En el universo de la política, la inacción es un arte. El arte de que parezca que estás haciendo algo. Tiempo atrás los ministros proponían "poner en valor" algo sin que nadie pudiera adivinar qué sucedería después, otras veces solventaban cualquier cosa anunciando "un esfuerzo", que es como tratar de levantar el PIB yendo al gimnasio, y por lo general, siempre que ocurre alguna catástrofe salen a tranquilizar a la población asegurando que están "siguiendo muy de cerca" el asunto, como si entre sus poderes estuviera doblegar la realidad con su sola presencia, a lo Uri Geller. Cuando su voluntad de mover un dedo tiende a cero, entonces emplean la fórmula "actuaremos con determinación", y si algo está en llamas prometerán una "actitud dialogante". Y funciona. Yo oigo, no sé, a Yolanda Díaz o a Garzón decir que van a "hacer un esfuerzo" y me quedo mucho más tranquilo.
De visita oficial al extranjero, los líderes acostumbran a decir que han "dado pasos", sin especificar hacia dónde, cuando no se limitan a ventilar optimismo musical: "Puedo anunciarles que ha habido muy buena sintonía entre el primer ministro de Madagascar y yo en nuestro primer encuentro", algo que en cristiano se traduce por "¡es la langosta más gorda que he comido en mi vida! ¡El cabrón del malgache es de pico fino!".
Los problemas políticos empiezan como rumor, se convierten en titular y ocasionalmente acaban en caos social con banderas, gritos y gente mordisqueando las orejas de otra gente. Llegados a este punto, la mayoría opta por un modo de inacción total que es hacer "un llamamiento" a lo que sea o, en menor medida, "una apuesta", ya sea por el diálogo, por el consenso o por el Rayo frente al Getafe.
Si en los 90 se decía "estamos trabajando en ello", en nuestro tiempo otros asaltaron el Gobierno anunciando la llegada de una tal "regeneración democrática", y son los mismos que hoy piden que todo sea "sostenible", que significa "sujétamelo tú, que vengo ahora". En ocasiones recurren a varias muletillas de placebo a la vez y aparece un concejal de pueblo, bien regado de verdejo, proclamando que se dispone a "impulsar una apuesta por el desarrollo sostenible", algo que a menudo significa que el consistorio se dispone a contratar a su primo.
Zapatero, experto en política hueca, engañó a muchos asegurando que abriría un "diálogo" aquí y otro allá. Hoy sus hijos políticos se esmeran algo más y dicen "crear espacios de diálogo", que supongo que es lo que los mortales llamamos "montar un pub". Sánchez, Antonio para los amigos, en cambio, padece Complejo Rolling Stones y gusta de atajar cualquier asunto anunciando una gira, que casi siempre es en Falcon y la pagas tú.
Mención aparte merece la palabrería setentayochista, subterfugio lleno de lugares comunes: el "fortalecimiento del consenso constitucional" o el clásico "dentro del marco constitucional"; como si la acción política se llevara a cabo cotidianamente dentro del "marco de mis cojones treinta y tres".
Hoy los políticos se pasan el día divulgando que van a "hacer una reflexión", pero nunca dan a conocer las conclusiones de tan intelectual propósito. A esta hora me imagino a todos los ministros mirando por la ventana, la mano rascando el mentón y los labios apretados, pensando detenidamente en algo. Garzón, Belarra, Montero, Iceta, o el propio Sánchez, Antonio para los amigos, creen que eso consiste en hacer dos flexiones en vez de una, mientras que Calviño, Escribá y Ribera tienden a llevar la sinapsis hasta el extremo efectuando una "reflexión profunda". Al término del proceso, de apenas unos minutos, será ya la hora de las cañas y el solaz, y mañana, cuando la prensa lo llene todo de alcachofas alrededor con algún nuevo problema acuciante para los españoles, habrá llegando el momento de proclamar con solemnidad la necesidad de hacer otra "profunda reflexión".
Por contraste, en la vida real, si empieza a arder una sartén en la cocina y le dices a tu mujer que estás "siguiendo muy de cerca" el incendio, lo más probable es que acabes flambeado y formando parte del menú de la cena. Si tu jefe te afea llegar tarde, no es buena idea responder que vas a "hacer una reflexión", salvo que estés deseando cambiar de trabajo. Si te llama tu novia para decirte que te han visto con su mejor amiga en actitud cariñosa, lo último que deberías sugerirle es que "ponga en valor" los hechos. Y por supuesto, a menos que trabajes en una sala de partos, olvídate de ir por la vida diciéndole a los que te rodean que hagan "un esfuerzo".
Supongo que, después de todo, esta forma de abordar los problemas como se alimentan las amebas, es decir, rodeándolos con el culo, es la confirmación de que nuestros gobernantes se mueven cada vez más en un universo paralelo. De modo que resulta ya inaplazable hacer una profunda reflexión.