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LA SANTA SEDE Y LOS ERRORES DE JON SOBRINO

¿Quién es Jesús?

Tras recibir la Notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe que señala graves errores en dos de sus libros, el teólogo Jon Sobrino ha dicho que le preocupan más los pobres que el Vaticano. Dicho así, hasta puede sonar bien. Servir a los pobres ha sido desde siempre una seña de identidad de los cristianos, y el Vaticano, en boca de Sobrino, suena a estructura de poder. O sea, que él a lo suyo.

Tras recibir la Notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe que señala graves errores en dos de sus libros, el teólogo Jon Sobrino ha dicho que le preocupan más los pobres que el Vaticano. Dicho así, hasta puede sonar bien. Servir a los pobres ha sido desde siempre una seña de identidad de los cristianos, y el Vaticano, en boca de Sobrino, suena a estructura de poder. O sea, que él a lo suyo.
El jesuita Jon Sobrino

Pero resulta que desde los tiempos de la Iglesia naciente, jamás hubo contradicción entre el servicio de la caridad y la comunión con Pedro y con los apóstoles. Es cierto que desde la primera generación de cristianos hubo quienes se volcaron apasionadamente en los distintos aspectos de la misión, proyectando sus propios análisis más o menos geniales, y en ocasiones la autoridad de los apóstoles se vio en la necesidad de corregir errores o desviaciones. Porque la eficacia y la novedad del cristianismo, de su capacidad de liberar al hombre y a los pueblos de sus diversas esclavitudes, no depende esencialmente de la genialidad autónoma de sus testigos, sino de la comunión vital que cada uno de ellos mantiene con el tronco apostólico, ese que sólo garantizan en el tiempo y en el espacio Pedro y sus sucesores.

No me imagino a ninguno de los grandes Padres de la Iglesia antigua diciendo que a ellos les importaban más sus empeños, sus diatribas con los paganos, sus obras teológicas o hasta sus propias comunidades, que la opinión del obispo de Roma. Y no por cuestión de disciplina, sino porque sabían que su propia vida dependía de ese vínculo, y hubieran preferido morir antes que desprenderse de él.

Nadie cuestiona en la Iglesia la necesidad de servir a los pobres, y menos que nadie el Papa de la Deus caritas est. Otra cosa es cuál es el método para servirlos mejor, porque en no pocas ocasiones ha cundido la especie de que, en el fondo, no son el anuncio y la comunión cristiana la fuente de la liberación, sino proyectos ideológicos que han reducido al cristianismo a mera comparsa histórica, además de constituir sistemas opresivos cuyo fracaso ha tenido dimensiones épicas.

Juan Pablo II amonesta a Ernesto Cardenal, uno de los principales teólogos de la liberaciónPrecisamente por eso, Juan Pablo II llevó a cabo el precioso servicio del discernimiento de la Teología de la Liberación, con la impagable colaboración del cardenal Ratzinger. Tras ese discernimiento, lo más valioso de dicha aquella teología ha sido despojado de gangas ideológicas y ha quedado integrado en el gran árbol de la Tradición católica. Por supuesto, ha habido quienes han preferido seguir su propio camino al margen de la corrección maternal de la Iglesia; no hace falta ser profeta para intuir su destino.

Las cuestiones que la Santa Sede advierte en las obras de Sobrino no son una broma, ni un quítame allá esas pajas. No son asuntos que un cristiano comprometido con los pobres pueda dejar al margen, como si fueran debates bizantinos que no van con él. Se trata de saber en quién radica nuestra confianza, quién es la única roca sobre la que asienta nuestra esperanza. Se trata de saber si los cristianos portan consigo la única novedad de la historia capaz de liberar integralmente al hombre o si, en el fondo, pretenden la enésima utopía llamada al fracaso.

Jon Sobrino tiene ahora la palabra, y yo espero que predomine la humildad del hijo sobre el orgullo del intelectual. Pero de momento, le ha salido un abogado de oficio que no le hace ningún favor. Me refiero al editorial del diario El País del pasado 15 de marzo en el que, aparte de otras lindezas, recomienda a la curia romana defender con más ahínco "a la otra Iglesia", cuyos representantes explican la idea de "un Cristo por encima de todo humano, como defiende el teólogo Sobrino".

Del enemigo el consejo. Proponer un Cristo por encima de todo humano es la forma que tiene El País de invitar a la Iglesia a vaciarse de su propia sustancia, a convertirse en un proyecto de transformación social más, a abandonar su increíble pretensión de ser en el mundo la presencia del Resucitado. Así dejaría de ser "la extranjera" (como la denominaba el poeta Eliot) y se convertiría en una magnitud manejable. El País se creerá muy moderno, pero esa tentación, la más terrible que se le puede plantear a la Iglesia, no es de hoy. Y precisamente la roca de Pedro ha sido siempre el mejor antídoto contra esa posible traición. Como seguimos viendo.

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