al estar doblados, los entienden perfectamente, lo que no pasaría si estuvieran en versión original con subtítulos. Es como si los escritores españoles pidiéramos que nos compensaran por el daño que pudieran hacernos las traducciones de los escritores extranjeros, por lógica, más numerosos y, en muchos casos, mejores. Ésa sí que sería una deuda histórica, porque los cineastas tendrán que competir con Bergman, Fellini, Ford, Capra y Woddy Allen, pero nosotros tenemos que lidiar con Homero, Dante, Shakespeare o Flaubert (la lista es enorme y se pierde en la noche de los tiempos y no en el siglo pasado) y a nadie se le ocurre pedir ningún “canon compensatorio” por ello.
 
El otro “protagonista” fue el premio Cervantes, pues esa misma tarde se hizo público el nombre del nuevo galardonado, que resultó ser el poeta chileno Gonzalo Rojas, opción tan neutra que sólo se puede explicar  por una maniobra de esas que, sin comérselo ni bebérselo, tienen que realizar muchas veces los jurados. En este caso las malas lenguas dicen que se le eligió para que no saliera Juan Marsé quien, según hizo público a la prensa Victor García de la Concha, en flagrante contradicción con el secreto que parece debiera guardarse en estos casos, era el otro finalista.
 
Pero veo que estoy en pleno texto sin haberles todavía contado el contexto. Se trataba de una cena que daba la Ministra de Educación, Cultura y Deporte para hacer un balance de la política cultural de la legislatura 2000-2004, tal como rezaba en la invitación, y a la que asistiría, y así fue, el Presidente de Gobierno. Estábamos todos distribuidos en mesas redondas (pero de las de verdad) según una extraña jerarquía cultural; por ejemplo, en la mesa de honor, se podía ver a José María Aznar flanqueado por  Eduardo Arroyo y Gonzalo Anes, lo que puede parecer coherente, pero de pronto, al lado de éste, vaya usted a saber por qué, estaba Lina Morgan. El número de comensales era bastante elevado y estaba compuesto por el mismo público que presumiblemente acudirá el próximo mes de abril a la recepción del Rey, si  Ibarretxe no lo impide.
 
Para terminar, y como he hecho en ocasiones similares, no me resisto a reproducir el menú, por eso de la intrahistoria (o “petite histoire” que dicen los franceses de manera mucha más frívola) aún a sabiendas de que a nadie le aprovechara mejor que a los que lo comimos: “Ensalada de rape, en vinagreta de mostaza al astragón (sic), gambitas en salmuera (discreta) *** Consomé doble de buey al oloroso (riquísimo)*** Confit de pato al agridulce de grosellas (bastante logrado)*** Cesta de chocolate con crema catalana y melocotón flambeado al grand marnier (decepcionante). De los vinos, Raymat Clos Casal (blanco) y Ardandegi, Crianza (tinto), nada puedo decir porque soy abstemia pero observé, pensando que Proust también lo hubiera hecho, que los vasos estaban siempre llenos, lo cual quiere decir que los camareros no daban abasto.
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