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DESNUDO SÓLO POR FUERA

Filantropía al desnudo

Parece como si tarde o temprano cualquier causa humanitaria estuviera destinada a ser encontrada por algún grupo dispuesto a desnudarse por ella en un calendario, porque da la impresión de que, al menos de momento, eso de la desnudez filantrópica va cogida de la mano del tiempo. Años llegarán en que no sólo las calendas arroparán el benéfico desvestirse, sino que habrá también llaveros, barajas, camisetas, etc. Pero de momento, y pese a eso que llaman recalentamiento del planeta, todo será un tiempo otoñal de permanente caída de hojas de parra, de decadencia.

Parece como si tarde o temprano cualquier causa humanitaria estuviera destinada a ser encontrada por algún grupo dispuesto a desnudarse por ella en un calendario, porque da la impresión de que, al menos de momento, eso de la desnudez filantrópica va cogida de la mano del tiempo. Años llegarán en que no sólo las calendas arroparán el benéfico desvestirse, sino que habrá también llaveros, barajas, camisetas, etc. Pero de momento, y pese a eso que llaman recalentamiento del planeta, todo será un tiempo otoñal de permanente caída de hojas de parra, de decadencia.
Policías desnudos
Ahora a los que les ha tocado el turno es a doce intrépidos policías municipales, once varones y una mujer, de los doscientos que hay en Fuenlabrada. El maremoto del sureste asiático les ha movido a salir del armario... de su pretoriano uniforme para, como rosquillas, vender por cinco euros, en las dependencias de la Policía Local de Fuenlabrada, su desnudez en doce meses.
 
Si uno se fija bien, en esto de los almanaques generosos, lo que predomina es el desnudarse de un uniforme. Pero para salir del armario de uno de ellos no hace falta ser ni policía ni militar. Unas veces es el uniforme de un modesto equipo de fútbol, otras el de una selección de natación o el de ama de casa, porque para uniforme, lo que se dice para llevar uniforme, puede valer cualquier cosa, hasta el que va a la moda lleva el de temporada y marca o, según el caso, el de la tribu urbana correspondiente. El hombre-masa va siempre uniformado y, aunque quiera singularizarse con su ropa o con su desnudez, va cargando con este estigma allá por donde vaya. Por eso precisamente quiere desnudarse o, en carnavales, disfrazarse. Pero, al fin y al cabo, todo para él es uniformarse, hasta el desnudarse.
 
Al parecer, en el caso de los de Fuenlabrada, la idea fue del agente Ramón Montesino, pero esto ya no es una idea, sino tópico y lugar común. Con esta proliferación de coritos almanaques, uno de estos días, me encontraré con que formaré parte de un nuevo grupo marginal: los que ni han posado benéficamente ni han comprado el calendario. Pero tanto vestirse como desnudarse no es de sencilla ejecución, porque el hombre en todo lo que hace se dice a sí mismo y, por ello, sólo el que es él mismo, y no el hombre-masa, personaliza todo cuanto hace, pues se irradia a sí. Quien está en el centro de su ser es porque se ha desnudado internamente y, por ello, está libre de todo uniforme, ya que es fiel a su fondo insobornable y, entonces, por mucha ropa que encima lleve, en todo se trasparece. El hombre, inevitablemente, siempre va vestido y siempre va vistiendo las cosas. Aunque se quite toda la ropa, siempre llevará algo puesto, la cuestión está en si eso que lleva es o no un uniforme. Tal vez parezca exagerado esto que digo, pero basta echar un vistazo a la historia del arte, desde las venus esteatopigias hasta Las señoritas de Avignon de Picasso, todos los desnudos llevan algo puesto: fertilidad, sensualidad, procacidad, timidez, canon estético, astucia, vanguardia, etc., casi siempre el uniforme de época.
 
Es claro, al menos a mí me lo parece, que en estos almanaques se ve, tanto en quien posa como en quien compra, que lo de que el fin justifica los medios es algo que tiene vigencia social. Mi duda estriba en averiguar cuál es el fin y cuál el medio. Si la gente se desnuda para una causa laudable o la finalidad filantrópica es excusa justificatoria para desnudarse o para satisfacer algún oculto deseo de erostratismo o cualquier otro motivo oculto necesitado de eflorescencia. Pero la generosidad desnuda de cualquier otra intención es lo que es realmente raro, casi exótico. Desde luego, no faltan voluntarios para estos almanaques, para engrosar esta moda que está en cuarto creciente, moda de calendarios, de terapéutica experimentación con embriones, moda de ocultarnos en el bien aparente para justificar nuestras cosas. De lo que no parece que haya muchas vocaciones es de desnudarse por dentro, de prescindir de nuestra soberbia, de nuestro egoísmo, de nuestro mal... Tal vez por eso el Papa, entre hospitalización y hospitalización, ha tenido que preguntar por la escasez de vocaciones sacerdotales en las diócesis catalanas, porque si no se da aquello, difícilmente se da esto.
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