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Jonathan S. Tobin

Por qué no está cayendo Hamás

Mientras esté dispuesta a emplear sus armas para imponerse, las probabilidades de que pierda el poder son entre una y ninguna.

Mientras esté dispuesta a emplear sus armas para imponerse, las probabilidades de que pierda el poder son entre una y ninguna.

Como señalé hace poco, buena parte del debate acerca de quién gana o pierde en el prolongado conflicto de Gaza se centra en la cuestión de si los palestinos gazatíes están dispuestos a sacudirse de encima el dominio despótico y destructivo de Hamás. Cabría esperar que llegarán a la única conclusión lógica a la disparatada decisión de los terroristas islamistas de iniciar una guerra que no ha hecho sino aumentar su sufrimiento. Pero, como muchas otras cosas que caracterizan a Oriente Medio, aquí no rige necesariamente la lógica.

Ultimamente hemos oído hablar mucho de la probabilidad de que la debilitada situación militar de Hamás, consecuencia de la exitosa acción militar de Israel, signifique que el grupo está perdiendo el control de Gaza. Dado que Hamás no ha alcanzado ninguno de los principales objetivos que se fijó para el conflicto, entre ellos la liberación de presos terroristas y el fin del bloqueo internacional de la Franja, sería lógico suponer que los palestinos estuvieran pensado seriamente en sustituir al movimiento que les ha gobernado desde que se hizo con el poder merced a un golpe en 2007.

Pero pese a todo lo que se ha hablado del inminente fin de Hamasistán, en realidad no hay señal alguna de que su control del poder se esté debilitando. Los motivos para ello tienen que ver con la peculiar dinámica de la política palestina y con una regla histórica básica. Como señala el Times of Israel en un artículo de hace tres días, el apoyo a los objetivos de Hamás y el temor a discrepar suponen para el grupo terrorista una considerable póliza de seguro.

Pese a que a nadie de Gaza tendrían que gustarle los resultados de la lucha, es posible que, en realidad, la valoración política de Hamás haya aumentado debido a la retorcida cultura palestina. A lo largo del último siglo, los palestinos siempre han prestado el grueso de su apoyo a aquella facción que resultara ser más violenta. Esa dinámica mantuvo a Yaser Arafat en la cúspide de la pirámide palestina, y ha inspirado la actual competencia entre Hamás y Fatah durante la última generación. Como la identidad nacional palestina siempre ha estado inextricablemente ligada a su guerra contra el sionismo, hacer las paces siempre ha sido veneno desde el punto de vista político. En vez de concentrarse en el desarrollo o en proporcionar servicios a sus partidarios, Hamás y Fatah se han concentrado en demostrar su beligerancia; hasta los moderados, como el líder de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, son conscientes de que acceder a reconocer la legitimidad del Estado judío es simplemente imposible. Por eso, no importa lo que haga Hamás: parece que los gazatíes siempre culparán de sus sufrimientos a Israel.

En cuanto a las posibles discrepancias, debe señalarse que la única manifestación contra Hamás celebrada en Gaza recibió una severa respuesta: los implicados fueron ejecutados. Y aquí es donde entra en juego una regla de oro: a lo largo de la historia, las tiranías sólo han caído cuando están dispuestas a liberalizar, no cuando aún lo están a derramar la sangre de su pueblo. La Revolución Francesa tuvo lugar durante el reinado del menos tiránico de los Borbones, no del del más sanguinario. La Unión Soviética cayó tras la glasnost y la perestroika, no durante la era de las sangrientas purgas estalinistas que se cobraron la vida de millones de personas.

Hamás está aislada, derrotada militarmente y en la bancarrota. Pero mientras esté dispuesta a emplear sus armas para suprimir posibles disensiones, intimidar a la prensa o asegurarse de que Fatah no está en situación de recuperar Gaza, las probabilidades de que pierda el poder son entre una y ninguna.

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