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JOSE PAHM DINH

Historia de fe y de libertad

Los restos del cardenal José Pahm Dinh Tung, arzobispo emérito de Hanoi, reposan ya bajo el altar de la catedral de San José en el corazón de la ciudad. Más de treinta mil personas llegadas de todos los rincones del Vietnam participaron en su funeral, muestra elocuente de la vitalidad del catolicismo en un país en el que los cristianos se han sentido siempre protagonistas, a pesar de las duras persecuciones que han padecido durante cuatro siglos.

Los restos del cardenal José Pahm Dinh Tung, arzobispo emérito de Hanoi, reposan ya bajo el altar de la catedral de San José en el corazón de la ciudad. Más de treinta mil personas llegadas de todos los rincones del Vietnam participaron en su funeral, muestra elocuente de la vitalidad del catolicismo en un país en el que los cristianos se han sentido siempre protagonistas, a pesar de las duras persecuciones que han padecido durante cuatro siglos.

José Pahm Dinh era hijo de una familia cristiana desde hace varias generaciones, como también lo fue uno de sus compañeros de colegio cardenalicio, el inolvidable Francisco Javier Van Thuan, que nos dejó en sus libros una vibrante narración de cómo el cristianismo ha echado raíces desde el siglo XVI en Vietnam, a despecho de terribles persecuciones que arrojan una cosecha de miles de mártires en diversas etapas de su historia. Impresiona cómo se ha encarnado la fe en este país del Sudeste asiático, dando lugar a generaciones de cristianos plenamente implicados en la vida civil, desde los artesanos hasta la propia familia real. La brutalidad con la que se han empleado distintos gobiernos nunca consiguió desarraigar la semilla, ni empujar a los cristianos a una especie de gueto. Por el contrario, los católicos vietnamitas muestran orgullosos sus largas genealogías y se saben y sienten protagonistas de la dramática historia de su país.

La vida del fallecido arzobispo emérito de Hanoi es una parábola de la historia contemporánea del Vietnam: la liberación del colonialismo, la terrible guerra civil, el periodo de la reconstrucción y la tímida apertura. La comunidad católica, pero también otras muchas gentes, le lloran y le reconocen hoy como uno de los pilares de la sufriente nación. Cuando en 1954 se establece la ruptura entre el norte y el sur, el joven sacerdote José Pahm Dinh permanece en Hanoi, capital del norte en poder de los comunistas, donde dirige el seminario menor de San Juan. Allí haría gala de su extraordinaria capacidad para aunar firmeza y flexibilidad, logrando evitar las órdenes que trataban de imponer el adoctrinamiento político a sus seminaristas. En 1963 el Papa le nombra obispo de Bach Ninh, donde reabre en secreto el seminario y funda una congregación femenina. Eran tiempos duros para los católicos del Vietnam, acusados de complicidad con la intervención norteamericana y con el colonialismo francés. El Gobierno trató de separar al pueblo cristiano de sus pastores y puso en práctica el intento de crear una iglesia nacional o patriótica, como en China, pero el experimento fracasó debido a la fortaleza y densidad del tejido católico en el país. También el obispo Pahm Dinh fue confinado durante un tiempo en su residencia, privándosele de la posibilidad de visitar a su grey. En 1990, al quedar vacante la sede de Hanoi, es nombrado administrador apostólico; sólo cuatro años después, vencidas las resistencias del Gobierno, recibe el nombramiento de arzobispo de la capital.

Siempre se caracterizó por su impulso educativo, la animación de las comunidades y el servicio a los más pobres. Procuró evitar encontronazos inútiles con el régimen comunista con el fin de asegurar los mayores espacios de libertad para la Iglesia. Pero cuando fue necesario alzar la voz lo hizo sin dudar, como cuando hizo leer una protesta pública contra la expropiación de los edificios de la antigua nunciatura apostólica por parte del Gobierno, asunto que ha provocado fuertes tensiones con la comunidad católica en los últimos meses. En todo caso los jerarcas del Partido Comunista siempre respetaron su autoridad moral, y en su funeral se han dejado ver algunos representantes del Gobierno a pesar de la dureza de las confrontaciones con la iglesia local, algunos de cuyos miembros han sido golpeados, arrestados y llevados a juicio tras las protestas callejeras por las expropiaciones de terrenos eclesiásticos.

El cardenal Pham Dinh no podrá ver el fruto de sus esfuerzos de años para conseguir la normalización de relaciones diplomáticas entre el Gobierno de Hanoi y la Santa Sede, una historia larga y llena de vericuetos como siempre lo son estas cosas en el sudeste asiático. Pero es mucho lo que se ha avanzado: se ha desbloqueado el complejo proceso del nombramiento de obispos y éstos ejercen con relativa normalidad su ministerio, guiando a un pueblo rico en diversas vocaciones e iniciativas. La cuestión de fondo para llegar a la plena normalización no es otra que la libertad religiosa cotidiana de los católicos vietnamitas, celosos de su propia historia y de su inserción en todos los niveles de la vida nacional.

El Gobierno de Vietnam quiere abrirse a la modernización económica y a un cierto pluralismo controlado, pero teme la pujanza de una comunidad misteriosamente fuerte que reúne a siete millones de personas, que provoca expectación entre los intelectuales y los estudiantes, y sobre todo que demuestra una libertad que nadie parece haberle concedido. Sea cual sea el resultado final de las negociaciones resulta reconfortante contemplar cómo viven estos católicos que por su condición de minoría jamás han aspirado a la hegemonía cultural en su país, pero que nunca han renunciado a su libertad para vivir plenamente como católicos y vietnamitas de una sola pieza.
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