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OBISPOS MANIFESTÁNDOSE

Como unos ciudadanos

La lectura atenta de los evangelios, muy especialmente los tres sinópticos, nos muestra cómo Jesús distingue a quienes quieren ser sus discípulos de quienes no lo son. Según a quién, anuncia o enseña, tiene unos gestos u otros.

La lectura atenta de los evangelios, muy especialmente los tres sinópticos, nos muestra cómo Jesús distingue a quienes quieren ser sus discípulos de quienes no lo son. Según a quién, anuncia o enseña, tiene unos gestos u otros.
Sacerdotes en la manifestación
Lo mismo ocurre con San Pablo en el relato de los Hechos de los Apóstoles o en sus epístolas, sabe distinguir a sus hermanos de fe de quienes no lo son, diferencia el entorno fraterno de un tribunal de justicia, por poner un ejemplo de espacio ciudadano. Esta distinción tan sencilla, durante siglos, en la época lla­mada de cristiandad, donde ser hijo de vecino era casi sinónimo de ser cristiano, quedó en la práctica casi totalmente desdibujada. Hay que reconocer que esta mentalidad inercialmente sigue lastrando, en no pequeña medida, la acción evangelizadora de la Iglesia. También en buen número de los críticos a la presencia de los obispos en la manifesta­ción del 18 de junio parece estar subyacente, pues da la impresión de que identifica­sen unos modos medievales del episcopado con lo que un obispo es. O bien es como si en ellos se despertase el súbdito feudal, aún no superado por él mismo, y quisiera defen­derse de la amenaza, sólo presente en su inconsciente, del brazo clerical. Evidentemente, quien se sabe ciudadano no vive en la pesadilla de una emancipación, en peligro, del antiguo régimen.
 
No voy a detenerme a analizar la oportunidad o no de la presencia de unos cuantos obispos católicos en la manifestación, voy a centrarme mejor en lo formal del caso, porque más allá de lo material de este asunto, más allá del acertar o errar en participar en una deter­minada manifestación, tenemos el hecho de estar en una manifestación, con independencia de que se pueda acertar o errar en la elección de dónde estar, pero previamente a ello es el estar. Hay que recordar que la manifestación fue convocada por una organización civil, es decir, por un grupo de ciudadanos que organizados en uso de su derecho a la libre asociación, han deci­dido, en una coyuntura social determinada, llevar a cabo una acción, en uso también de un derecho fundamental, concretamente el de manifestación. No era, por tanto, una convocatoria ni confesional ni clerical, sino un acontecimiento de pura ciudadanía. Esta convocatoria no se circunscribió únicamente a sus socios, sino que estuvo abierta a cualquiera que en ella qui­siera participar, sin distinción de credo, condición sexual o cualquier otra circunstancia, en apoyo a unos valores muy concretos, en unas circunstancias muy específicas y no contra na­die, si acaso, en contra de una ley en trámite parlamentario.
 
Entre los cientos de miles, esta convocatoria fue secundada por un grupo de obispos católicos, que son ciudadanos, o, si se prefiere, por un grupo de ciudadanos que son obispos católicos. Y esto no es un juego de palabras, es algo muy importante que le ha ocurrido a la Iglesia en España. Estos obispos habrán podido acertar o no en acudir a esta concreta mani­festación, pero lo que es indudable es que han ejercido su episcopado siendo ciudadanos y esto es lo decisivo eclesiológicamente hablando. Es verdad que su ciudadanía la han vivido siempre, pero hay acontecimientos que por lo que son y por su publicidad tienen una relevan­cia especial. En la vida intraeclesial, el obispo tiene un lugar muy claro, es el pastor que en­cabeza la marcha y, sin embargo, el sábado secundaron ellos la iniciativa de unos ciudadanos que, seguramente en la mayoría de los casos, serán diocesanos suyos. Lo cual es un tema para analizar, sobre todo por quienes demandan una mayor participación y democratización en la Iglesia, ya que esto es un claro síntoma de los cambios que se han ido dando a partir de la Lumen Gentium  y la Gaudium et Spes y que es un anuncio nítido de más, aunque su plasma­ción final llevará tiempo. Se acusa a los obispos de hacer política, lo cual es inevitable, ya que en una democracia lo que los ciudadanos siempre hacen es política, pues todo influye en la vida de la polis, lo que un obispo no podrá hacer nunca es política como un profesional de la misma, la tendrá que hacer como un ciudadano, pero no como cualquier ciudadano, sino desde los valores, modos y formas propios de su fe.
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