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NUEVA PRESIDENCIA

Obama y el nuevo Apocalipsis

No tardaremos mucho en darnos cuenta de que la victoria de Barack Obama en las elecciones americanas es una muestra más de la extensión sin límites de una forma sutil de la decadencia de Occidente pronosticada por los más conspicuos seguidores de la intelectualidad de los tiempos modernos. Una decadencia en una "unimultipolaridad", que diría Samuel Huntington, en la que China y el Islam –ninguna, potencia inocente– están pidiendo un cambio en las reglas de juego.

No tardaremos mucho en darnos cuenta de que la victoria de Barack Obama en las elecciones americanas es una muestra más de la extensión sin límites de una forma sutil de la decadencia de Occidente pronosticada por los más conspicuos seguidores de la intelectualidad de los tiempos modernos. Una decadencia en una "unimultipolaridad", que diría Samuel Huntington, en la que China y el Islam –ninguna, potencia inocente– están pidiendo un cambio en las reglas de juego.

Una decadencia que además no esconde los signos de la provocación; señales que en lenguaje bíblico son siempre avisos de ultimidad. El hecho de que los fastos de coronación presidencial –así debe ser traducida la parafernalia– estuvieran amparados por la intervención de representantes de las minorías confesionales alternativas es una muestra evidente de la construcción de una nueva gnosis etiquetada por el supermercado apocalíptico, que no integrado.

Los tintes de las medidas en la política social de Obama no pueden estar más teñidos de esa mancha de cultura de la muerte, de la que nos hablara Juan Pablo II. La incoherencia del sistema nos conduce hasta los extremos de considerar que propuestas como la retirada de Irak o el cierre de Guantánamo, que pueden representar una aparente defensa de la dignidad de la persona, se deslegitiman con los apoyos a las organizaciones que propugnan sin ciencia ni conciencia el aborto. No se trata de una metamorfosis del pragmatismo americano, ni mucho menos. Estamos asistiendo al golpe de efecto de una aparente liberación de la historia, de los estereotipos, de las imágenes de lo posible y de lo real que esconden la crisis de valores más acuciante de los últimos tiempos, expresada en un perfecto cumplimiento del procedimiento democrático y garantizada por un sistema de seguridad y vigilancia global de primera generación.

Hay quien afirma que los efectos de la política de Obama se van a sentir en la concepción del espíritu que inspiró a los padres fundadores de esa gran nación que, además, ha tenido la gentileza de salvar Occidente en más de una vuelta de la historia. Si Obama se configura como un revisionista de la historia, lo hará a expensas de esa vocación fundamental que hizo de la voluntad general y de la voluntad particular de los americanos un pueblo grande y libre, capaz de conducir sus destinos con una nítida concepción de su destino como pueblo. No se trata sólo del humus religioso, de convicciones y de renovados sentimientos religiosos que impregnan la vida de la América profunda y de la personalidad profunda del americano. Se trata de una nueva forma de establecer esa relación entre fe y libertad; entre fundamentos morales y ejercicio de la democracia que, salvado el tinte puritano, ha colocado a la filosofía política de la más pura tradición americana en el podium del sentido del progreso. Tenemos a Obama y, paradoja de la historia, ya no tenemos a Richard Neuhaus, quien nos enseñó que "la insistencia dogmática sobre el agnosticismo en el discurso público y en la toma de decisiones ha creado la plaza pública desnuda. Gentes que, como los padres fundadores americanos, mantienen ciertas verdades como auto-evidentes son considerados poco de fiar desde un punto de vista democrático".

Frente a una forma de ilustración francesa irracional con la trascendencia, la ilustración americana dominante nunca tuvo mayores problemas con la apertura al sentido de la realidad, lo que la convirtió en un ineludible motor de su historia. Ahora, con el tiempo de Obama entramos en una espiral de ideología transmutada de sorpresas, que servirá para legitimar las más peculiares atrocidades en quienes hasta ahora han criticado todo lo que suene a americano. Es la hora para la progresía unida de redimir sus viejos fantasmas con la fuerza salvadora de la diferencia. La Iglesia en Estados Unidos, que ha dado indiscutibles frutos de vida y de pensamiento –no olvidemos que las mejores, y por desgracia, las peores universidades católicas del mundo se encuentran en Estados Unidos– tiene el reto de ser un ámbito de libertad frente a un sistema social y a una configuración de la sociedad en la que se va a dar un proceso de miniaturización de lo humano. Vivimos en un tiempo en el que nos jugamos la libertad de la Iglesia, también en Estados Unidos.

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