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José García Domínguez

El Reich catalán

De lo único de lo que se duda es de que el Estado de Derecho tenga alguna primacía sobre los caprichos del presidente de la Generalitat.

Leo en el editorial del periódico más vendido del país que llevar a la práctica los mandatos imperativos del Tribunal Constitucional supone una "torpeza". Literalmente, una torpeza. Según el primer creador de opinión del país, pues, en un Estado de Derecho únicamente los muy torpes cumplen con lo establecido por jueces y magistrados en autos y sentencias. Una línea argumental, la misma que por cierto comparten los socialistas españoles en Cataluña, contra la que nada habría que objetar si sus mentores la apoyaran en ese clásico del cinismo político que algunos llaman "razón de Estado". Lo que ya no resulta de recibo es que pretenda justificarse la negación misma de los fundamentos de cualquier orden democrático, esto es la preeminencia de la Ley, en nombre de la propia democracia.

Así, sin el más mínimo pudor intelectual, se insiste en despreciar un veredicto del Tribunal Constitucional con el único argumento de que resulta políticamente inoportuno contrariar el afán de Artur Mas por saltarse las normas a la torera. Porque ninguno de los cómplices morales de los tres prevaricadores ahora procesados pone en duda que hubiesen incurrido en delitos tipificados con su proceder cuando el referéndum ilegal del 9-N. Nadie, absolutamente nadie, parece cuestionar su culpa dolosa. Al contrario, todos semejan convencidos de ella. De lo único de lo que se duda es de que el Estado de Derecho tenga alguna primacía sobre los caprichos del presidente de la Generalitat.

Por lo visto, impedir que Mas proceda como le venga en gana siempre que le venga en gana constituye la suprema lacra que inhabilitaría a la democracia española para decirse homologable con las del resto de Occidente. El mundo al revés. ¿O alguien sería capaz de imaginar cavilación pareja surgiendo de reputados miembros del establishment británico, francés, germano o de cualquier otro país de nuestro entorno? ¿Angela Merkel, Hollande o el editorialista del Times de Londres predicando al jocoso modo que supone una torpeza acatar las sentencias de los más altos tribunales de la nación? Imposible. Sencillamente, imposible.

Bien, pues aquí ocurre sin escándalo aparente de nadie, con rutinaria normalidad. Al final, lo en verdad abyecto no va a ser que los independentistas catalanes razonen siguiendo idéntico hilo argumental que Carl Schmitt, el célebre maquillador jurídico del Reich. Lo definitivamente demoledor es que esa lógica perversa, la que se sustenta en la premisa de que la eficacia del Derecho depende en última instancia de una decisión política, sea auspiciada también por los supuestos defensores de la Constitución. La voluntad política, sostiene ese alumno aventajado de Carl Schmitt que responde por Artur Mas, se sitúa por encima de la Ley… y enfrente asienten. ¡País!

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