Lo mismo ocurre con San Pablo en el relato de los Hechos de los Apóstoles o en sus epístolas, sabe distinguir a sus hermanos de fe de quienes no lo son, diferencia el entorno fraterno de un tribunal de justicia, por poner un ejemplo de espacio ciudadano. Esta distinción tan sencilla, durante siglos, en la época llamada de cristiandad, donde ser hijo de vecino era casi sinónimo de ser cristiano, quedó en la práctica casi totalmente desdibujada. Hay que reconocer que esta mentalidad inercialmente sigue lastrando, en no pequeña medida, la acción evangelizadora de la Iglesia. También en buen número de los críticos a la presencia de los obispos en la manifestación del 18 de junio parece estar subyacente, pues da la impresión de que identificasen unos modos medievales del episcopado con lo que un obispo es. O bien es como si en ellos se despertase el súbdito feudal, aún no superado por él mismo, y quisiera defenderse de la amenaza, sólo presente en su inconsciente, del brazo clerical. Evidentemente, quien se sabe ciudadano no vive en la pesadilla de una emancipación, en peligro, del antiguo régimen.
No voy a detenerme a analizar la oportunidad o no de la presencia de unos cuantos obispos católicos en la manifestación, voy a centrarme mejor en lo formal del caso, porque más allá de lo material de este asunto, más allá del acertar o errar en participar en una determinada manifestación, tenemos el hecho de estar en una manifestación, con independencia de que se pueda acertar o errar en la elección de dónde estar, pero previamente a ello es el estar. Hay que recordar que la manifestación fue convocada por una organización civil, es decir, por un grupo de ciudadanos que organizados en uso de su derecho a la libre asociación, han decidido, en una coyuntura social determinada, llevar a cabo una acción, en uso también de un derecho fundamental, concretamente el de manifestación. No era, por tanto, una convocatoria ni confesional ni clerical, sino un acontecimiento de pura ciudadanía. Esta convocatoria no se circunscribió únicamente a sus socios, sino que estuvo abierta a cualquiera que en ella quisiera participar, sin distinción de credo, condición sexual o cualquier otra circunstancia, en apoyo a unos valores muy concretos, en unas circunstancias muy específicas y no contra nadie, si acaso, en contra de una ley en trámite parlamentario.