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CARTELERA

Jocosa postmodernidad

La cartelera está divertidísima. Si un marciano, intrigado por su conocimiento de la película Mars Attacks, visitara estos lares con el fin de hacer un estudio de la especie humana, y tomara el cine como indicador fiable, esta semana sacaría unas conclusiones alarmantes y grotescas. Pero nosotros nos hemos acostumbrado a este circo de tres pistas que llaman postmodernidad.

El marciano empieza por Constantine, con Keanu Reeves y Rachel Weisz, que nos habla de ángeles y demonios, de cielo e infierno, en esa clave de “cómic” tan frecuente que ha perdido cualquier olor de verdadera metafísica. John Constantine nació con un don indeseado: la posibilidad de reconocer a los ángeles y a los demonios híbridos que andan por la tierra con aspecto humano. Como no le iba el rollo, se suicidó, y bajó a los infiernos. Pero allí le resucitan a la fuerza, y ahora le tenemos otra vez entre los vivos. En fin, no sé mucho de teología, pero ¿no les suena un poco raro todo esto? Al marciano le suena fatal.
 
El marciano, sorprendido por el exotismo religioso de Constantine, se mete a ver Reencarnación, atraído por la belleza de la Kidman. La pobre ha perdido a su joven marido, del que estaba muy enamorada. Pero un día aparece un chaval gordito e inquietante que le dice: “Yo soy tu marido”. Guay. Y resulta que efectivamente, el chico sabe cosas que pertenecían a la intimidad del matrimonio, así que la Kidman se plantea “¿Y por qué no?” E incluso se le pasa por la cabeza la posibilidad de recuperar el sexo perdido, digo... el tiempo perdido. Puro morbo metafísico. El marciano empieza a sentirse mal, así que, pobrecillo, se va a ver Kinsey, la vida del doctor que revolucionó la sexología y que interpreta el famoso Lian Neeson. En la película se nos cuenta con bastante detalle a dónde podemos llegar si hacemos del sexo una pura actividad fisiológica animal –como beber o dormir- desvinculada de referencias afectivas, antropológicas o morales. Así, por la pantalla desfilan pederastas, zoofilos, ancianas ninfómanas, bisexuales... a la par que hombres que se refugian en la Biblia y la religión para huir de las posibilidades de la carne. Una película conmovedora. Pero, ¿dónde esta el marciano? Ah, ha ido al servicio dominado por las náuseas. Pobriño.
 
Ya recuperado nuestro vecino planetario decide buscar algo más comercial que Kinsey y se mete a ver El Escondite, ya que ha oído que Robert de Niro es muy famoso y muy bueno. Cuenta la historia de una familia en la que la madre parece haberse suicidado, y la hija –o el padre- padecen visiones y alucinaciones ciertamente graves. El final, que ni queremos ni debemos desvelar, es una apoteosis de sangre y demencia que arruinan la frágil psicología de nuestro periclitado marciano.
 
Celoso de su misión, también va a ver Million Dollar Baby, Mar adentro, Cinco veces dos, Demonlover y El Hundimiento. Abatido por tanto dolor y tantos horrores, el marciano convulso y ojeroso comunica su renuncia a sus superiores, afirmando que la raza humana es “autodestructiva, autocomplaciente, psicótica, depresiva, obsesiva y desquiciada”. El pobre alienígena no sabe que en lo que ha visto hay mucha mentira, mucho oropel oportunista; no sabe que casi todo eso es parafernalia postmoderna, diletantismo de una burguesía acabada. No sabe que en el corazón de cada hombre hay un deseo infinito de bondad, y que en cada mirada humana brilla el destello del Misterio que todo lo colma. Y el marciano no lo sabe porque el cine que ha visto no se lo ha sabido contar. Y ya es tarde. Se ha ido y no quiere volver a oír hablar de los hombres.
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